Por: Rebecca Grafía
Hablar de historia oral
implica hablar primero de las formas de pensar y hacer la historia. En el siglo
XIX, se pensaba a la historia como un proceso pragmático, y, la forma de hacer
historia era de manera racional, regida por un método, el historiador debía
apegarse a los hechos, creían que el pasado se encontraba en los documentos y
que ordenándolos daban como el sentido de la historia. Al mismo tiempo, se
pensaba que hacer historia debía seguir un método riguroso, se trataba de
alcanzar un status científico debido a esto los testimonios orales, fueron
rechazados tajantemente considerados como fuentes subjetivas,
variables e inexactas.
Una primera crisis de esta
forma de hacer historia podría ubicarse en las críticas que se hicieron en
Alemania misma cuando se encontraba en auge. Autores como Ernst Troeltsh y
Fridrich Meinecke usaron el término historicismo para identificar la visión
dominante, no sólo en los medios académicos alemanes del siglo XIX, sino también
dentro del sólido Bügertum.[1] Recordemos que Ranke
cuando pensaba en su Historia Universal,
hablaba de los Estados –Nación europeos, especialmente de Alemania, el espíritu
de la historia se encuentra en las instituciones que los Estados crean, y
cualquier atento contra ellas es un atento contra el plan divino, pues la
causalidad última era Dios, un dios racionalizado. En esta concepción regiones
como India o Japón no eran consideradas por Ranke como parte de una historia
universal, pues carecían de historia, a lo mucho llegaban a tener una “historia
natural”, aun no se habían adherido a la “verdadera historia” o al “verdadero
espíritu histórico”. A pesar de todas estas críticas, el modelo universitario
alemán y la forma de hacer historia, fue replicada en la mayoría de las
universidades sin pensar a fondo en las implicaciones de pensar una historia
elitista, lineal, acumulativa. Incluso Marx, que veía procesos más amplios, no
llegó a abandonar la visión pragmática de la historia. Leopoldo
Von Ranke, nombrado “padre de la ciencia histórica” a finales del mismo siglo.
A finales del siglo XIX y
principios del siglo XX, tenemos una segunda crisis del historicismo, cuando
los historiadores comenzaron a darse cuenta de que los procesos históricos son
mucho más amplios, más que sólo la historia de las instituciones o el Estado y
comenzaron a preguntarse por otros sujetos. Sin embargo, seguían preocupados
por la rigurosidad científica, así hubo distintas respuestas para estudiar la
sociedad y el pasado de manera buscando métodos más efectivos: la sociología,
la historia científico –social en Estados Unidos, la Escuela francesa Annales, la historia económico –social
en Alemania, la historiografía marxista británica, etc.
Según David Mariezkurrena, “Las
viejas obsesiones positivistas de reproducir el hecho tal y como sucedió, y
contar la historia a partir de la vida de los «grandes hombres» de la sociedad
y de la política –que anteriormente se suponía eran los verdaderos responsables
del devenir histórico– pasaron gradualmente a un segundo plano. Esta Historia
ya no busca la «verdad absoluta», sino que se interesa por todo cuanto el
hombre dice, escribe, siente e imagina. Este nuevo enfoque supuso la apertura
de un horizonte casi infinito de testimonios y fuentes para la reconstrucción
histórica.”[2]
Me parece que hay que tener cuidado con esta afirmación, puesto que si bien
hubo una apertura para repensar la historia y las formas de hacer historia, el
halo positivista no se desvaneció del todo. Por otra parte, es necesario
considerar el contexto histórico, luego de la Segunda Guerra Mundial, pudiera
ubicarse una tercera crisis del historicismo en dónde comenzaron a resurgir
nociones como testigo, testimonio e historia oral.
No es casualidad que en el año
1948, "el periodista Allan Nevins fundó en Nueva York, en la Universidad de
Columbia, el primer centro de Historia Oral, con el objeto de recuperar los testimonios
de pequeñas comunidades y grupos sociales. Esta iniciativa fue secundada por la
Universidad de Berkeley (EE. UU.), que en 1954 creó un archivo de fuentes orales
para ser utilizado en el futuro por estudiantes e investigadores. A partir de entonces,
en Estados Unidos se produjo un proceso de institucionalización de las fuentes
orales con la creación de numerosos archivos por iniciativa de sociedades históricas
y bibliotecas.”[3]
Observamos cómo en la segunda mitad del siglo XX se buscó “la utilización de
testimonios directos de personas que participaron, como testigos o
protagonistas, en la gestación de un hecho histórico, ha sido objeto de arduas
investigaciones no sólo por la historia, sino también por parte de otras
disciplinas como la sociología, la antropología, la psicología o la lingüística”.[4]
Me gustaría detenernos en la
noción de testimonio, el autor apunta que “el testimonio oral ha sido utilizado
desde épocas muy antiguas, antes incluso que el escrito, para conocer el
pasado. El mismo Heródoto se apoyó en este tipo de fuentes para describir las
Guerras Médicas, así como su sucesor Tucídides se valió testimonios orales para
narrar el conflicto del Peloponeso. Los cronistas medievales tampoco desdeñaron
el testimonio oral, incluso en el siglo XVIII el ilustrado Voltaire se sirvió
tanto de fuentes escritas como del relato de testigos para redactar su libro El siglo de Luis XVI, al igual que
Michelet escuchó a su padre para entender mejor el espíritu de la Revolución.”[5] Vemos entonces cómo la
noción de testimonio oral goza de historicidad, no ha sido la misma siempre. En
el siglo XIX el testimonio oral generó desconfianza y fue rechazado por el
método histórico. A mitad del siglo XX, si bien la disciplina histórica contemplaba
otros procesos y sujetos, así como el presente para hacer la historia, seguían
preocupados por la cientificidad de la disciplina. ¿Cómo fue entonces esta
reapropiación del testimonio oral?
Para la década de los setenta,
tenemos la tercera crisis del historicismo, luego de la Segunda Guerra Mundial
y con la publicación de obras como La
Estructura de las Revoluciones Científicas de Thomas Kuhn, La escritura de la historia de Michel de
Certeau, El orden del discurso de
Michel Foucault entre otras, que vinieron a cuestionar las certezas construidas
por la Modernidad, en un contexto de resistencia que se estaba gestando desde
los años 60’ ante las herencias fascistas. Todo lo anterior contribuyó a que se
cuestionara profundamente la manera de hacer historia, aunque sin abandonar el
paradigma científico. Los avances tecnológicos permitieron hacer el método de
la historia oral mucho más riguroso, grabar al testimonio para evitar
alteraciones. Aquí persiste un halo positivista muy evidente, tanto en la
visión de la historia oral como un método para hacer historia, reduciendo al
testimonio en su complejidad discursiva y moldeándolo como fuente, así como en
el “perfeccionamiento” de la metodología gracias a la tecnología.
En los setenta los
historiadores de lo contemporáneo, respondieron luego de reflexionar, historia
oral, sí, pero a condición de hablar de “fuentes orales”.[6] Testigo, tecnología,
inscribirlo en sus registros como fuentes orales. Hartog denuncia que no es lo
mismo ser testigo que fuente, el historiador reduce a eso su testigo, el
testigo es capaz de hablar sin intermediarios, que pasará entonces cuando la
memoria sea mercantilizada y sacralizada, fragmentada y formateada, estallada y
exhaustiva, escapando de los historiadores y circulando on line, como la historia verdadera de la época”.[7] Hartog denuncia aquí la
pérdida de evidencia y la pérdida de claridad del papel de los historiadores.
Más adelante, Claude Lanzmann
se opuso en efecto a los historiadores, y eso que el denominaba su “punto
dominante”. Con filme Shoah (1985) él
quiso rehabilitar el testimonio oral. “Su película es de testigos y sobre el
testimonio, no sobre sobrevivientes y su destino, sino ante todo sobre la
“radicalidad de la muerte”. “Shoah”, ha dicho y repetido, no está en el orden
del recuerdo, sino en el de lo “inmemorial”, porque su verdad está en “la
abolición de la distancia entre pasado y presente. Su fuerza es en efecto hacer
ver al espectador a “los hombres que entran en su ser de testigos”.[8]
El fenómeno del ascenso del
testimonio Hartog lo percibe en dos espacios: el espacio estadounidense y el
francés, aunque claro, acompañado de la memoria y el testigo, su manifestación
se desplazó poco a poco a otros puntos. Aun así, Hartog señala que “quien
quiera reflexionar sobre el fenómeno del testimonio no puede, ciertamente, más
que partir de la centralidad presente de Auschwitz y luego, también, o en
primer lugar, de la centralidad del Holocausto en el espacio estadounidense,
donde el fenómeno puede ser abordado, me atrevo a decir, en su fuerza y en su
nitidez”.[9]
El monumento más emblemático
resulta ser el Holocaust Memorial Museum
de los Estados Unidos construido junto al Washington Mall en inaugurado en
1993. “Toda la pedagogía del museo apunta a llevar a los visitantes, durante su
visita, a identificarse con las víctimas. Al principio, se distribuía incluso,
a cada visitante, el facsímil de una identificación de alguno de los deportados,
luego se podía seguir su recorrido.” Según Hartog, el objetivo es convertir al
visitante en un testigo delegado, un testigo solidario, un vicarious witness.[10]
En 1994, se creó la Survivors of the Shoah Visual History and
Foundation (Fundación de la historia visual de la Shoah), pensada y
concebida por Steven Spielberg “Quiero la historia de cada uno de
ellos...Memoria y pedagogía, pero para los jóvenes de hoy con DR -Rom y acceso
en línea…se trataba en suma de volver al presente una realidad pasada por la
mediación de lo virtual, con fines pedagógicos.”[11]
¿Cómo opera actualmente la
historia oral? David Mariezkurrena, en su artículo La historia oral como método de investigación histórica, refiere
los antecedentes de la historia oral, mencionando brevemente elementos que nos
permitirían pensar en la historicidad del testimonio oral y la historia oral.
Habla del interés creciente por ambos de parte de diversos colectivos docentes
y de investigación por los testimonios de la “gente común”, con el objetivo de
reconstruir la vida cotidiana urbana y rural.
Expone y discute las críticas
más frecuentes que persisten hacia la historia oral como son la “escasa
fiabilidad” y la subjetividad que las envuelve en su poca credibilidad debido a
las limitaciones propias de la memoria humana a la hora de recordar datos o
fechas precisas. Vemos cómo persiste entre líneas una cultura positivista en
este tipo de críticas, pues pareciera que se sigue apelando a veracidad
absoluta. Por último, hay una defensa del autor hacia la historia oral como una
herramienta de trabajo, su uso en la práctica interdisciplinaria y su utilidad
en el aula cómo estrategia para la comprensión del pasado.
En su artículo Historia oral y contemporaneidad, Paul
Thompson nos narra su paso por la historia oral a lo largo de su carrera. Su
primer acercamiento con ella pensándola como un método hasta ahora con una
visión interdisciplinaria que incluye la antropología, la psicología, la
sociología y la economía. Para el autor “la mejor investigación de historia
oral es aquella que abarca tanto la comprensión e interpretación de las vidas
individuales como un análisis social más amplio”.[12] Una investigación que
recoja lo más desafiante de la visión cuantitativa pero también de la
cualitativa. Lo primero, incluyendo estadísticas y cuestionarios. La segunda en
las entrevistas individuales, tomando en cuenta la visión cuantitativa, para
evitar una mera narración o reflexión personal sin conclusiones. En otras
palabras, hacer una historia oral que abarque la “muestra”, en una suerte de
combinación de evidencias. Esto se puede lograr prestando atención al cambio
demográfico por ejemplo. El punto es que el historiador oral comprenda y
desarrolle la capacidad explicativa que existe tanto en el estudio cuantitativo
como en el cualitativo.
Muchos son temas son los que
se pueden explorar haciendo historia oral, pero el autor distingue cuatro
principales: las voces ocultas;
aquellos que viven al margen del poder como las mujeres, obreros, indígenas,
comunidades rurales, etc. Las esferas
escondidas; la ancianidad pero también el crimen, la violencia y las
drogas, se trata de un estudio difícil y peligroso, especialmente en un estudio
de tiempo contemporáneo. La tradición
oral; los mitos y las tradiciones que pueden ser abordados desde múltiples
enfoques como instancias de formación social de la memoria, como folklore, como
deformaciones de la verdad histórica, como invenciones de la tradición, etc. Y,
por último, el establecimiento de
conexiones; migraciones, historias familiares, memoria, conciencia social
individual y colectiva.[13]
Al final, Thompson advierte de
los desafíos actuales para el historiador oral como: ser absorbido por el
testimonio, la importancia de compartir el material, las nuevas tecnologías de
comunicación y el despertar y transmisión de un tipo de conciencia, así como el
papel de la historia oral en la formación de la identidad frente a la
globalización.
Bibliografía:
Georg G. Iggers, La historiografía del siglo XX. Desde la
objetividad científica al desafío posmoderno, México, FCE, 2012.
David Mariezkurrena Iturmendi,
La historia oral como método de
investigación histórica, en Gerónimo de Uztariz, núm. 23/24 znb., pp.
227-233 orr. Consultado en línea: file:///C:/Users/Usuario/Downloads/Dialnet-LaHistoriaOralComoMetodoDeInvestigacionHistorica-3264024.pdf
François Hartog, Evidencia de la historia, México, UIA,
2011.
Paul Thompson, Historia oral y contemporaneidad,
ANUARIO N° 20 - Escuela de Historia - FH y A – UNR. Recuperado en: file:///C:/Users/Usuario/Downloads/204-353-1-PB.pdf
[1]
Georg G. Iggers, La historiografía del
siglo XX. Desde la objetividad científica al desafío posmoderno, México,
FCE, 2012, p. 58.
[2] David
Mariezkurrena Iturmendi, La historia oral
como método de investigación histórica, en Gerónimo de Uztariz, núm. 23/24
znb., pp. 227-233 orr. Consultado en línea: file:///C:/Users/Usuario/Downloads/Dialnet-LaHistoriaOralComoMetodoDeInvestigacionHistorica-3264024.pdf
[3] Ibidem., p. 228.
[4] Idem.
[5] Ibidem., p. 227.
[6] Hartog,
François, Evidencia de la historia,
México, UIA, 2011
, p. 202.
[7] Idem.
[8] Ibidem., pp. 203 -204.
[9] Ibidem., p. 185.
[10] Ibidem., pp. 186 -187.
[11] Ibidem., p. 187.
[12]
Paul Thompson, Historia oral y
contemporaneidad, ANUARIO N° 20 - Escuela de Historia - FH y A – UNR.
Recuperado en: file:///C:/Users/Usuario/Downloads/204-353-1-PB.pdf
[13] Ibidem., pp. 22 -24.
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