martes, 30 de octubre de 2018

¿Qué es la Historia de la vida cotidiana?


Por: Rebecca Grafía

Hablar de la historia de la vida cotidiana, como forma de hacer historia, implica hablar primero de qué es la historia cultural. En su libro ¿Qué es la historia cultural? Peter Burke señala el surgimiento de una historia cultural “clásica” en el siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX, es decir, una historia cultural que buscó representar una época determinada desde el “canon” en los ámbitos artísticos, culturales, científicos, filosóficos, etc. Sería hasta la década de los 60’ que historiadores se interesaran por la historia cultural de otros estratos sociales. Resaltan aquí los trabajos de Eric Hobsbawn y Edward Thompson.[1]
Más adelante, con el giro lingüístico, cultural o antropológico de los 70’ se comenzó a hablar de “culturas” en lugar de “la cultura”: cultura impresa, cultura cortesana, cultura de los bárbaros, cultura del miedo, etc. Están los trabajos de Robert Darnton, Roger Chartier, Rhys Issac, Emmanuel Le Roy Ladurie, Natalia Davis, Giovanni Levi, Carlo Ginzburg o Hans Medick como muestra de esta nueva forma de aproximarse a lo cultural y lo cotidiano como realidad y como objeto de estudio, todos ellos enormemente influenciados por la antropología.
Los debates versaron en torno al leguaje, el discurso y el poder. Se trataba de reconocer que lo “real” se compone de significados atribuidos socialmente, y la forma de interiorizarlos es por medio del lenguaje.[2] Burke ubica cuatro teóricos que vinieron a consolidar la “teoría cultural”. Mijail Batjin, Norbert Elías, Michel Foucault, y Pierre Bourdieu. Esto se refiere a ver la cultura como una construcción, con lo cual Burke señala otros problemas como pensar quién lleva a cabo esta construcción, con qué constricciones, a partir de qué, etc.
Pilar Gonzalbo señala que la historia está hecha por nosotros, los seres humanos. Sin embargo, aunque comúnmente se esté de acuerdo con dicha afirmación, rara vez se acepta todo lo que implica pensarlo así. Según la autora, no nos sentimos identificados con aquellos grandes personajes históricos que hicieron cosas reprobables, desde nuestro presente al menos, pero si con aquellos que realizaban acciones cotidianas semejantes a las nuestras. Hablar de Historia de la vida cotidiana implica pensar primero en qué es lo “cotidiano”. Al igual que la propuesta de la “teoría cultural” en la que se habla de “culturas” que se asientan lo cotidiano, se piensa en más de una cotidianeidad, es decir, aquello que es cotidiano varía de un contexto a otro, de un individuo a otro y de un colectivo a otro. En palabras de Hernández Rosete, “lo cotidiano es un fenómeno históricamente condicionado”.[3]
Pilar Gonzalbo también apunta hacia esto cuando menciona que lo cotidiano se debe leer en distintos niveles por la diversidad de sujetos, contextos, fuentes, representación e interpretaciones en las que se ubica.[4] La autora no apunta a que se debe llegar a una versión exacta que retrate fielmente cómo era lo cotidiano en otra época, sino preguntarnos por qué se dio esa construcción de cotidianidad y no otra. Pensar en lo cotidiano implica pensar en aquellos referentes universales que todos tenemos, como las necesidades básicas a cubrir o la influencia de la naturaleza en nuestras decisiones de cómo hacerlo. Las necesidades han cambiado con el tiempo, cambia su manera de satisfacerlas también. Lo cotidiano se entrecruza también con la personalidad y con la identidad que se transforman tanto individual como colectivamente.
La historia de la vida cotidiana se interesa por las necesidades culturales y sus transformaciones de acuerdo a épocas, lugares y personas. Las costumbres son vistas como parte de la moral, una moral aprendida. Hay reglamentaciones en todos los niveles de cómo hacer las cosas y de cómo comunicarlas, la historia de la vida cotidiana se pregunta qué o quiénes imponen estas reglamentaciones. Lo cual nos lleva, dice Gonzalbo, a preguntarnos si la historia es una ideología. Para la autora lo es, de ahí que sea tan importante el dar más de un tipo de lecturas a las fuentes, preguntarnos de quién viene el discurso, qué me dice de manera tangencial, es decir, más allá del texto. Una novela o texto publicitario contienen referentes para pensar los contextos de los autores, del público receptor, de la moral de su época, etc. Pone el ejemplo de cómo la Iglesia marcó la pauta de lo cotidiano durante mucho tiempo.
De la historia de la vida cotidiana podemos obtener repesar nuestro presente, los cambios culturales y distintos sujetos de la vida cotidiana. Por ejemplo, Gonzalbo menciona la Revolución Francesa. Podríamos pensar que hombres o mujeres cotidianas no hicieron esta gran transformación sino las grandes figuras, pero lo cierto es que los grandes cambios se encierran en lo cotidiano, “en la mujer que no tiene con que alimentar a sus hijos o en los hombres despojados de sus tierras”.







Bibliografía:
Peter Burke, ¿Qué es la historia cultural?, Barcelona, Paidós, 2006.
Pilar Gonzalbo, Introducción a la historia de la vida cotidiana, México, El Colegio de México, 2006.
Daniel Hernández Rosete, “Cultura y vida cotidiana. Apuntes teóricos sobre la realidad como una construcción social” en Sociológica, año 15, número 43, pp. 87-102, mayo-agosto 2000


[1] El primero con “The Jazz Scene” y el segundo con “La formación de la clase trabajadora en Inglaterra”. Véase Peter Burke, ¿Qué es la historia cultural?, Barcelona, Paidós, 2006.
[2] Daniel Hernández Rosete, “Cultura y vida cotidiana. Apuntes teóricos sobre la realidad como una construcción social” en Sociológica, año 15, número 43, pp. 87-102, mayo-agosto 2000, p. 89.
[3] Ibidem., p. 99.
[4] Pilar Gonzalbo, Introducción a la historia de la vida cotidiana, México, El Colegio de México, 2006.

martes, 23 de octubre de 2018

Tips para escribir como un profesional

Por: Rebecca Grafía

Howard Becker, en su obra Manual de escritura para científicos sociales, dedica un capítulo para exponer algunos tips para escribir como un profesional. Estos consejos podrían dividirse en generales y particulares. Comencemos por los primeros. Un señalamiento que hace Becker es que la vida académica es la que determina los vicios y defectos que existen a la hora de escribir de manera especializada, pero también la academia brinda oportunidades para hacer una escritura diferente, las cuales no deben ser desaprovechadas, por el contrario, nosotros mismos debemos ser partícipes para buscar otras formas de escritura.
Por otro lado, señala Becker que, nadie nace con el don de escribir. Es falso pensar en la escritura como un “talento natural”, lo cierto es que detrás de un buen texto existe mucha corrección y reescritura. Los científicos sociales deben desarrollar este talento a través de la práctica constante y con una actitud paciente. Así, lo anterior nos llevará a convertirnos en nuestro propio editor, es decir, alcanzar en nuestros textos la claridad suficiente para decir algo. Aquí Becker se detiene a narrar su experiencia como editor de revistas científicas y dice cómo la mayoría de los científicos esperaban fuese que fuese él quien corrigiera por entero sus textos. Lo cierto es que los editores esperan trabajos pulidos, sencillos y bien redactados. Becker incluso señala como la mayoría de los artículos son rechazados porque están mal escritos. Cómo último consejo general, el autor recomienda que hagamos disfrutable la etapa de la edición y corrección, pues se trata de desarrollar una sensibilidad con los textos propios y ajenos.
Pasando a los consejos particulares, Becker regresa a la importancia del “borrador plumazo” y de cómo este no necesariamente tiene que ser por escrito, sino que también puede darse de manera oral, cuando intercambiamos la idea que queremos escribir o trabajar con algún amigo o colega. Se trata de que nosotros prestemos atención a nuestro interlocutor para detectar en dónde hay o no comprensión, y por tanto, que se tendría que trabajar más.
Recuerda también lo importante que es utilizar las palabras correctas para decir lo que queremos decir, apoyarnos de diccionarios u otros textos para conocer el significado de las palabras antes de utilizarlas y saber si es la más precisa para comunicar lo que nos interesa. Aquí entraría también evitar las palabras rimbombantes que sólo confunden al lector. Por el contrario, se trata de llegar a oraciones cortas, decir lo que queremos decir con el menor número de palabras para otorgar sencillez y claridad al texto. Becker señala cómo la mayoría de los problemas teóricos y metodológicos son en realidad problemas de redacción y claridad. De ahí la importancia de utilizar las palabras correctas para lo que queremos comunicar, antes de hablar, por ejemplo, de uso de conceptos.
En la etapa del manuscrito, Becker considera fundamental que una vez que ha sido revisado, prestar atención en los puntos donde los lectores no entienden y por qué, buscar la forma de decir lo mismo con otras palabras, manteniendo nuestra postura o argumento, pero que la idea sea comunicada de tal manera que pueda ser comprendida.
Otro consejo que nos brinda el autor es que no desechemos ningún texto. Por el contrario hay que guardar nuestros borradores o ideas, ya que siempre podemos volver a ellos más tarde. Becker relata como a veces pasaban años para retomar un artículo o libro. Asimismo si no puedes continuar con una idea al momento de estar escribiendo, dejarlo entre paréntesis para luego retomarlo.
Una estrategia para atraer al lector según Becker es escribir en segunda persona, ello hará que el texto sea menos aburrido, al mismo tiempo, es importante no abusar de la primera persona.
Un texto nunca está realmente “terminado”. Incluso si ya lo hemos publicado, Becker señala cómo todo se puede replantear o corregir. El mismo habla de cómo ha aprovechado las reediciones de sus libros para corregir o añadir ideas.
Cuando hagamos uso de imágenes en nuestros textos, estas deben ser más que meras “notas a pie de página”. Tenemos que dejar en claro cómo estamos interpretando la imagen para guiar al lector en su comprensión.
Por último, Becker compara escribir con tomar fotografías. Se requiere de práctica para ser un buen fotógrafo. Hay que tomar muchas fotos malas para luego tomar una buena. Lo mismo pasa con la escritura, debemos escribir mal primero para luego escribir bien. Y, aunque toma tiempo, es posible aprender a distinguir lo que sirve de lo que no. Por lo mismo, Becker insiste en que es necesario perder el miedo a escribir, porque todo se puede corregir. Hay que escribir, aunque sea mal, para luego reeditar y reescribir hasta que lleguemos a esa versión que dice lo que queremos de la manera más clara y amena posible.

Bibliografía:
Becker, Howard, Manual de escritura para científicos sociales: como empezar y terminar una tesis, libro o artículo, Argentina, Siglo XXI editores, 2011, pp. 121-138.





lunes, 15 de octubre de 2018

La estructura de las revoluciones científicas: Reseña Thomas Kuhn


Me gustaría comenzar diciendo que la lectura hecha a la obra de Thomas Kuhn versó en hacerlo dese un punto de vista “foucoultiano”. Con esto no quiero sonar pretenciosa, sino simplemente me parece importante explicar desde dónde y por qué estoy leyendo, para luego justificar mis “conclusiones” que serán más “comentarios finales” de líneas próximas a desarrollar. Foucault en su Arqueología del saber primero, y después en El orden del discurso, nos explica su reflexión sobre lo qué es el discurso, su operación y sus posibilidades de análisis, así como la relación latente que existe entre poder y discurso. Entiendo que el discurso no es un ente abstracto que está “fuera” de nosotros (los seres humanos), por el contrario, dice Foucault “si el discurso obtiene algún poder es porque nosotros se lo otorgamos”.
Lo más difícil para mí al releer y entender la propuesta de Foucault es aceptar que si nos desprendemos de la idea de que existen esencias, orígenes preestablecidos, significantes universales o cualquier manifestación ontológica, veremos que lo único que queda es el lenguaje y su operación en el discurso. No hay providencia discursiva, y sin embargo, el poder del discurso es innegable. Foucault lo desentraña de una manera extraordinaria en El orden del discurso, al hablar de cómo se preserva externa e internamente el discurso. Por ejemplo, de manera interna en los comentarios de la vida cotidiana o en aquellos discursos orígenes como los religiosos, los filosóficos, los literarios y los científicos.
Ya en su Arqueología del saber, Foucault explica las unidades del discurso, el cómo designamos los nuevos objetos de los que se hablan y las consecuencias que conlleva en el modo en que observamos y construimos el conocimiento. El decir que nosotros construimos el conocimiento, cualquiera que este sea, podría sonar como una obviedad, lo sabemos, sabemos también que necesitamos herramientas para hacerlo y que después de encontrar las respuestas lo que sigue es divulgarlas. Sin embargo, este proceso no es tan sencillo. La descripción que acabamos de hacer podría decirse que es una de primer grado. ¿Qué pasa cuando cuestionamos esta construcción? ¿Cuándo aceptamos que incluso las herramientas son construidas y que en efecto se manipula el conocimiento para hacerlo ver como una continuación ligada al progreso? Foucault dice que si aceptamos el orden del discurso, eso nos obliga, en primer lugar, a replantearnos nuestra noción de verdad, lo cual trastoca el aceptar que nada antecede al discurso, no hay algo o alguien superior o externo que le dé un sentido. Sino que dicho sentido depende de ciertas comunidades discursivas, situadas en un tiempo y espacio específicos pero desplazables al mismo tiempo, en las que en realidad ha habido más rupturas que continuidades ates de hablar de un nuevo objeto de estudio, de un consenso o de una nueva “verdad”. Porque lo cierto es, que ciertos discursos pueden perdurar mucho tiempo.
La obra de Kuhn coincide en varias de las propuestas hechas por Foucault respecto al discurso. Kuhn no está analizando “el discurso”, se enfoca en “el discurso científico” (un discurso de tipo origen según Foucault). En especial, le interesa el cómo se acuerda pasar de un consenso a otro en las comunidades científicas respecto a una anomalía que puede ser grande o pequeña y que de igual modo puede llevar a cambios significativos en mayor o menor medida también. Cómo una anomalía pasa a ser un contraejemplo que lleva a pensar en nuevas herramientas para explicarlo, y de ahí quizá a un nuevo paradigma que, a su vez puede llevar a una revolución científica. Si bien estas fases se retroalimentan, se superponen, no significa que lleven un orden específico o que su duración sea la misma, aunque la “ciencia normal”, como se refiere Kuhn al discurso científico, lo haga ver así.
En la sección II, “El camino hacia la ciencia normal”, Kuhn explica que esta es “la investigación basada firmemente en uno o más logros científicos pasados, logros que una comunidad científica particular reconoce durante algún tiempo como el fundamento de su práctica ulterior”.[1] Kuhn describe algunas de las características que poseen la “ciencia normal” o lo que podría llamarse también “las comunidades discursivas científicas”. Un primer atributo es “el compromiso”: Las personas cuya investigación se fundamenta en paradigmas compartidos se encuentran comprometidas con las mismas reglas y normas de práctica científica. Dicho compromiso y el aparente consenso que produce son prerrequisitos de la ciencia normal; esto es, del nacimiento y prosecución de una tradición investigadora particular”.[2] Lo descrito hasta aquí, nos recuerda la explicación de Foucault al referirse a los mecanismos internos de preservación de un discurso, al decir que las comunidades discursivas llegan a acuerdos que les permiten identificar sus objetos y validar sus discursos. Sin embargo, contrario a lo que suele pensarse, ambos autores coinciden en que dicho consenso es en realidad arduo y lleno de rupturas.[3]
Si ni una teoría ni un paradigma pueden explicarlo todo ni nunca lo harán, ¿cómo es que se da la aceptación de un paradigma? ¿Cómo se vive ese proceso dentro de la comunidad científica? Son las preguntas que inquietan a Kuhn y que responde a lo largo de sus ensayos. Al igual que Foucault, le interesa enormemente explorar el momento en que ocurre un paradigma.[4] Pero antes de explicar las particularidades de los cambios de paradigma que llevan a pensarlos más en términos de discontinuidad, Kuhn expone cómo “la ciencia normal” se percibe a sí misma y la operación de su “naturaleza”. La motivación es clave para que un científico prosiga su investigación, la cual se desprende de tres núcleos fundamentales.
El primero, sobre la naturaleza de las cosas. El segundo, las que se desprenden sobre predicciones extraídas de la teoría paradigmática. El tercero, consta de trabajo empírico y resulta ser el más importante. Los problemas teóricos son puestos “aparte” junto a los experimentales y observacionales.[5] Aun así, los imprevistos son adecuados y reformulados para posteriormente convertirse en “conocimiento más preciso”.
Para Kuhn, la ciencia normal se trata de “solucionar rompecabezas”, así lo describe en la sección IV. Utiliza esta metáfora para ilustrar que la elección del rompecabezas a resolver así como el ensamblaje de sus piezas es un proceso de discusiones y acuerdos más largo de lo que parece ser. ¿Cuáles son los puntos en común entre un rompecabezas y la ciencia normal? El establecimiento de retos y solucionar problemas, para lo cual hay reglas o métodos a seguir. Al mismo tiempo está la característica del compromiso por una comunidad de resolver el rompecabezas, es tardado que una comunidad se vea obligada a abandonarlo para construir uno nuevo. Sin embargo, cuando llega a ocurrir, hay redefiniciones de parte de esa comunidad en aras de situar esa reconstrucción como heredera directa o parcial de la anterior.
Pero, ¿por qué y cómo son aceptados y distribuidos los paradigmas? El paradigma se pone de manifiesto en textos, en clases y prácticas de una comunidad. Pero esto no quiere decir que su interpretación sea homogénea. Esto se debe a distintos factores, pero incluso en una comunidad de ciencia normal, aunque haya un paradigma aceptado puede variar de una disciplina a otra, lo que se acepta o discute sobre él. En suma, no es posible una interpretación universal de un paradigma. Un paradigma se concibe en las reglas que definen las ciencias o comunidades discursivas, en este caso, científicas. ¿Por qué no puede haber una interpretación universal?
Porque no hay significado universal, Kuhn se apoya en Wittgenstein para explorar esta afirmación. No es verdad que tenemos la “intuición” de saber qué es una silla por ejemplo. La tenemos de acuerdo a cierto contexto y a cierta transmisión. Por otra parte, no hay leyes en abstracto que se tengan que aprehender, más adelante Kuhn retomará la idea diciendo que no hay una naturaleza ontológica. Otra razón, es que son muchísimos los debates que se gestan en el periodo “preparadigmático” es decir, antes de que se acepte y se reformule o adecúe el nuevo paradigma. Por último, un cambio de paradigma no siempre llega para todos al mismo tiempo, puede ser que sólo un cierto grupo se vea afectado y otro no, debido a la formación disciplinar o la especialización. Así como el nivel de compromiso asumido por la comunidad respecto a cierto paradigma.

En la VI y VIII parte Kuhn expone cómo el conocimiento científico podría pensarse como acumulativo pero no necesariamente unidireccional y progresivo hacia un fin. Parte de una pregunta: ¿cómo se pasa del descubrimiento al hecho científico? Kuhn nos muestra con ejemplos de “descubrimiento” en la historia científica como la luz o los rayos X para explicar la gran ambigüedad que prevalece a la hora de hablar de “descubrir”, poco a poco va apuntando hacia cómo son los científicos quienes designan sus objetos y descubrimientos. En realidad, existe mucha resistencia para aceptar una anomalía como contraejemplo, y que de ahí se pase a un “descubrimiento” o bien a un invento, ya que han sucedido “descubrimientos” por una persona pero luego es otra u otro grupo de personas que lo nombran y lo explican pasando a ser formalmente un invento o hecho científico que pueda cambiar o no un paradigma.
Las crisis son esenciales para aceptar que se requiere cambiar de herramientas para explicar una anomalía, lo cual luego lleva a que se pueda dar un cambio de paradigma. Pero rechazar un paradigma, implica aceptar otro, lo cual se da no sin resistencias, pues es muy tardado que una anomalía pase a ser un contraejemplo. Además, el paradigma es lo que justifica el discurso científico, de ahí que se intenten esconder los errores o que se intente adecuar el cambio de paradigma como una mejoría del que lo antecede con el compromiso de que el nuevo solucione lo que el anterior no pudo. Esto se explora en la sección VIII, a partir de aquí comencé a ver que la noción de paradigma es un discurso que pasa por distintas etapas y adecuaciones, como un discurso que a la vez justifica o retroalimenta a otro en este caso al científico.
En efecto, en el capítulo siguiente, Kuhn explica que un cambio de paradigma habla de la caducidad de cierto discurso, en donde por supuesto hay de por medio luchas, defensas y resistencias. Concluye diciendo que el desarrollo científico no es del todo acumulativo, al menos no de la forma que se piensa, esto es ligado a un raudal de desarrollo histórico. Aunque, lo cierto es, que muchas teorías son aceptadas porque se justifican como herederas de las anteriores. Se acepta un nuevo paradigma y el discurso se reformula.
¿Los cambios de paradigma necesariamente traen un cambio en la visión del mundo? Es la pregunta explorada por Kuhn en la siguiente sección, especialmente porque ya vimos que los cambios de paradigma se dan, no sin debate, pero también, algunos cambios de paradigma implican aceptar que el anterior estaba mal. Para mostrarlo Kuhn se respalda en la astronomía. Los cambios de visión, implican cambios en la manera de pensar cuestiones fundamentales. Aun así esto no quiere decir que todos lleguen a ese punto, pues un cambio de paradigma no implica que todos lo acepten o lo interpreten igual. Lo cierto es que no existe una experiencia social fija ni paradigmas previos. De nuevo aquí, Kuhn nos recuerda a Foucault cuando explica que no hay prediscursos. En este punto sin embargo, también se diferencia porque Kuhn enfatiza las continuidades, que se dan precisamente a raíz de las resistencias que existen al cambio de paradigma.
Estas resistencias llevan a que se invisibilicen las revoluciones, porque cuando finalmente son aceptadas, lo son por la convicción acerca de su existencia y naturaleza.[6] Son adecuadas en el discurso científico para hacerlas ver naturales, como si se llegara a un conocimiento más preciso que permitirá resolver lo que el paradigma anterior no pudo pero que aun así dio pie al mejorado. Estas adecuaciones discursivas se dan en la protección y divulgación del discurso científico. Los libros de texto, por ejemplo, juegan un papel crucial, incluso el autor les dedica toda una sección, pues se trata del medio de reescritura de las revoluciones científicas que las hace ver como acumulativas. Si bien hay continuidades Kuhn recuerda cómo se han ocultado los errores y discontinuidades, a lo cual se le suma que la noción y práctica científica no siempre ha sido la misma.
Las revoluciones científicas traen con ellas la conformación de nuevas tradiciones. Pero estas no deben pensarse como rápidas sino todo lo contrario. Kuhn insiste en que es a raíz de las crisis lo que obliga a un cambio de herramientas y, eventualmente, de paradigma, el cual podrá ser aceptado por unos y aceptado por otros. Hay varias razones por lo que puede llegar a ser muy tardado que un nuevo paradigma sea aprobado: la rivalidad de paradigmas, la inconmensurabilidad de los paradigmas, la dificultad de abandonar un compromiso de un paradigma a otro, especialmente de parte de los más viejos en las comunidades científicas, pues han invertido mucho tiempo y trabajo en resolver cuestiones de acuerdo al paradigma anterior, según el autor, es más fácil para las nuevas generaciones que acepten un paradigma pues se formarán en él y les será más familiar.
También está el temor de que un paradigma nos lleve al retroceso, esto ligado a las expectativas trazadas al nuevo paradigma: que solucione lo que el anterior no pudo. Toda esta idea es reflexionada por Kuhn en la última sección, en donde nos presenta cómo la noción de progreso bajo cierta concepción, transformó a la ciencia obligándola a pensarse y construirse a la par del progreso y la continuidad. De ahí que algunos paradigmas sean rechazados porque regresan a problemas aparentemente solucionados por el paradigma vigente. Aceptarlos implica replantear resultados y sentidos de verdad.
No existe el avance científico uniforme, incluso lo qué es ciencia está situado en un acuerdo complejo de cierta comunidad, el cual conlleva más rupturas que continuidades. Incluso el cómo se seleccionan los problemas que se van a tratar varían de una disciplina a otra, por ejemplo el científico no los elige porque necesiten una solución sino porque tiene las herramientas para hacerlo, a diferencia de los científicos sociales quienes seleccionan sus problemas partiendo de la importancia social de alcanzar una solución. “¿Cuál de las dos llevará un mejor ritmo?” se pregunta Kuhn.
Lo cierto es que no hay metas preestablecidas en la naturaleza para que sean descubiertas por la ciencia. Pero esto no es fácil de aceptar. Kuhn lo ilustra muy bien explicando la resistencia que hubo hacia el darwinismo por ejemplo. Explicando que no fue a raíz de las ideas evolutivas, ideas que se venían discutiendo hacía tiempo sino porque a diferencia de otros autores, Darwin apelaba a que no había un sentido preestablecido para que se dieran los cambios evolutivos como un proceso dirigido a un fin, es decir, no había un designio divino, la supervivencia era el motor. Pero de ser así, ¿qué habrían de significar “evolución”, “desarrollo” y “progreso” en ausencia de una meta específica? Para muchas personas tales términos se mostraron de pronto autocontradictorios.[7] Con lo todo lo anterior nos recuerda a Foucault respecto al temor que existe de aceptar el discurso.
Es en el epílogo en donde se encuentran más enfatizados los puntos de coincidencia con Foucault respecto a cómo el paradigma es el discurso que la ciencia construye, adecua, reformula para también justificarse como actividad y, a su vez como discurso. Dentro de esta parte resalta el punto al respecto de “la naturaleza de la ciencia”. En donde Kuhn defiende su punto de vista respecto a la misma, es decir que no es acumulativa, el cómo su construye su discurso, cómo designa sus objetos de estudio, etc. Y por tanto Kuhn deja entrever cómo es la práctica de los científicos y un trasfondo de “como podría ser” si se aceptaran estas características. Otra de las críticas que se la hace al autor es que es relativista, pero me parece que es la única forma que tiene el discurso científico -acumulativo para desacreditarlo y al mismo tiempo justificar su continuidad. Ya Foucault señalaba que estas resistencias o temores a acepar esta “naturaleza” del discurso obligan a replantearse la verdad y las prácticas de poder que versan alrededor.
Lo que más le sorprende a Kuhn de la recepción de su libro es cómo sus tesis principales son aplicables también a muchos otros campos. Le sorprende porque en realidad su método de enfoque en las discontinuidades y rupturas era algo que ya otros historiadores en materia de arte, literatura y política habían venido practicando, esto hacia 1969, fecha de redacción del epílogo. En su afán de estudiar la estructura de la comunidad científica Kuhn terminó “subrayando la necesidad de estudios similares, especialmente comparativos, sobre comunidades de otros campos”.[8]
Kuhn concluye diciendo que “el conocimiento científico, como el lenguaje, o es intrínsecamente propiedad común de un grupo o no es nada. Para entenderlo necesitamos conocer las características especiales de los grupos que lo crean y lo utilizan”.[9]




[1] Thomas S. Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas, México, FCE, Breviarios, 2013, p. 114.
[2] Ibidem., p. 115.
[3] Ibidem., p. 121.
[4] Ibidem., p. 128.
[5] Ibidem., pp. 134-142.
[6] Ibidem., p. 291.
[7] Ibidem., p. 342.
[8] Ibidem., p. 396.
[9] Ibidem., p. 397.

martes, 9 de octubre de 2018

El orden del discurso: Reseña a Michel Foucault


Por: Rebecca Grafía

Michel Foucault previo a “El orden del discurso” (1970), ya había escrito sus obras “Historia de la locura en la época clásica”, (1961), “El nacimiento de la clínica” (1963), “Las palabras y las cosas” (1966) y “La arqueología del saber” (1969). Su “Historia de la locura” fue el trabajo parteaguas para lo que vendría después en su aportación al análisis del discurso y su relación con el poder. Foucault se preguntó cómo se acordaba que en efecto alguien carece de cordura, no le preocupó hacer una historia del concepto clínico, o de lo que se entendía como locura antes o después, si bien trastoca estos puntos, los rebasa pues a él le interesan los sistemas discursivos que propician que un discurso sea tomado como verdadero, en este caso, referente a la locura. El argumento de que en cada periodo histórico se poseen ciertas condiciones de verdad que determinan lo que es aceptable y lo que no, se repite de manera más pulida en su obra “Las palabras y las cosas” (1966).
En la “Arqueología del saber” (1969), Foucault se dedica a observar su propio trabajo y a explica lo que le interesa trabajar, dejando muy en claro que si uno presta verdadera atención al discurso y su funcionamiento, podremos comprobar que no es posible seguir hablando de un cierto tipo de historia que busca continuidades, por el contrario “la historia del pensamiento, de los conocimientos, de la filosofía, de la literatura parece multiplicar las rupturas y buscar los erizamientos de la discontinuidad”.[1]
La primera parte titulada “Las regularidades discursivas”, está dedicada a explicar las principales inquietudes del autor frente al “discurso” y sus posibilidades de análisis. Para Foucault no existe “el discurso”, como si fuera algo abstracto y que nos antecede. El discurso se despliega en “unidades discursivas”, las cuales son simultáneas en el tiempo, pero es con una serie de complejas relaciones discursivas que pueden o no pasar a la historia del pensamiento. Según Foucault, el análisis discursivo involucra concientizar que hay que tener cuidado a la hora de acercaros a los conjuntos de enunciados, pensarlos en función del contexto de su formulación, en cómo estaban distribuidos, repartidos y caracterizados. Si pensamos así, nociones tan “nuevas” como “literatura”, “cultura” o “política” en realidad no sirven para explicar otros contextos como la antigua Grecia o la Edad Media, en todo caso son referentes que nos sirven para acercarnos a otros que desconocemos en su totalidad. Sería el paradigma del XIX en donde se afianzaría buscar una continuidad y cuando se creó una continuidad de nociones claves como si hubiera sido una evolución. Precisamente el análisis histórico del discurso se ha enfocado en buscar la continuidad, los orígenes. Para Foucault esta pretensión debe abandonarse, sencillamente no es posible. Unidades desplegadas de este tipo de pensamiento como la “ciencia”, “literatura”, “obra” o “autor”, no deben abandonarse pero si cuestionarse, pues no se son lo que parecen ser a primera vista. Hay todo un sistema de validación que las respalda, el cual ha cambiado con el tiempo y que, a la vez, se somete a otro tipo de relaciones discursivas que en su mayoría se contraponen.[2]
Foucault se concentra en buscar las posibilidades de otro tipo de análisis discursivo. Rebasar la continuidad, prestar atención al campo discursivo (preguntarse ¿qué es, pues, lo que se decía en aquello que era dicho?), y dejar atrás las síntesis psicológicas, enfocadas en la “intención del autor”. Poder captar otras formas de regularidad, otros tipos de conexiones como las relaciones de unos enunciados con otros (distintos autores), relaciones entre grupos de enunciados establecidos (formales –no formales), relaciones entre enunciados o grupos de enunciados y acontecimientos de orden completamente distintos (técnico, económico, social, político, etc.).[3]
¿Cómo pasa una hipótesis a un saber discursivo? Es la pregunta que recorre el apartado dedicado a las “formaciones discursivas”, Foucault explica que se constituyen un conjunto de reglas en torno a la selección de un mismo objeto. Después pasa a problematizar cómo se da una formación del objeto, es decir, cómo se pasa a que un conjunto de individuos consideren pertinente o necesario hablar de algo. Una vez que se han establecido las reglas necesarias para hablar y validar lo que se discute sobre un objeto, se pasa a “la formación de las modalidades enunciativas”. ¿Quién es autoridad para hablar de algo? ¿Por qué?, ¿Desde qué institución se habla?, ¿qué sujeto habla? (no todos los sujetos que hablan de algo están en el mismo poder jerárquico para hacerlo, Foucault, se apoya en su Historia de la locura y el nacimiento de la clínica para explicar esto, en un hospital hay distintos rangos de autoridad para hablar sobre una enfermedad por ejemplo).
Las “formaciones discursivas” permiten posteriormente delimitar conceptos. Describir los sistemas que respaldan estos conceptos, no es describir a estos últimos. De nuevo a Foucault lo que le interesa es cómo estos conceptos pueden estar ligados a otros discursos y por qué.[4] En el análisis que realiza Foucault las reglas que forman y respaldan los conceptos no provienen de la mentalidad o de la conciencia del individuo, sino que se imponen en el discurso mismo, en una especie de anonimato uniforme de individuos que se disponen a hablar en ese campo discursivo.”[5]
En el último punto de este apartado, “la formación de las estrategias”, Foucault explica que “discursos como la economía, la medicina, la gramática, la ciencia de los seres vivos, dan lugar a ciertas organizaciones de conceptos, a ciertos reagrupamientos de objetos, a ciertos tipos de enunciación, que forman, según su grado de coherencia, de rigor y estabilidad, temas o teorías”.[6] A partir de ahí se despliegan direcciones de investigación que Foucault enumera, en primer lugar, determinar los puntos de difracción, compatibilidad, equivalencia. En segundo lugar, observar por qué analizamos un sistema discursivo y no otro, ya que no es posible analizar todos los juegos discursivos. En tercer lugar, preguntarnos qué función ejerce el discurso estudiado en un campo de prácticas no discursivas.[7]
“El orden del discurso” fue originalmente una lección inaugural en el Collège de France, pronunciado el 2 de diciembre de 1970. Inicia de una manera que se podría calificar de poética o también de profundamente filosófica, pues Foucault dice que está consciente de por qué va a decir lo que dirá y cómo ha llegado a ese punto y, de cómo le gustaría poder ver su propio discurso antes de que sea formulado, pero que esto es imposible, pues “no podemos deslizarnos fuera del discurso”.[8] No hay nada fuera del discurso, pero tampoco es posible ver al discurso como un ente abstracto fuera de nuestro entendimiento, con su propia “materialidad” o con una “movilidad” autónoma e incontrolable. En realidad, “si el discurso obtiene algún poder es de nosotros de quien lo obtiene”.[9]
En esta obra se reafirma de manera más sintética y puntual lo ya trazado en su Arqueología respecto al discurso y sus posibilidades de análisis. En esta ocasión, Foucault prescinde de apoyarse en su propia obra para explicar los principales problemas epistemológicos y prácticos que conlleva analizar el discurso. En primer lugar, se pregunta Foucault, ¿qué es el discurso? Por una parte, es un material de una cosa pronunciada, escrita o leída, pero al mismo tiempo su existencia es transitoria, el discurso está destinado a desaparecer, pero también puede tener una duración que no nos pertenece. “El discurso es canal pero al mismo tiempo manifestación de luchas, victorias, poderes y peligros.”[10] ¿Cuál es el peligro de que un discurso prolifere indefinidamente?
Según Foucault, en toda sociedad la producción de discurso está controlada, seleccionada y redistribuida por un cierto número de procedimientos que tienen por función conjurar sus poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su pesada y temible materialidad.[11] Hay distintos mecanismos para controlar el discurso, que Foucault llama “procedimientos de exclusión”. Entre ellos tenemos lo prohibido, como el tabú o rituales de circunstancia, un ejemplo es la sexualidad y la política. El segundo sería la separación y el rechazo, por ejemplo, la oposición entre razón y locura. El tercero, la oposición entre lo verdadero y lo falso, “existen separaciones arbitrarias, históricas y en constante desplazamiento”, estas separaciones son respaldadas por instituciones que ejercer cierta violencia para mantenerlas.[12] Estos procedimientos de exclusión son externos, pero también existen los internos, es decir, aquellos que se ejecutan dentro de los discursos mismos para ejercer su control. Tenemos “el comentario” (discurso de lo cotidiano) o los “discursos de origen”, aquellos que son dichos, permanecen dichos y están todavía por decirse como los textos religiosos, los jurídicos, los literarios y científicos. La figura del autor es otra forma de control, se trata no de aquel individuo que habla o ha producido un texto, para Foucault es “el principio de agrupación del discurso, como unidad y origen de significaciones, como foco de coherencia”. Esta figura se ha reforzado en discursos literarios, filosóficos y científicos, se pide que “el autor rinda cuentas”.[13] Cada disciplina crea sistemas discursivos que validan su propia producción.
Al mismo tiempo, Foucault señala que algunos discursos están abiertos o cerrados, es decir, protegidos. Existen distintos tipos de estrategias que protegen el discurso. Por ejemplo “el ritual”, los gestos, los comportamientos, los signos, todo aquello que acompaña al discurso. Piénsese en los discursos religiosos, judiciales, terapéuticos o políticos que tienen, literalmente, “una puesta en escena”.[14] Otro tipo de protección se da con las “sociedades de discurso”,[15] aquellas que tienen por objetivo conservar o producir discursos, son operaciones en espacios cerrados y que se distribuyen según reglas estrictas. Las especialidades o doctrinas religiosas son ejemplo de sociedades de discurso. Por último, otra estrategia de protección se da con la “adecuación social del discurso”, esto es con la educación y su distribución.[16] Estas estrategias de protección se encuentran vinculados unas con otras.
Pero, ¿por qué es tan difícil aceptar que no podemos deslizarnos fuera del discurso? ¿Por qué causa conflicto pensar, siguiendo a Foucault, al discurso ligado con el poder? Foucault contesta que “el discurso es habla, lectura y escritura constante, pero hay temor para aceptarlo, ya que hacerlo obliga a replantearnos nuestra voluntad de verdad, habría que restituir al discurso su característica de acontecimiento y borrar la soberanía del significante.”[17]
Hay algunas exigencias de método que implica trabajar lo anterior según Foucault. En primer lugar, el “principio de trastocamiento”, tener cuidado con aquellas figuras en las que parecen ubicarse ciertas fuentes u origines del discurso.[18] En segundo lugar está el “principio de discontinuidad”, los discursos no deben pensarse como en un origen que todo lo conecta. “Los discursos deben ser tratados como prácticas discontinuas que se cruzan, se yuxtaponen, pero que también se ignoran y se excluyen”.[19] En tercer lugar, el “principio de especificidad”, “no hay que intentar resolverlo (el discurso) en un juego de significaciones previas, no hay providencia prediscursiva. Hay que concebir al discurso como una violencia que se ejerce sobre las cosas, como una práctica que les imponemos. Por último, la “exterioridad”, esto es que no debemos ir al núcleo “interior” y “oculto”, porque no lo hay, nosotros otorgamos el significado. Se trata de partir del discurso hacia sus condiciones externas de posibilidad que da motivo a su selección y sus límites.
Foucault reflexiona sobre la disciplina histórica y el acontecimiento, ahora las nociones fundamentales surgen del trabajo de los historiadores.[20] No hay un desarrollo continuo ideal, se trata de azar, discontinuidad y materialidad, de lo cual se ocupa la práctica de los historiadores, pues ellos crean sistemas de pensamiento para aprehender estas nociones.[21]
Por otro lado, la elección de la “verdad” (de aquello que se aprueba como verdadero) en nuestra sociedad actual y cómo lo hemos transformado es algo que interesa mucho a Foucault. Repasa cómo se pasó de la sofística al discurso socrático y después a la filosofía platónica, repasa el siglo XVI y XVII en Inglaterra con las ciencias y la filosofía natural, antesala de un nuevo sentido de lo verdadero en el siglo XIX. Explica su interés por los discursos jurídicos (penales) y psiquiátricos: ¿quiénes los validaban? ¿Cómo eran utilizados los principios de autor, comentario y disciplina?
Por último, menciona obras y autores claves para su aproximación al discurso con Dumézil, la historia de la ciencia con Canguilhem y si es posible hacer filosofía después (o fuera de) Hegel con Jean Hyppolite, quien apunta que “la filosofía es una tarea infinita ligada a la historia de la racionalidad”, lo cual interpreto a preguntarnos cómo hemos pensado, cómo hemos validado ese sistema de pensamiento, por qué hemos pensado de tal manera y no de otra, y, puesto en escena en numerosas prácticas no discursivas pero que acompañan al discurso.






[1] Michel Foucault, La arqueología del saber, México, Siglo XXI Editores, 2010, p. 15.
[2] Ibidem., p., 38-39.
[3] Ibidem., p. 45.
[4] Ibidem., p. 81.
[5] Ibidem., p. 84-85.
[6] Ibidem., p. 86.
[7] Ibidem., p. 91.
[8] Michel Foucault, El orden del discurso, México, TusQuets Editores, 2009, p. 11.
[9] Ibidem., p. 13.
[10] Idem.
[11] Ibidem., p. 14.
[12] Ibidem., p. 18.
[13] Ibidem., p. 31.
[14] Ibidem., p. 40.
[15] Ibidem., p. 44.
[16] Ibidem., p. 45.
[17] Ibidem., p. 50.
[18] Ibidem, p. 52.
[19] Ibidem., p. 53.
[20] Ibidem., pp.- 55-56.
[21] Ibidem., p. 59

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