lunes, 27 de agosto de 2018

Las relaciones entre memoria y discurso. Un problema transdisciplinar.


Por: Rebecca Grafía
En la historia, la memoria y el olvido.
En la memoria y el olvido, la vida.
Pero escribir la vida es otra historia.
Inconclusión
Paul Ricoeur

Primera parte: la relación memoria e historia.

Para este primer apartado pretendo responder la pregunta: ¿En qué medida, el libro de Ricoeur, La memoria, la historia, el olvido, aporta insumos teóricos para repensar historiográficamente nuestro presente, nuestra idea sobre la historia y la memoria? Ricoeur menciona que los grandes fenómenos relativos al pasado son el mnemónico (memoria) y el histórico (historia), versando entre ellos el olvido. Cada uno corresponde una sección de su obra.
Una relación de diálogo la que se da entre memoria, historia y olvido. La selección de diálogo no es casual, pues es parte del método de explicación/comprensión que el autor utiliza para dar estructura a su obra, pero también para iluminar las aporías, a la manera de diálogo platónico, y puntos ciegos de las problemáticas que envuelven esta intrincada relación.
La primera parte, “De la memoria y de la reminiscencia” tiene tres ejes de análisis: Memoria e imaginación; en donde se discute la herencia griega. Desde Platón cuando habla de la memoria como la representación presente de una cosa ausente hasta la afirmación aristotélica: “la memoria es del pasado”. Siguiendo con un esbozo fenomenológico de la memoria, desde un principio se enuncia lo que casi al final de su obra se retomará: la relación entre ser (en sus múltiples formas) y el tiempo (la memoria es del pasado), desde una perspectiva que incluye la memoria y el olvido. Explorando algunos fenómenos de la memoria como el habito -memoria, la evocación -búsqueda, la memoria -percepción, la memoria -espacio o el recuerdo lugar, etc. Aquí encontramos el vínculo inseparable entre la problemática del tiempo y el espacio, en concreto el de su representación. Ese subapartado cierra con la comparación entre imagen y recuerdo: representación. Siendo Husserl la guía, aunque cerrando con Sartre al decir que “si recuerdo un acontecimiento de mi vida pasada, no lo imagino, me acuerdo de él, es decir, no lo planteo como dado ausente, sino como dado presente en el pasado.”
El segundo eje versa sobre los usos y abusos de la memoria ejercida. Anteriormente el autor expuso el enfoque cognitivo de la memoria, en el sentido de búsqueda, explorando además la noción de reminiscencia e imaginación. Ahora se trata de la memoria desde un punto de vista pragmático, la memoria como esfuerzo o trabajo. Acordarse es entonces una memoria ejercida. Apoyándose en Bergson y Freud, Ricoeur revisa las proezas de la memorización, así como sus usos y abusos: rememoración, memoria -hábito, memoria aprendizaje, memoria ars memoriae (retórica, mito fundador, escolásticos hasta llegar al método científico), etc.
Luego vienen los abusos de la memoria natural: la memoria impedida; en cuanto enfoque patológico, aquí Ricoeur se apoya en las categorías del psicoanálisis freudiano, se habla del olvido en relación con el duelo, aunque, y esto lo comentaré mas adelante, no es retomado en la última parte que versa sobre el olvido. Memoria manipulada (plano práctico); usos y abusos de la memoria y el olvido, la memoria dirigida abusivamente; memoria obligada, nivel ético -político, en dónde es importante mencionar que, según Ricoeur, lo que hay que examinar es la relación del deber de la memoria con la idea de justicia, esto será retomado para la última sección respecto al perdón, y, en general, a lo largo del libro, pues todo lo que es memorable, justo, injusto, necesario de olvidarse, injustificable, imperdonable, etc. está sujeto a una condición histórica.[1]
El cierre de la sección dedicada a la memoria viene con la reflexión de la memoria personal y la colectiva. Primero, la tradición de la memoria desde la mirada interior: Agustín; el carácter privado de la memoria, “mis recuerdos” “mi pasado” y como orientación temporal, John Locke, “identify” y “consciusness self” y Husserl, la interioridad de la memoria y el tiempo. Me apoyaré en algunas de estas consideraciones para la segunda parte, cuando hablemos de la noción de identidad.
La mirada exterior se vuelva en Halbwachs y su obra La memoria colectiva, aunque también se toma en cuenta la obra precedente Los marcos sociales de la memoria. Halbwachs dice “para acordarse, necesitamos de los otros”. En su obra se habla de las representaciones colectivas y del pensamiento colectivo, Ricoeur más adelante señala la separación que existe igualmente en esta obra respecto a memoria histórica y memoria colectiva pues “memorias hay muchas, pero historia sólo hay una” o la correspondencia de la memoria histórica con la memoria nación y el monumento son algunos ejemplos de la idea de historia que manejaba el autor en la construcción de una determinada noción de memoria.
En resumen, y así termina el apartado de memoria, son tres los sujetos que pueden atribuirnos recuerdos: el yo “íntimo”, el colectivo; en las prácticas sociales y serán los “allegados” el punto intermedio de referencia en el que se realizan intercambios entre la memoria viva de las personas individuales y la memoria pública.
La segunda parte, “Historia y epistemología” es la que más me gustó del libro y, me parece la más completa del autor o al menos me siento más familiarizada pues Ricoeur se apoya en Michel de Certeau para aproximarse a los problemas epistemológicos que podemos encontrar en la “operación historiográfica”, en concreto en cada una de sus “fases”[2] y su relación con la memoria y el olvido, aunque es precisamente en el plano epistemológico donde “la autonomía de la historia respecto a la memoria se afirma con más fuerza”.[3] La primera fase es la documental, se exploran las condiciones formales como el espacio habitado; espacio en el que se desplazan los protagonistas de una historia narrada y el tiempo en el que se desarrollan los acontecimientos narrados. El tiempo histórico; desde el espacio vivido, geométrico y habitado. Así como el tiempo crónico y la mutación historiadora del tiempo en: Aristóteles, Agustín, Kant y Husserl. Ricoeur cierra refiriéndose a la obra de Krzytof Pomian en el que se habla de tiempo como: cronometría, cronología, cronografía y cronosofía. Al final de este ensayo me referiré a cómo afecta la visión que podemos tener de la memoria y la identidad si tomamos en cuenta el análisis del tiempo cronosófico y la explicación de Ricoeur respecto al tiempo histórico como una construcción de la Geschichte, apoyándose en Koselleck. La lectura de Ricoeur trastocó profundamente mi visión respecto al tiempo, al tiempo histórico cómo objeto de estudio. El testimonio, el archivo y la prueba documental son otros de los “contenidos de las cosas pasadas” que explora Ricoeur como componentes de la “primera” fase.
La “segunda” fase es la “Explicación/comprensión”. Aquí reaparece la “representación”. ¿Cómo ha sido abordada por los historiadores? La Escuela de los Annales, de acuerdo a Ricoeur, se aproximaba ya a una preocupación por la representación, pero se refirieron y limitaron a ella como “mentalidades”. Vendrá luego un análisis de la representación siguiendo a “los maestros del rigor”: Michael Foucault, Michel de Certeau y Norbert Elías. Posteriormente el paso de la idea de mentalidad a la de representación, así como sus límites y alcances para concluir en la dialéctica de la representación.
Por último, y la fase que me parece más interesante, “la representación historiadora”. Ricoeur distingue en la noción de representación la de representación -narración; las formas narrativas de la representación y el problema de la narración-explicación, representación y retórica; la función selectiva de las figuras de estilo y de pensamiento, ¿qué pasa cuando se convence persuadiendo?, la representación y los prestigios de la imagen; la confrontación entre el relato histórico y relato de ficción en lo que concierne a las formas literarias, así como el poder de la imagen, y, por último, pero sin duda la que me parece más profunda: la “representancia”; la capacidad del discurso histórico para representar el pasado. Aquí emerge una de las tesis principales y más importantes del autor: la historia es historia escrita, el pasado es pasado narrado. Es algo que ha sido pero que sigue siendo, pues la historia está sujeta a la reescritura, en una formulación ilimitada de relación entre el pasado del presente, el presente del presente y el futuro del presente. De ahí que sea el término “representancia”, refiriéndose a este proceso constante y dialógico. Algunos puntos aquí comienzan a trastocar en las líneas de la filosofía crítica de la historia. Así, el tercer y último apartado de la obra, corresponde a la condición histórica en dónde se profundiza además en las nociones centrales que preocupan a Ricoeur: el olvido y el perdón.
Paul Ricoeur plantea una reflexión de segundo grado, sobre las condiciones de posibilidad de este discurso (histórico). Esta reflexión “está destinada a ocupar el lugar de la filosofía especulativa de la historia en el doble sentido de historia del mundo y de historia de la razón.” La pregunta principal es: ¿qué es comprender según el modo histórico? Hay dos vertientes que nos pueden ayudar a responder esta pregunta: la crítica y la ontológica. La primera se refiere a un examen crítico que equivale a la validación de las operaciones “objetivantes” propias de la epistemología, las cuales se abordaron en la primera parte de la obra. La segunda, corresponde a la hermenéutica que intenta expresar las presuposiciones que el autor denomina “existenciarias”, tanto del saber historiográfico efectivo como del discurso crítico procedente son “existenciarias” en el sentido de que estructuran la manera propia de existir, de ser en el mundo, de ese ser que cada uno es. Se podría utilizar el término historicidad, pero Ricoeur prefiere hablar de “condición histórica”.
El saber histórico se aborda en la obra de Ricoeur desde la perspectiva de la hermenéutica crítica y, en este apartado, desde la hermenéutica ontológica. Primero, Ricoeur apunta que la filosofía crítica de la historia como una rama de la hermenéutica, en el sentido de que interroga sobre la naturaleza del comprender. Analiza la ambición más alta asignada a la historia por la filosofía romántica y posromántica alemana, en concreto el ensayo de Reinhart Koselleck “Geschichte”. La historia como un singular colectiva, la historia en sí y para sí. La semántica de conceptos históricos sirve para cuestionar la autosuficiencia que se encuentra en la “historia -misma”, aquella historia con telos, lineal, que en su aspiración construía las bases que culminarían en el progreso.
“Espacio de experiencia” y “horizonte de expectativa” son categorías que ayudan a discernir los cambios que afectaron el tiempo histórico y los rasgos de la visión de los modernos respecto al cambio histórico, de ahí el título de la obra de Koselleck “Futuro pasado”, el sentido de que el futuro al que la historia (Geschichte) aspiraba, ya no, es más. Es un futuro que ya no existe ni se aspira a él. Es el futuro de cierto pasado. (Pero si ya desde Walter Benjamín se criticaba de alguna manera el telos histórico, ¿por qué en lo cotidiano seguimos con esta idea de progreso-nación -historia? ¿cómo es que se mantiene esta continuidad? Claro que, comienza a haber resquebrajamientos como los que ahora ponen en evidencia con las resistencias sociales de los Estados -Nación frente a la globalización). Si bien hay una ruptura con la visión englobadora de la historia, “¿es posible escribir de historia desde un punto de vista cosmopolita?”.[4] Queda pendiente entender la reflexión sobre el doble debate sentido de la historia, como conjunto de acontecimientos sucedidos y conjunto de enfoques sobre acontecimientos.[5]
Ricoeur continúa con una crítica a la apología de la modernidad, pues esta expresión siembra la confusión de linealidad temporal de la recurrencia histórica. Aun así, la singularidad histórica es casi igual de aporética que la totalidad histórica. Entonces, ¿puede pensarse nuestro tiempo y cómo? Ante el abandono de a historia, de los usos del pasado del término modero, intentamos ahora distinguir nuestra modernidad, aunque esto se inscribe todavía en algunos límites de la temporalidad lineal y de cierta nostalgia del telos. El discurso de la modernidad cambia con la pretensión de caracterizar nuestra época a diferencia de otra, como la distinción de antiguos -modernos, por ejemplo. La posmodernidad es otra fase en la discusión de la modernidad, en la que hay un rechazo de la significación moderna.
Ricoeur sitúa el problema del juez y el historiador, en los límites del conocimiento histórico. Se explora como cada uno se aproxima al espacio público, al deseo de imparcialidad y su lugar en el espacio ciudadano -democrático. Dentro de este apartado emergen algunas nociones correspondientes a la filosofía crítica de la historia como son el deseo de imparcialidad, el de unicidad/singularidad y el de la representación de lo inaceptable. Se despliega un análisis del “acontecimiento” desde el enfoque jurídico e histórico. Se critica también el “paradigma indiciario” de Ginzburg y cómo se transmite que en el se encuentra toda la operación historiográfica cuando en realidad corresponde sólo a la primera fase.
La reflexión de la historia en cuanto a su proyecto de verdad, recae en la reflexión de la interpretación. Paul Ricoeur no habló de la interpretación antes, salvo brevemente en la segunda parte cuando se abordó la representación en la operación historiográfica. Ello porque la interpretación procede más bien de la reflexión de la representación, pues se reúne en todas las fases de la “operación historiográfica”, subrayando así a la vez la imposibilidad de la reflexión total del conocimiento histórico sobre sí mismo y la validez del proyecto de verdad de la historia dentro del límite(s) de su espacio de validación. La interpretación se ha discutido en el marco de la objetividad vs. subjetividad, una visión canónica, en la que se exige al historiador conocimiento y compromiso social, en este caso, institucional. Ricoeur recorre algunos que se han aproximado a la interpretación como Raymond Aron, Henri Irenée Marrou y René Remond.
El subapartado “Historia y tiempo” señala el paso de la hermenéutica crítica a la hermenéutica ontológica dirigida a la condición histórica en cuando a modo de ser insuperable. Ricoeur recuerda la fórmula aristotélica: “el ser se dice de múltiples formas”. Este es el preámbulo de una vuelta al análisis del “ser”, que lo lleva inevitablemente a Heidegger en cuatro puntos principales: distinguir el modo de ser que somos, siempre de otro modo de ser, la temporalidad que “constituye no sólo una característica importante del ser que somos sino la que, más que otra, señala la relación de es ser con el en cuanto a ser”.[6] Heidegger propone un análisis de la temporalidad que articula las tres instancias temporales del futuro, del pasado y del presente. Además de ordenar la tripartición de la experiencia temporal, propone una jerarquización original de los modos de temporalización: temporalidad; fundamental, aquella orientada al futuro, la historicidad, en donde prevalece la relación historia -memoria y la intratemporalidad, el ser en el tiempo (presente). La fórmula recuerda, dice Ricoeur, a la desarrollada por Agustín en “Confesiones”: el presente del pasado en la memoria, el presente del futuro en la espera y el presente del presente en la intuición (atención).
Las reflexiones al olvido y “el perdón difícil” corresponden la última parte de la obra. El olvido en cuanto a destrucción de huellas o persistencia de las mismas, Ricoeur analiza antes la noción de huella. El olvido de rememoración, aquella parte de la memoria que corresponde o se da gracias al olvido, ¿puede hablarse entonces, así como con la memoria, de usos y abusos del olvido? Según Ricoeur sí, y estos se encuentra en el olvido y la memoria impedida, el olvido y la memoria manipulada y el olvido impuesto o la amnistía. Todos ellos lejos de centrarse en una conclusión precisa. A mí parecer es la parte del olvido la que deja más dudas en la obra de Ricoeur. Se percibe una cierta correspondencia negativa hacia el olvido. No se retoma el olvido de manera positiva en el sentido de que olvidar es también pasar página, pues el olvido es parte de la historia. A pesar de haber hablado antes de duelo, Ricoeur no profundiza en la necesidad del olvido para la continuación del ser en el tiempo, se limita a preguntar por qué un pasado como el Shoáh se rehúsa a pasar. Cuestión que, en todo caso podrán, según el autor, plantear los interesados en la historia del tiempo presente, pues el pasado continúa siendo y se trata de un pasado reciente.
Ricoeur en su lectura recuerda a Pierre Nora respecto a cómo después de la pérdida de la historia -memoria, vienen la preocupación por preservar los lugares de la memoria, como vehículo que permite referenciar un poco de continuidad, se verá sobrepasada por el fenómeno de la conmemoración. También habla sobre los usos y abusos de la memoria, y de cómo se buscó hacerla objeto de estudio, pero no parece haber en Ricoeur un recelo hacia el ascenso de la memoria como lo hay por ejemplo con Hartog, quien lo ve como síntoma de un presentismo latente, que de nuevo es producto de este resquebrajamiento que viene a trastocar nuestra relación con el tiempo. Mientras que Hartog se muestra escéptico frente a la historia del tiempo presente, Ricoeur pareciera estar más receptivo, aunque algunas consideraciones esbozadas en “El juez y el historiador” no fueran tampoco retomadas para profundizar sobre la memoria como suplente de la historia ni sobre cómo hablar de la historia del tiempo presente.
El perdón difícil será el cierre de una serie de problemas epistemológicos y fenomenológicos que encierran la relación con el pasado en la memoria, la historia y el olvido. ¿Qué es el perdón? Ricoeur lo mide en la profundidad de la falta y la altura del perdón. ¿Institucionalmente es posible dar el perdón? La culpabilidad criminal y lo imprescritible, la culpabilidad política y la culpabilidad moral serán discutidas. Así como el don de perdonar, el perdón frente a la promesa, el primero se formula en el presente, respecto a un pasado, y la segunda versa en una proyección a futuro. ¿Es posible el perdón incondicional? ¿Cuándo se da el perdón qué condiciones juegan entonces? ¿Podremos conducirnos a una memoria feliz?

Segunda parte. La noción de identidad. (¡¡¡SPOILERS!!! TE RECOMIENDO VER LA PELÍCULA DE "MEMENTO" PRIMERO)


¿Cuáles son las condiciones sociales y culturales que intervienen en la construcción identitaria de un individuo o nación? Si bien Ricoeur despliega múltiples insumos teóricos para repensar historiográficamente nuestro presente, nuestra idea de la historia y la memoria, me gustaría para esta reflexión final enfocarme en los que encuentro mayor desafío personal por comprenderlas y que me parece deben ser tomadas en cuenta para pensar la identidad en términos individuales y nacionales. El primero sería la cuestión del tiempo histórico, entendido ahora como la construcción -aspiración que tuvo la historia (Geschichte) en el siglo XIX de manera culminante, esta proyección lineal del tiempo con inclinación al futuro. La cual ha obtenido críticas desde entonces y de manera más enfática a lo largo del siglo XX. Esta historia Geschichte enmarca la concepción de nación, o más aceradamente, la idea genealógica de nación, que, si bien ha sido discutida ya por corrientes antigenalogistas y multiculturales continúan los problemas conceptuales en la forma de aproximarnos a la nación, la idea de nación o de su representación.
Vimos con Halbwachs cómo algunas ideas de este tipo enmarcan su construcción de la historia que lo lleva a distanciar la memoria histórica de la memoria colectiva. Pierre Nora advierte que “ya no se celebra la nación, se estudian sus celebraciones”.[7] La nación ahora además se ve amenazada por una creciente globalización, y si bien el telos ha quedado atrás, parecen resurgir resistencias que parten de las ideas del XIX, latente en los neo-nacionalismos y agudizado por nuevos problemas como la demografía y la migración.
Nuestra relación con el tiempo ha cambiado drásticamente de la percepción que se tenía en la consolidación de la historia -ciencia. Tenemos ahora la obligación de reconocer el pasado del presente, el presente del presente y el futuro de este presente. Así como el pasado de presentes “pasados”, el presente de presentes “pasados” y el futuro de presentes “pasados”. Claro que la humanidad progresa, pero no en todos los espacios se conforma el mismo tiempo, hay que repensarnos históricamente en nuevos tiempos y espacios.
Podemos hablar también de la conformación de nuestra identidad, del “yo”. Identidad en la que se relaciona pasado, presente y futuro. No es posible ni deseable vivir en el puro presente, necesitamos del pasado para orientarnos y del futuro para proyectarnos, pero ambos siempre estarán sujetos a un presente enunciativo, la memoria juega un papel crucial para saber de que presente se trata y el olvido forma parte de esta memoria personal. Se necesitan los dos en la justa medida, el olvido involuntario, pero también está el olvido forzado. ¿Qué pasa cuando está el olvido de manera patológica, incontrolable que nos obliga a vivir en el eterno presente? La identidad se pierde, casi por completo. Un buen ejemplo es Leonard, el personaje principal de Memento (Nolan, 2000) quien debido a un trauma cerebral no es capaz de almacenar nuevos recuerdos. Tiene los recuerdos de antaño, el presente de un pasado ya lejano, pero para anclar los nuevos recuerdos se sirve de fotografías instantáneas, de nuevo aparece el problema planteado por Ricoeur entre memoria e imagen. La falta, siguiendo a Ricoeur, en la película es el asesinato de su esposa, único recuerdo que mantiene el sentido de movilidad del sujeto, ante la falta sólo puede haber dos respuestas: el perdón o la venganza. El filme gira en torno esta última. La representación temporal es el tema que envuelve no sólo la trama, sino el filme entero. Pues fue filmada de manera cronológica y está editada para que el espectador la vea contada del final al inicio, editada y proyectada a la inversa. El inicio en el filme corresponde al final de la historia. Esto nos sumerge de lleno al personaje central y a su desorientación en su presente por la falta de un pasado reciente y un pasado añejo que lo obliga a seguirse proyectando en un futuro incierto.

Bibliografía:

Halbwachs, Maurice, La memoria colectiva, España, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2004. (Versión PDF)

Nora Pierre, Pierre Nora en Les Lieux de Mémoire, Santiago de Chile, Ediciones LOM/TRILCE, Tr. del francés por Laura Masello, 2009.

Nolan, Christopher, Memento, EE.UU., 2000. (Disponible en: www.netflix.com)

Pappe, Silvia, “Memoria versus historia: Desencuentros en los espacios de poder” en Maya Aguiluz Ibargüen y Gilda Waldman M. (Coords.), Memorias, (in)cógnitas. Contiendas en la historia, México, UNAM, 2007. (Versión PDF)

Ricoeur, Paul, La memoria, la historia, el olvido, México, FCE, 2004.



VídeoenYoutube: La memora, la historia, el olvido: Reseña a Paul Ricoeur




[1] Ricoeur prefiere el término respecto a “historicidad”, porque señala la situación y la condición. El autor dedica un análisis a la noción de “historicidad”, así como los motivos que enmarcaron su reconocimiento y uso en la historiografía alemana.
[2] Ricoeur adopta aquí el término de fase, aunque esto no quiere decir que se deban tomar cronológicamente, pero si hay un diálogo entre cada una en el sentido de que “cada una de estas tres operaciones posee valor de nivel de base para las otras dos, en la medida en que sirven de referentes para las otras dos”, Ricoeur, La memoria, la historia, el olvido, FCE, México, 2004, pp., 178-177.
[3] Ibidem., p. 237.
[4] Idem., p. 395.
[5] Idem., p. 399.
[6] Ibidem., p. 449.
[7] Pierre Nora, “Entre memoria e historia. La problemática de los lugares”, en Les Lieux de Mémoire, Santiago de Chile, Ediciones LOM/TRILCE, Tr. del francés por Laura Masello, 2009, p. 25.

martes, 21 de agosto de 2018

¿Qué fue la crisis del historicismo?


Por: Rebecca Grafía

Ya hemos hablado en otros espacios sobre la gestación del historicismo, sus objetivos, su visión de la historia, su exigencia hacia la práctica histórica por un lado de ser científica y, por el otro, de construir una narrativa que sólo hablara de los actores clave para el desarrollo histórico, es decir, las instituciones, el Estado y, por supuesto, la élite. El espacio en concreto era Europa, con un papel determinante de Alemania y, después de Francia. No existía historia fuera de aquí, si acaso, como señaló Ranke, regiones como China o India tenían “historia natural. Una primera crisis del historicismo fueron las críticas a esta visión dominante de la historia, que se manifestaron en Alemania casi al mismo tiempo de su surgimiento. Sin embargo, no se abandonó la visión pragmática de la historia, ni siquiera con Weber o Marx, aunque claro en el caso de Marx, destaca su análisis de lo “latente”, es decir, de la ideología.
Una segunda crisis del historicismo, en la cual tampoco abundaré, se dio a finales del siglo XIX en lo que compete a la cientificidad de la historia. El historicismo fue criticado no porque su aspiración a ser ciencia fuera absurda, imposible, un error (esta lectura llegaría mucho más tarde) sino porque no fue lo suficientemente científico. Ante una exigencia aun mayor, vendrían respuestas como la sociología, la historia económica social en Alemania, la Escuela de los Annales en Francia y la historia científico social en Estados Unidos, espacio en donde se desarrollaría a raíz de ello el “nuevo historicismo”, mayores fuentes y sujetos pero sin perder la rigurosidad científica.
Una tercer crisis vino a en las décadas de 1960 y 1970, cuando los descubrimientos arqueológicos, la tecnología, dos guerras mundiales, el desarrollo de la lingüística y la semiótica, etc. Llevarían a un replanteamiento severo de todas las ciencias sociales y las humanidades, así como de las certezas del Régimen de Historicidad Moderno en obras clave como la del historiador de la ciencia Thomas Kuhn Las Revoluciones Científicas (1960) en el que se presentaba a la ciencia como un discurso histórica y culturalmente condicionado entre personas que están de acuerdo en las reglas que gobiernan este discurso. “A partir de Kuhn se reconoce –no sin polémica- que el conocimiento científico está constituido socialmente mediante comunidades de intereses institucionales y de grupo”.[1]
Por otra parte, las discusiones tuvieron como eje central el lenguaje, ya antes de Kuhn podemos encontrar ensayos y artículos al respecto, se trazaron distintas teorías del lenguaje con tonalidades que van desde lo radical hasta lo conciliador en cuanto a la función del lenguaje. Se trataba de saber si el lenguaje sólo expresa la realidad, o si es la realidad, o si condiciona la realidad, etc. Barthes y Foucault fueron de los más radicales al decir que “el texto se contiene a sí mismo” o afirmar la “desaparición del autor, el significado y la intencionalidad”. (Aunque en Foucault vemos más adelante replanteamientos aproximándose a una tonalidad histórica). Derrida afirmaba que “ya no existe la unidad significado –significante”. Esto para la historiografía significaba que el mundo carecía de significado, sin actores, sin coherencia, etc. Otro ejemplo de cómo se vino a replantear la visión y a forma de hacer historia se encuentra en los ensayos de Joan Scott Género e historia. “En su intento por establecer las bases de una lectura feminista de la historia, en sus formulaciones teóricas asume una posición considerablemente más radical respecto a la importancia del lenguaje, que la de cualquiera de los historiadores que hemos discutido. Al contrario de estos historiadores, ella adopta explícitamente el concepto de lenguaje de Derrida y el concepto de poder de Foucault. Está de acuerdo con Derrida en que el lenguaje tradicional establece un orden jerárquico que consistentemente, a lo largo del tiempo, ha subyugado a las mujeres. De forma similar, acepta la noción de Foucault de que el conocimiento constituye poder y dominación”.[2] Scott argumenta que el género, en un sentido social y político, en contraste con uno biológico, no es un hecho dado de la naturaleza sino que está “constituido” por el lenguaje.
¿Qué es lo que dejó esta tercera crisis o “giro lingüístico” a la práctica histórica? La importancia de la teoría lingüística y literaria en su larga tradición desde Barthes a Derrida y Lyotard dejó en claro que “la historia considerada como una totalidad no tiene unidad o coherencia inmanente, toda concepción de la historia es una construcción constituida a través del lenguaje, los seres humanos en cuanto sujeto no tienen una personalidad libre de contradicciones y ambivalencias, todo texto puede además ser leído y reinterpretado.”[3] La realidad es comunicada y constituida por el lenguaje, el meollo del asunto es que la historia todavía persigue un “pasado real”, y ante ello se han desplegado diversas posturas desde las más radicales e interdisciplinarias hasta las más preocupadas en resguardar y continuar el método histórico.[4]
Una cuarta crisis del historicismo se podría ubicar en 1990. La caída de la URSS y la unificación de Alemania fueron sucesos percibidos en su momento como totalmente impredecibles. Contrario a la lectura que insiste en darle correspondencia a estos hechos como producto del abandono de las grandes narrativas, esta forma de verlo no se dio en el momento en que ocurrieron. Fukuyama celebraba la civilización occidental y afirmaba que el orden económico mundial empujaría al verdadero “fin” (objetivo) de la historia: la representación democrática, con la cual el anhelo de la libertad humana y la cultura estarían garantizadas. Mientras tanto, las formas de hacer historia habían cambiado considerablemente, un buen ejemplo de ello es la Escuela de los Annales, que tras tres generaciones que compartieron una visión de la historia global, llegaba una cuarta en la que esta visión estaba por completo caducada y que reflejó las discusiones y las nuevas formas de hacer historia en el cambio del título de la revista y en los temas tan contemporáneos y diversos que se presentaban ahora en sus propuestas.[5]
Más adelante Hayden White y Dominick La Capra llevarían la discusión a un tono más conciliador. Se reconocía que la historia compartía características con la literatura en su construcción, en la imaginación, etc. Incluso Ranke había reconocido ya las condiciones retóricas o literarias de la historia, de ahí que hacer historia fuera también un arte, el cual requiere de un método para dominarlo. Sin embargo, había resistencia de parte de los historiadores para concebir que la historia fuera ficción, en 1993 Chartier declaraba que “incluso si el historiador escribe de forma literaria no por ello produce literatura”. “Su obra depende del trabajo de archivos y, aunque sus fuentes no se presenten de una forma carente de ambigüedad, están sujetas, no obstante a criterios de fiabilidad. El historiador está siempre alerta ante la fabricación o la falsificación de la evidencia y, por lo tanto opera con una noción de verdad, por muy complejo e incompleto que sea el camino que conduce a ella.”[6] No hay un nuevo paradigma para la historia todavía, aunque si mucha más pluralidad.
En este punto, “la fe en las grandes narrativas que mostraban la modernización del mundo occidental como la culminación de un proceso histórico; se encuentra irremediablemente perdida”.[7] Ya no hay posibilidad de una gran narrativa que otorgue coherencia y significado a la historia. En los siglos XVIII y XIX la noción predominante era la de una historia (Geschichte) que permite a una narrativa continua del desarrollo histórico en la que personajes clave son las instituciones, el Estado y la élite, así como un espacio concreto (Europa). El final de la historia sería expresado en las obras de Hegel, Ranke, Comte, Weber y Marx.
Lejos estamos de la visión de la historia del XIX, pero la pérdida de narrativa no quiere decir que se haya perdido todo significado. “En lugar de un proceso significativo, se trata de un pluralismo de escrituras.”[8] Los problemas epistemológicos se encuentran lejos de agotarse, en nuestra práctica histórica queda mucho por cuestionar si se quiere llegar a nueva forma de historia (disciplina), aunque esta siga persiguiendo la profesionalización y el espacio universitario.
Actualmente sabemos que las fuentes no son garantía de verdad, que el pasado no se encuentra en los documentos y que un método riguroso no nos llevará a decir las cosas tal y como son, pero los historiadores no hemos abandonado el compromiso de la honestidad histórica perseguida desde Ranke. La historia como actividad concreta ha mantenido varios de los procedimientos metodológicos de la historia anterior, aunque ha habido respuestas de “outsiders” que permiten pensar en formas de hacer historia mucho más variadas tanto en temas y sujetos como en nociones teóricas o problemas epistemológicos. Entre estos “outsiders” encontramos a Lévi –Strauss, Michel Foucault y Paul Ricoeur pero también a historiadores como Reinhart Koselleck o Michel de Certeau.
El historiador no pretende, como el autor de literatura, entretener al lector. Le interesa construir conocimiento. En este sentido, el “desafío posmoderno” es amplio pero no imposible. Se trata de que el historiador se observe y reflexione en su proceso de hacer historia, cada una de las fases encierran problemas epistemológicos, los cuales pueden y deben ser tratados independientemente del periodo, lugar o sujeto que nos interesen.





Bibliografía
Georg G. Iggers, La historiografía del siglo XX. Desde la objetividad científica al desafío posmoderno, México, FCE, 2012. (Véase con especial atención introducción y capítulos 1-5).

Luis Gerardo Morales Moreno (compilador) Historia de la historiografía contemporánea (de 1998 a nuestros días), México, Instituto Mora, 2005.




[1] Luis Gerardo Morales Moreno (compilador) Historia de la historiografía contemporánea (de 1998 a nuestros días), México, Instituto Mora, 2005, p. 11.
[2] Georg G. Iggers, La historiografía del siglo XX. Desde la objetividad científica al desafío posmoderno, México, FCE, 2012, p. 212.
[3] Ibidem., p. 214.
[4] Un buen ejemplo de una postura conservadora, en el sentido de defensa del método histórico tradicional y un rechazo a algunas premisas posmodernas, lo tenemos en el artículo de Keith Windschuttle, “Una crítica l giro posmoderno en la historiografía occidental”, en Luis Gerardo Morales Moreno (compilador) Historia de la historiografía contemporánea (de 1998 a nuestros días), México, Instituto Mora, 2005, pp. 257-277.
[5] En enero de 1994 la revista abandonó el subtítulo Economies. Sociétés, Civilisations., que había utilizado desde el término de la Segunda Guerra Mundial, y lo reemplazó por Histoire, Sciences Sociales. Los números de la década de 1990 se enfocaban en temas tan variados como la apertura de los archivos soviéticos, la organización del trabajo en Japón, el enfrentamiento del pasado en Vichy, la modernización de las sociedades tradicionales, los aspectos del desarrollo del capitalismo estadounidense, el sida y la política en Zaite, la violencia religiosa en India y Argelia, pero se enfocaban también en temas tradicionales del periodo medieval y moderno temprano, como la centralización del poder del Estado en las sociedades europeas y asiáticas, la sociabilidad urbana en la Edad Media, etc. Véase Iggers, Op. Cit., p. 223.
[6] Ibidem., p. 225.
[7] Ibidem., p. 233.
[8] Ibidem., p. 229.

martes, 14 de agosto de 2018

Tips para comenzar a escribir


Por: Rebeca Mejía

A lo largo de mi trayectoria como historiadora escribir ha sido un reto constante. Frente a las diversas dificultades que se fueron presentando en los distintos niveles de formación, recurrí a manuales de escritura, tanto para literatura como para científicos sociales. El que más me ha gustado y al que recurro ahora de nuevo en un momento en el que estoy empezando de cero con mi tema de investigación, a pesar de casi tener un año ya en el doctorado, es Manual de escritura para Científicos Sociales, del sociólogo estadounidense, heredero de la Escuela de Chicago, Howard Becker. El libro se diferencia de muchos otros manuales para escribir en las ciencias sociales y las humanidades, porque es un análisis autocrítico que el autor realiza a sus treinta años de trayectoria; ilustrando las mañas y vicios de la escritura académica y científica y de cómo afectan en la formación y percepción de la élite intelectual, así como en el entendimiento y práctica de la escritura en este ámbito especializado. Sus críticas a la academia y sus acertadas recomendaciones para escribir, hacen que este libro continúe vigente. Prueba de ello son sus constantes reediciones desde su primera versión en 1986 a cargo de la Universidad de Chicago.
A continuación recorro algunas de las reflexiones, anécdotas y prácticas que me han ayudado en mi proceso de escritura. Y de cómo las he resignificado a lo largo del tiempo, precisamente porque mi proceso de escritura no ha sido el mismo siempre.

1)    ¿Cómo escribes?
En los seminarios que realizaba Becker preguntaba a sus alumnos cómo escribían. Le interesaban las actividades que realizaban antes, durante y después de escribir. Muchos de ellos confesaban sus rutinas, más parecidos a rituales o mañas neuróticas, pero sin las cuales les eran imposible comenzar a escribir. Por ejemplo; tener la casa limpia, fue una respuesta recurrente entre las mujeres. Cosa que también hago antes de comenzar a escribir. Pero lo que le interesa a Becker señalar, es que la fe en esas prácticas de parte de estudiantes y colegas refleja la angustia de por un lado, tener que escribir bien a la primera, lo cual es una creencia errónea, pues nadie escribe el producto final que todos conocemos de un plumazo. Y, por el otro, el temor profundo a la equivocación y el ridículo. De esto se desprenden los siguientes dos puntos.


2)    Entender que la escritura tiene distintos etapas.
La escritura es un proceso de distintas fases, y cada etapa requiere distintos estándares de exigencia. No hay que leer el primer borrador según los parámetros de un texto terminado. Es importante tener lectores para las distintas etapas de nuestro trabajo.
Es falso que la versión final que conocemos sea un artículo, ponencia o libro publicado, haya sido la primera versión del autor. Lo cierto es, que existe (o debería existir) un arduo proceso de escritura y reescritura. ¿Por qué no se admite o por qué no se habla de esto? Porque es mal visto, lo cierto es que precisamente por la presión de autoridad y legitimidad de las disciplinas como prácticas científicas, se esconde el hecho de que hay habido replanteamientos, y se presenta la información final como si siempre se hubiera buscado lo que se presenta o como si no hubiéramos dudado del camino que elegimos para explorar el tema. Kuhn ya señalaba cómo las revoluciones científicas encubren fallos o giros en sus planteamientos.
En resumidas cuentas, no hay una manera preestablecida o correcta de escribir, aunque la creencia sea la contraria. Es necesario un arduo proceso de reescritura y exploraciones antes de llegar a un producto final. Becker señala el fuerte recelo que existe hacia la reescritura y edición, se tiene la idea de que hay que escribir bien a la primera, lo cual hacia que veamos el primer borrador como un fracaso, cuando lo cierto es que tiene un papel crucial en el proceso de escritura.

3)    El reto de escribir “científicamente”
El autor narra la anécdota de cómo una asesorada suya le pidió revisar página por página las correcciones que el sugirió en su tesis. La mayoría de las correcciones fueron oraciones pasivas eliminadas o cambiadas a oraciones activas, así como el recorte de toda expresión rimbombante o pretenciosa, pero cuidando de que la idea central así como los matices no se perdieran. Por ejemplo, donde la alumna había escrito: “En este capítulo examinaremos el impacto que tiene el dinero, o más específicamente, los ingresos independientes, sobre la relación entre esposo y esposa, con particular atención al ámbito de los asuntos financieros…”, Becker sustituyó por “En este capítulo mostraremos que los ingresos independientes modifican la manera en que esposo y esposa manejan los asuntos financieros”. También sustituyó expresiones como “posición unificadora” por “acuerdo” o “confrontaron el tema” por “hablaron”.[1]
Si bien al final la alumna admitió que el texto era más claro y que expresaba lo que realmente ella había querido decir seguía mostrando cierta inconformidad. Y la razón era que lo que se leía carecía de “clase”, es decir, no parecía que una socióloga lo hubiera escrito sino alguien cualquiera. No sonaba lo suficientemente profesional o científico como otros textos o maestros con los que precisamente se había formado, aunque debía admitir que la mayoría eran productos aburridos, rimbombantes y pretenciosos que al final no decían mucho. Pero, entonces, ¿por qué replicamos esta manera de escribir? Aquí el autor explora el problema de la cientificidad, la autoridad y la legitimidad. Y sin embargo, si se es honesto frente a la información recolectada, y se sigue un proceso de reescritura y edición es posible abandonar poco a poco las oraciones pasivas, desarrollar un estilo propio y mantener un status riguroso. El problema es que nuestras jerarquías no funcionan de ese modo, generalmente se nos exige escribir primero así, antes de desarrollar un estilo propio.
Otro problema respecto a la autoridad, es cuando asumimos una postura teórica para abordar el problema que queremos analizar antes de hacerlo. Por ejemplo, decir que lo veremos desde el funcionalismo o el marxismo, y al final encontrarnos conque intentando encajar la teoría, antes de explorar, esta se contrapone con lo que realmente queremos decir. Generalmente esto ocurre por temor a la equivocación o por querer estar del “lado correcto” de un tema. El problema, señala Becker, es la profesionalización, el anhelo y esfuerzo por formar parte de una élite académica o intelectual, incide en la resistencia de los estudiantes por escribir de manera ordinaria, aunque esto quite claridad.

4)    El borrador de “plumazo”
Becker aconseja escribir el primer borrador de un plumazo, sin pensarlo demasiado, a toda velocidad y sin notas, para descubrir qué nos gustaría decir, qué nos ha llevado a pensar todo el trabajo de lectura que hemos hecho. Se trata de escribir espontáneamente y no hacer correcciones de estilo. La edición y corrección será en otra fase del proceso. Si obedecemos las directivas y escribimos lo que se nos viene a la cabeza, descubriremos que no tenemos la abrumadora variedad de opciones que temíamos tener para explorar un tema. Veremos, una vez que hayamos trasladado nuestras ideas al papel, que en su mayoría son ligeras variaciones de unos pocos temas. Sabemos lo que queremos decir, y cuando de tengamos las diferentes versiones delante de los ojos, comprobaremos sin dificultad lo triviales que son las diferencias. “El mismo truco ayuda a los estudiantes que se estancan a la hora de elegir el tema de su tesis. Les pido que escriban, en una o dos oraciones, cien ideas de tesis diferentes. Son pocos los que superan las veinte o veinticinco sin darse cuenta de que sólo tienen dos otras ideas, que casi siempre son variaciones de un tema común”.[2]
El primer borrador nos permitirá identificar que conceptos son necesarios esclarecer. Si comenzamos a escribir, antes de reunir toda la información necesaria, será más fácil despejar las ideas y tener claridad en lo que se desea analizar y, por tanto, en la información que necesitamos.

5)    Hacia el segundo borrador
Una vez que tenemos el primer borrador, es hora de leerlo y de distinguir en él oraciones pasivas o evasivas, oraciones afirmativas así como ideas que valga la pena desarrollar, aunque necesiten mayor argumentación. Es un error creer que para comenzar a escribir se necesita haber recabado y leído toda la información, hay quienes no se disponen a escribir sino hasta tener a la mano todas sus notas y libros. De ahí que sea tan importante el primer borrador, porque nos permitirá trazar las ideas a desarrollar y la información que debemos recabar, para pasar a un segundo borrador.
Para recomenzar hay que iniciar con las tareas más sencillas y escribir las partes más fáciles primero. Es un error de puristas creer que se tienen que comenzar con lo más difícil. jajUna primera etapa sería ordenar el material a revisar una vez identificadas la idea central y los temas secundarios que queremos desarrollar. Luego, tomar notas de lo que hemos leído, lo más claras y personales, pues estas nos ayudarán con el proceso de fichas. Posteriormente, transcribir las ideas clave de la información recabada en fichas, no descartar ninguna. Clasificar estas fichas en temas, ¿qué ideas parecen ir juntas?
Una vez que hayamos armado las pilas, pon una tarjeta encima de las demás, que sintetice todas las anteriores, si no se te ocurre alguno, retirar las tarjetas que no corresponden y volverlas a revisar. ¿Por qué no encajan? ¿Es realmente lo que quiero decir? Se pueden organizar de manera lineal o en relaciones subordinadas. El ejercicio permite explorar que hay muchas maneras de explicar lo que queremos decir y reflexionar cuál elegiremos, pues la organización de la información si afecta en la explicación de la misma, es necesario más de una exploración para llegar a la que queremos utilizar, a fin de evitar malinterpretaciones en las etapas posteriores, aquí debemos comenzar a pensar en nuestros lectores.

6)    La escritura: un conjunto de decisiones.
El proceso de escritura se compone de pensar qué idea quiero expresar, en qué momento, qué palabras usar y en qué orden, que ejemplos vamos a ofrecer para dejar en claro lo que quiero decir, etc. Estas preguntas se encuentran en cada fase de la escritura, desde el primer borrador hasta la versión final. Más adelante hablaremos de cómo se transforman estas preguntas en la fase de reescritura y edición.




Howard Becker, Manual de escritura para científicos sociales. Cómo empezar y terminar una tesis, un libro o un artículo, Buenos Aires, Siglo XXI, 2011.



[1] Howard Becker, Manual de escritura para científicos sociales. Cómo empezar y terminar una tesis, un libro o un artículo, México, Siglo XXI, 2011, pp. 47 -48.
[2] Ibidem., p. 78.

martes, 7 de agosto de 2018

¿Qué es la historia oral?


Por: Rebecca Grafía

Hablar de historia oral implica hablar primero de las formas de pensar y hacer la historia. En el siglo XIX, se pensaba a la historia como un proceso pragmático, y, la forma de hacer historia era de manera racional, regida por un método, el historiador debía apegarse a los hechos, creían que el pasado se encontraba en los documentos y que ordenándolos daban como el sentido de la historia. Al mismo tiempo, se pensaba que hacer historia debía seguir un método riguroso, se trataba de alcanzar un status científico debido a esto los testimonios orales, fueron rechazados tajantemente considerados como fuentes subjetivas, variables e inexactas.
Una primera crisis de esta forma de hacer historia podría ubicarse en las críticas que se hicieron en Alemania misma cuando se encontraba en auge. Autores como Ernst Troeltsh y Fridrich Meinecke usaron el término historicismo para identificar la visión dominante, no sólo en los medios académicos alemanes del siglo XIX, sino también dentro del sólido Bügertum.[1] Recordemos que Ranke cuando pensaba en su Historia Universal, hablaba de los Estados –Nación europeos, especialmente de Alemania, el espíritu de la historia se encuentra en las instituciones que los Estados crean, y cualquier atento contra ellas es un atento contra el plan divino, pues la causalidad última era Dios, un dios racionalizado. En esta concepción regiones como India o Japón no eran consideradas por Ranke como parte de una historia universal, pues carecían de historia, a lo mucho llegaban a tener una “historia natural”, aun no se habían adherido a la “verdadera historia” o al “verdadero espíritu histórico”. A pesar de todas estas críticas, el modelo universitario alemán y la forma de hacer historia, fue replicada en la mayoría de las universidades sin pensar a fondo en las implicaciones de pensar una historia elitista, lineal, acumulativa. Incluso Marx, que veía procesos más amplios, no llegó a abandonar la visión pragmática de la historia. Leopoldo Von Ranke, nombrado “padre de la ciencia histórica” a finales del mismo siglo.
A finales del siglo XIX y principios del siglo XX, tenemos una segunda crisis del historicismo, cuando los historiadores comenzaron a darse cuenta de que los procesos históricos son mucho más amplios, más que sólo la historia de las instituciones o el Estado y comenzaron a preguntarse por otros sujetos. Sin embargo, seguían preocupados por la rigurosidad científica, así hubo distintas respuestas para estudiar la sociedad y el pasado de manera buscando métodos más efectivos: la sociología, la historia científico –social en Estados Unidos, la Escuela francesa Annales, la historia económico –social en Alemania, la historiografía marxista británica, etc.
Según David Mariezkurrena, “Las viejas obsesiones positivistas de reproducir el hecho tal y como sucedió, y contar la historia a partir de la vida de los «grandes hombres» de la sociedad y de la política –que anteriormente se suponía eran los verdaderos responsables del devenir histórico– pasaron gradualmente a un segundo plano. Esta Historia ya no busca la «verdad absoluta», sino que se interesa por todo cuanto el hombre dice, escribe, siente e imagina. Este nuevo enfoque supuso la apertura de un horizonte casi infinito de testimonios y fuentes para la reconstrucción histórica.”[2] Me parece que hay que tener cuidado con esta afirmación, puesto que si bien hubo una apertura para repensar la historia y las formas de hacer historia, el halo positivista no se desvaneció del todo. Por otra parte, es necesario considerar el contexto histórico, luego de la Segunda Guerra Mundial, pudiera ubicarse una tercera crisis del historicismo en dónde comenzaron a resurgir nociones como testigo, testimonio e historia oral.
No es casualidad que en el año 1948, "el periodista Allan Nevins fundó en Nueva York, en la Universidad de Columbia, el primer centro de Historia Oral, con el objeto de recuperar los testimonios de pequeñas comunidades y grupos sociales. Esta iniciativa fue secundada por la Universidad de Berkeley (EE. UU.), que en 1954 creó un archivo de fuentes orales para ser utilizado en el futuro por estudiantes e investigadores. A partir de entonces, en Estados Unidos se produjo un proceso de institucionalización de las fuentes orales con la creación de numerosos archivos por iniciativa de sociedades históricas y bibliotecas.”[3] Observamos cómo en la segunda mitad del siglo XX se buscó “la utilización de testimonios directos de personas que participaron, como testigos o protagonistas, en la gestación de un hecho histórico, ha sido objeto de arduas investigaciones no sólo por la historia, sino también por parte de otras disciplinas como la sociología, la antropología, la psicología o la lingüística”.[4]
Me gustaría detenernos en la noción de testimonio, el autor apunta que “el testimonio oral ha sido utilizado desde épocas muy antiguas, antes incluso que el escrito, para conocer el pasado. El mismo Heródoto se apoyó en este tipo de fuentes para describir las Guerras Médicas, así como su sucesor Tucídides se valió testimonios orales para narrar el conflicto del Peloponeso. Los cronistas medievales tampoco desdeñaron el testimonio oral, incluso en el siglo XVIII el ilustrado Voltaire se sirvió tanto de fuentes escritas como del relato de testigos para redactar su libro El siglo de Luis XVI, al igual que Michelet escuchó a su padre para entender mejor el espíritu de la Revolución.”[5] Vemos entonces cómo la noción de testimonio oral goza de historicidad, no ha sido la misma siempre. En el siglo XIX el testimonio oral generó desconfianza y fue rechazado por el método histórico. A mitad del siglo XX, si bien la disciplina histórica contemplaba otros procesos y sujetos, así como el presente para hacer la historia, seguían preocupados por la cientificidad de la disciplina. ¿Cómo fue entonces esta reapropiación del testimonio oral?
Para la década de los setenta, tenemos la tercera crisis del historicismo, luego de la Segunda Guerra Mundial y con la publicación de obras como La Estructura de las Revoluciones Científicas de Thomas Kuhn, La escritura de la historia de Michel de Certeau, El orden del discurso de Michel Foucault entre otras, que vinieron a cuestionar las certezas construidas por la Modernidad, en un contexto de resistencia que se estaba gestando desde los años 60’ ante las herencias fascistas. Todo lo anterior contribuyó a que se cuestionara profundamente la manera de hacer historia, aunque sin abandonar el paradigma científico. Los avances tecnológicos permitieron hacer el método de la historia oral mucho más riguroso, grabar al testimonio para evitar alteraciones. Aquí persiste un halo positivista muy evidente, tanto en la visión de la historia oral como un método para hacer historia, reduciendo al testimonio en su complejidad discursiva y moldeándolo como fuente, así como en el “perfeccionamiento” de la metodología gracias a la tecnología.
En los setenta los historiadores de lo contemporáneo, respondieron luego de reflexionar, historia oral, sí, pero a condición de hablar de “fuentes orales”.[6] Testigo, tecnología, inscribirlo en sus registros como fuentes orales. Hartog denuncia que no es lo mismo ser testigo que fuente, el historiador reduce a eso su testigo, el testigo es capaz de hablar sin intermediarios, que pasará entonces cuando la memoria sea mercantilizada y sacralizada, fragmentada y formateada, estallada y exhaustiva, escapando de los historiadores y circulando on line, como la historia verdadera de la época”.[7] Hartog denuncia aquí la pérdida de evidencia y la pérdida de claridad del papel de los historiadores.
Más adelante, Claude Lanzmann se opuso en efecto a los historiadores, y eso que el denominaba su “punto dominante”. Con filme Shoah (1985) él quiso rehabilitar el testimonio oral. “Su película es de testigos y sobre el testimonio, no sobre sobrevivientes y su destino, sino ante todo sobre la “radicalidad de la muerte”. “Shoah”, ha dicho y repetido, no está en el orden del recuerdo, sino en el de lo “inmemorial”, porque su verdad está en “la abolición de la distancia entre pasado y presente. Su fuerza es en efecto hacer ver al espectador a “los hombres que entran en su ser de testigos”.[8]
El fenómeno del ascenso del testimonio Hartog lo percibe en dos espacios: el espacio estadounidense y el francés, aunque claro, acompañado de la memoria y el testigo, su manifestación se desplazó poco a poco a otros puntos. Aun así, Hartog señala que “quien quiera reflexionar sobre el fenómeno del testimonio no puede, ciertamente, más que partir de la centralidad presente de Auschwitz y luego, también, o en primer lugar, de la centralidad del Holocausto en el espacio estadounidense, donde el fenómeno puede ser abordado, me atrevo a decir, en su fuerza y en su nitidez”.[9]
El monumento más emblemático resulta ser el Holocaust Memorial Museum de los Estados Unidos construido junto al Washington Mall en inaugurado en 1993. “Toda la pedagogía del museo apunta a llevar a los visitantes, durante su visita, a identificarse con las víctimas. Al principio, se distribuía incluso, a cada visitante, el facsímil de una identificación de alguno de los deportados, luego se podía seguir su recorrido.” Según Hartog, el objetivo es convertir al visitante en un testigo delegado, un testigo solidario, un vicarious witness.[10]
En 1994, se creó la Survivors of the Shoah Visual History and Foundation (Fundación de la historia visual de la Shoah), pensada y concebida por Steven Spielberg “Quiero la historia de cada uno de ellos...Memoria y pedagogía, pero para los jóvenes de hoy con DR -Rom y acceso en línea…se trataba en suma de volver al presente una realidad pasada por la mediación de lo virtual, con fines pedagógicos.”[11]
¿Cómo opera actualmente la historia oral? David Mariezkurrena, en su artículo La historia oral como método de investigación histórica, refiere los antecedentes de la historia oral, mencionando brevemente elementos que nos permitirían pensar en la historicidad del testimonio oral y la historia oral. Habla del interés creciente por ambos de parte de diversos colectivos docentes y de investigación por los testimonios de la “gente común”, con el objetivo de reconstruir la vida cotidiana urbana y rural.
Expone y discute las críticas más frecuentes que persisten hacia la historia oral como son la “escasa fiabilidad” y la subjetividad que las envuelve en su poca credibilidad debido a las limitaciones propias de la memoria humana a la hora de recordar datos o fechas precisas. Vemos cómo persiste entre líneas una cultura positivista en este tipo de críticas, pues pareciera que se sigue apelando a veracidad absoluta. Por último, hay una defensa del autor hacia la historia oral como una herramienta de trabajo, su uso en la práctica interdisciplinaria y su utilidad en el aula cómo estrategia para la comprensión del pasado.
En su artículo Historia oral y contemporaneidad, Paul Thompson nos narra su paso por la historia oral a lo largo de su carrera. Su primer acercamiento con ella pensándola como un método hasta ahora con una visión interdisciplinaria que incluye la antropología, la psicología, la sociología y la economía. Para el autor “la mejor investigación de historia oral es aquella que abarca tanto la comprensión e interpretación de las vidas individuales como un análisis social más amplio”.[12] Una investigación que recoja lo más desafiante de la visión cuantitativa pero también de la cualitativa. Lo primero, incluyendo estadísticas y cuestionarios. La segunda en las entrevistas individuales, tomando en cuenta la visión cuantitativa, para evitar una mera narración o reflexión personal sin conclusiones. En otras palabras, hacer una historia oral que abarque la “muestra”, en una suerte de combinación de evidencias. Esto se puede lograr prestando atención al cambio demográfico por ejemplo. El punto es que el historiador oral comprenda y desarrolle la capacidad explicativa que existe tanto en el estudio cuantitativo como en el cualitativo.
Muchos son temas son los que se pueden explorar haciendo historia oral, pero el autor distingue cuatro principales: las voces ocultas; aquellos que viven al margen del poder como las mujeres, obreros, indígenas, comunidades rurales, etc. Las esferas escondidas; la ancianidad pero también el crimen, la violencia y las drogas, se trata de un estudio difícil y peligroso, especialmente en un estudio de tiempo contemporáneo. La tradición oral; los mitos y las tradiciones que pueden ser abordados desde múltiples enfoques como instancias de formación social de la memoria, como folklore, como deformaciones de la verdad histórica, como invenciones de la tradición, etc. Y, por último, el establecimiento de conexiones; migraciones, historias familiares, memoria, conciencia social individual y colectiva.[13]
Al final, Thompson advierte de los desafíos actuales para el historiador oral como: ser absorbido por el testimonio, la importancia de compartir el material, las nuevas tecnologías de comunicación y el despertar y transmisión de un tipo de conciencia, así como el papel de la historia oral en la formación de la identidad frente a la globalización.




Bibliografía:
Georg G. Iggers, La historiografía del siglo XX. Desde la objetividad científica al desafío posmoderno, México, FCE, 2012.

David Mariezkurrena Iturmendi, La historia oral como método de investigación histórica, en Gerónimo de Uztariz, núm. 23/24 znb., pp. 227-233 orr. Consultado en línea: file:///C:/Users/Usuario/Downloads/Dialnet-LaHistoriaOralComoMetodoDeInvestigacionHistorica-3264024.pdf

François Hartog, Evidencia de la historia, México, UIA, 2011.

Paul Thompson, Historia oral y contemporaneidad, ANUARIO N° 20 - Escuela de Historia - FH y A – UNR. Recuperado en: file:///C:/Users/Usuario/Downloads/204-353-1-PB.pdf



[1] Georg G. Iggers, La historiografía del siglo XX. Desde la objetividad científica al desafío posmoderno, México, FCE, 2012, p. 58.
[2] David Mariezkurrena Iturmendi, La historia oral como método de investigación histórica, en Gerónimo de Uztariz, núm. 23/24 znb., pp. 227-233 orr. Consultado en línea: file:///C:/Users/Usuario/Downloads/Dialnet-LaHistoriaOralComoMetodoDeInvestigacionHistorica-3264024.pdf
[3] Ibidem., p. 228.
[4] Idem.
[5] Ibidem., p. 227.
[6] Hartog, François, Evidencia de la historia, México, UIA, 2011
, p. 202.
[7] Idem.
[8] Ibidem., pp. 203 -204.
[9] Ibidem., p. 185.
[10] Ibidem., pp. 186 -187.
[11] Ibidem., p. 187.
[12] Paul Thompson, Historia oral y contemporaneidad, ANUARIO N° 20 - Escuela de Historia - FH y A – UNR. Recuperado en: file:///C:/Users/Usuario/Downloads/204-353-1-PB.pdf
[13] Ibidem., pp. 22 -24.

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Universidad Veracruzana Facultad de Historia EE Didáctica de la historia Actividad: De historiador a historiador Modalidad: Charla Virtual F...