martes, 7 de agosto de 2018

¿Qué es la historia oral?


Por: Rebecca Grafía

Hablar de historia oral implica hablar primero de las formas de pensar y hacer la historia. En el siglo XIX, se pensaba a la historia como un proceso pragmático, y, la forma de hacer historia era de manera racional, regida por un método, el historiador debía apegarse a los hechos, creían que el pasado se encontraba en los documentos y que ordenándolos daban como el sentido de la historia. Al mismo tiempo, se pensaba que hacer historia debía seguir un método riguroso, se trataba de alcanzar un status científico debido a esto los testimonios orales, fueron rechazados tajantemente considerados como fuentes subjetivas, variables e inexactas.
Una primera crisis de esta forma de hacer historia podría ubicarse en las críticas que se hicieron en Alemania misma cuando se encontraba en auge. Autores como Ernst Troeltsh y Fridrich Meinecke usaron el término historicismo para identificar la visión dominante, no sólo en los medios académicos alemanes del siglo XIX, sino también dentro del sólido Bügertum.[1] Recordemos que Ranke cuando pensaba en su Historia Universal, hablaba de los Estados –Nación europeos, especialmente de Alemania, el espíritu de la historia se encuentra en las instituciones que los Estados crean, y cualquier atento contra ellas es un atento contra el plan divino, pues la causalidad última era Dios, un dios racionalizado. En esta concepción regiones como India o Japón no eran consideradas por Ranke como parte de una historia universal, pues carecían de historia, a lo mucho llegaban a tener una “historia natural”, aun no se habían adherido a la “verdadera historia” o al “verdadero espíritu histórico”. A pesar de todas estas críticas, el modelo universitario alemán y la forma de hacer historia, fue replicada en la mayoría de las universidades sin pensar a fondo en las implicaciones de pensar una historia elitista, lineal, acumulativa. Incluso Marx, que veía procesos más amplios, no llegó a abandonar la visión pragmática de la historia. Leopoldo Von Ranke, nombrado “padre de la ciencia histórica” a finales del mismo siglo.
A finales del siglo XIX y principios del siglo XX, tenemos una segunda crisis del historicismo, cuando los historiadores comenzaron a darse cuenta de que los procesos históricos son mucho más amplios, más que sólo la historia de las instituciones o el Estado y comenzaron a preguntarse por otros sujetos. Sin embargo, seguían preocupados por la rigurosidad científica, así hubo distintas respuestas para estudiar la sociedad y el pasado de manera buscando métodos más efectivos: la sociología, la historia científico –social en Estados Unidos, la Escuela francesa Annales, la historia económico –social en Alemania, la historiografía marxista británica, etc.
Según David Mariezkurrena, “Las viejas obsesiones positivistas de reproducir el hecho tal y como sucedió, y contar la historia a partir de la vida de los «grandes hombres» de la sociedad y de la política –que anteriormente se suponía eran los verdaderos responsables del devenir histórico– pasaron gradualmente a un segundo plano. Esta Historia ya no busca la «verdad absoluta», sino que se interesa por todo cuanto el hombre dice, escribe, siente e imagina. Este nuevo enfoque supuso la apertura de un horizonte casi infinito de testimonios y fuentes para la reconstrucción histórica.”[2] Me parece que hay que tener cuidado con esta afirmación, puesto que si bien hubo una apertura para repensar la historia y las formas de hacer historia, el halo positivista no se desvaneció del todo. Por otra parte, es necesario considerar el contexto histórico, luego de la Segunda Guerra Mundial, pudiera ubicarse una tercera crisis del historicismo en dónde comenzaron a resurgir nociones como testigo, testimonio e historia oral.
No es casualidad que en el año 1948, "el periodista Allan Nevins fundó en Nueva York, en la Universidad de Columbia, el primer centro de Historia Oral, con el objeto de recuperar los testimonios de pequeñas comunidades y grupos sociales. Esta iniciativa fue secundada por la Universidad de Berkeley (EE. UU.), que en 1954 creó un archivo de fuentes orales para ser utilizado en el futuro por estudiantes e investigadores. A partir de entonces, en Estados Unidos se produjo un proceso de institucionalización de las fuentes orales con la creación de numerosos archivos por iniciativa de sociedades históricas y bibliotecas.”[3] Observamos cómo en la segunda mitad del siglo XX se buscó “la utilización de testimonios directos de personas que participaron, como testigos o protagonistas, en la gestación de un hecho histórico, ha sido objeto de arduas investigaciones no sólo por la historia, sino también por parte de otras disciplinas como la sociología, la antropología, la psicología o la lingüística”.[4]
Me gustaría detenernos en la noción de testimonio, el autor apunta que “el testimonio oral ha sido utilizado desde épocas muy antiguas, antes incluso que el escrito, para conocer el pasado. El mismo Heródoto se apoyó en este tipo de fuentes para describir las Guerras Médicas, así como su sucesor Tucídides se valió testimonios orales para narrar el conflicto del Peloponeso. Los cronistas medievales tampoco desdeñaron el testimonio oral, incluso en el siglo XVIII el ilustrado Voltaire se sirvió tanto de fuentes escritas como del relato de testigos para redactar su libro El siglo de Luis XVI, al igual que Michelet escuchó a su padre para entender mejor el espíritu de la Revolución.”[5] Vemos entonces cómo la noción de testimonio oral goza de historicidad, no ha sido la misma siempre. En el siglo XIX el testimonio oral generó desconfianza y fue rechazado por el método histórico. A mitad del siglo XX, si bien la disciplina histórica contemplaba otros procesos y sujetos, así como el presente para hacer la historia, seguían preocupados por la cientificidad de la disciplina. ¿Cómo fue entonces esta reapropiación del testimonio oral?
Para la década de los setenta, tenemos la tercera crisis del historicismo, luego de la Segunda Guerra Mundial y con la publicación de obras como La Estructura de las Revoluciones Científicas de Thomas Kuhn, La escritura de la historia de Michel de Certeau, El orden del discurso de Michel Foucault entre otras, que vinieron a cuestionar las certezas construidas por la Modernidad, en un contexto de resistencia que se estaba gestando desde los años 60’ ante las herencias fascistas. Todo lo anterior contribuyó a que se cuestionara profundamente la manera de hacer historia, aunque sin abandonar el paradigma científico. Los avances tecnológicos permitieron hacer el método de la historia oral mucho más riguroso, grabar al testimonio para evitar alteraciones. Aquí persiste un halo positivista muy evidente, tanto en la visión de la historia oral como un método para hacer historia, reduciendo al testimonio en su complejidad discursiva y moldeándolo como fuente, así como en el “perfeccionamiento” de la metodología gracias a la tecnología.
En los setenta los historiadores de lo contemporáneo, respondieron luego de reflexionar, historia oral, sí, pero a condición de hablar de “fuentes orales”.[6] Testigo, tecnología, inscribirlo en sus registros como fuentes orales. Hartog denuncia que no es lo mismo ser testigo que fuente, el historiador reduce a eso su testigo, el testigo es capaz de hablar sin intermediarios, que pasará entonces cuando la memoria sea mercantilizada y sacralizada, fragmentada y formateada, estallada y exhaustiva, escapando de los historiadores y circulando on line, como la historia verdadera de la época”.[7] Hartog denuncia aquí la pérdida de evidencia y la pérdida de claridad del papel de los historiadores.
Más adelante, Claude Lanzmann se opuso en efecto a los historiadores, y eso que el denominaba su “punto dominante”. Con filme Shoah (1985) él quiso rehabilitar el testimonio oral. “Su película es de testigos y sobre el testimonio, no sobre sobrevivientes y su destino, sino ante todo sobre la “radicalidad de la muerte”. “Shoah”, ha dicho y repetido, no está en el orden del recuerdo, sino en el de lo “inmemorial”, porque su verdad está en “la abolición de la distancia entre pasado y presente. Su fuerza es en efecto hacer ver al espectador a “los hombres que entran en su ser de testigos”.[8]
El fenómeno del ascenso del testimonio Hartog lo percibe en dos espacios: el espacio estadounidense y el francés, aunque claro, acompañado de la memoria y el testigo, su manifestación se desplazó poco a poco a otros puntos. Aun así, Hartog señala que “quien quiera reflexionar sobre el fenómeno del testimonio no puede, ciertamente, más que partir de la centralidad presente de Auschwitz y luego, también, o en primer lugar, de la centralidad del Holocausto en el espacio estadounidense, donde el fenómeno puede ser abordado, me atrevo a decir, en su fuerza y en su nitidez”.[9]
El monumento más emblemático resulta ser el Holocaust Memorial Museum de los Estados Unidos construido junto al Washington Mall en inaugurado en 1993. “Toda la pedagogía del museo apunta a llevar a los visitantes, durante su visita, a identificarse con las víctimas. Al principio, se distribuía incluso, a cada visitante, el facsímil de una identificación de alguno de los deportados, luego se podía seguir su recorrido.” Según Hartog, el objetivo es convertir al visitante en un testigo delegado, un testigo solidario, un vicarious witness.[10]
En 1994, se creó la Survivors of the Shoah Visual History and Foundation (Fundación de la historia visual de la Shoah), pensada y concebida por Steven Spielberg “Quiero la historia de cada uno de ellos...Memoria y pedagogía, pero para los jóvenes de hoy con DR -Rom y acceso en línea…se trataba en suma de volver al presente una realidad pasada por la mediación de lo virtual, con fines pedagógicos.”[11]
¿Cómo opera actualmente la historia oral? David Mariezkurrena, en su artículo La historia oral como método de investigación histórica, refiere los antecedentes de la historia oral, mencionando brevemente elementos que nos permitirían pensar en la historicidad del testimonio oral y la historia oral. Habla del interés creciente por ambos de parte de diversos colectivos docentes y de investigación por los testimonios de la “gente común”, con el objetivo de reconstruir la vida cotidiana urbana y rural.
Expone y discute las críticas más frecuentes que persisten hacia la historia oral como son la “escasa fiabilidad” y la subjetividad que las envuelve en su poca credibilidad debido a las limitaciones propias de la memoria humana a la hora de recordar datos o fechas precisas. Vemos cómo persiste entre líneas una cultura positivista en este tipo de críticas, pues pareciera que se sigue apelando a veracidad absoluta. Por último, hay una defensa del autor hacia la historia oral como una herramienta de trabajo, su uso en la práctica interdisciplinaria y su utilidad en el aula cómo estrategia para la comprensión del pasado.
En su artículo Historia oral y contemporaneidad, Paul Thompson nos narra su paso por la historia oral a lo largo de su carrera. Su primer acercamiento con ella pensándola como un método hasta ahora con una visión interdisciplinaria que incluye la antropología, la psicología, la sociología y la economía. Para el autor “la mejor investigación de historia oral es aquella que abarca tanto la comprensión e interpretación de las vidas individuales como un análisis social más amplio”.[12] Una investigación que recoja lo más desafiante de la visión cuantitativa pero también de la cualitativa. Lo primero, incluyendo estadísticas y cuestionarios. La segunda en las entrevistas individuales, tomando en cuenta la visión cuantitativa, para evitar una mera narración o reflexión personal sin conclusiones. En otras palabras, hacer una historia oral que abarque la “muestra”, en una suerte de combinación de evidencias. Esto se puede lograr prestando atención al cambio demográfico por ejemplo. El punto es que el historiador oral comprenda y desarrolle la capacidad explicativa que existe tanto en el estudio cuantitativo como en el cualitativo.
Muchos son temas son los que se pueden explorar haciendo historia oral, pero el autor distingue cuatro principales: las voces ocultas; aquellos que viven al margen del poder como las mujeres, obreros, indígenas, comunidades rurales, etc. Las esferas escondidas; la ancianidad pero también el crimen, la violencia y las drogas, se trata de un estudio difícil y peligroso, especialmente en un estudio de tiempo contemporáneo. La tradición oral; los mitos y las tradiciones que pueden ser abordados desde múltiples enfoques como instancias de formación social de la memoria, como folklore, como deformaciones de la verdad histórica, como invenciones de la tradición, etc. Y, por último, el establecimiento de conexiones; migraciones, historias familiares, memoria, conciencia social individual y colectiva.[13]
Al final, Thompson advierte de los desafíos actuales para el historiador oral como: ser absorbido por el testimonio, la importancia de compartir el material, las nuevas tecnologías de comunicación y el despertar y transmisión de un tipo de conciencia, así como el papel de la historia oral en la formación de la identidad frente a la globalización.




Bibliografía:
Georg G. Iggers, La historiografía del siglo XX. Desde la objetividad científica al desafío posmoderno, México, FCE, 2012.

David Mariezkurrena Iturmendi, La historia oral como método de investigación histórica, en Gerónimo de Uztariz, núm. 23/24 znb., pp. 227-233 orr. Consultado en línea: file:///C:/Users/Usuario/Downloads/Dialnet-LaHistoriaOralComoMetodoDeInvestigacionHistorica-3264024.pdf

François Hartog, Evidencia de la historia, México, UIA, 2011.

Paul Thompson, Historia oral y contemporaneidad, ANUARIO N° 20 - Escuela de Historia - FH y A – UNR. Recuperado en: file:///C:/Users/Usuario/Downloads/204-353-1-PB.pdf



[1] Georg G. Iggers, La historiografía del siglo XX. Desde la objetividad científica al desafío posmoderno, México, FCE, 2012, p. 58.
[2] David Mariezkurrena Iturmendi, La historia oral como método de investigación histórica, en Gerónimo de Uztariz, núm. 23/24 znb., pp. 227-233 orr. Consultado en línea: file:///C:/Users/Usuario/Downloads/Dialnet-LaHistoriaOralComoMetodoDeInvestigacionHistorica-3264024.pdf
[3] Ibidem., p. 228.
[4] Idem.
[5] Ibidem., p. 227.
[6] Hartog, François, Evidencia de la historia, México, UIA, 2011
, p. 202.
[7] Idem.
[8] Ibidem., pp. 203 -204.
[9] Ibidem., p. 185.
[10] Ibidem., pp. 186 -187.
[11] Ibidem., p. 187.
[12] Paul Thompson, Historia oral y contemporaneidad, ANUARIO N° 20 - Escuela de Historia - FH y A – UNR. Recuperado en: file:///C:/Users/Usuario/Downloads/204-353-1-PB.pdf
[13] Ibidem., pp. 22 -24.

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