Por: Rebecca Grafía
Michel Foucault previo a “El
orden del discurso” (1970), ya había escrito sus obras “Historia de la locura
en la época clásica”, (1961), “El nacimiento de la clínica” (1963), “Las
palabras y las cosas” (1966) y “La arqueología del saber” (1969). Su “Historia
de la locura” fue el trabajo parteaguas para lo que vendría después en su
aportación al análisis del discurso y su relación con el poder. Foucault se
preguntó cómo se acordaba que en efecto alguien carece de cordura, no le
preocupó hacer una historia del concepto clínico, o de lo que se entendía como
locura antes o después, si bien trastoca estos puntos, los rebasa pues a él le
interesan los sistemas discursivos que propician que un discurso sea tomado
como verdadero, en este caso, referente a la locura. El argumento de que en
cada periodo histórico se poseen ciertas condiciones de verdad que determinan
lo que es aceptable y lo que no, se repite de manera más pulida en su obra “Las
palabras y las cosas” (1966).
En la “Arqueología del saber”
(1969), Foucault se dedica a observar su propio trabajo y a explica lo que le
interesa trabajar, dejando muy en claro que si uno presta verdadera atención al
discurso y su funcionamiento, podremos comprobar que no es posible seguir
hablando de un cierto tipo de historia que busca continuidades, por el
contrario “la historia del pensamiento, de los conocimientos, de la filosofía,
de la literatura parece multiplicar las rupturas y buscar los erizamientos de
la discontinuidad”.[1]
La primera parte titulada “Las
regularidades discursivas”, está dedicada a explicar las principales
inquietudes del autor frente al “discurso” y sus posibilidades de análisis. Para
Foucault no existe “el discurso”, como si fuera algo abstracto y que nos
antecede. El discurso se despliega en “unidades discursivas”, las cuales son
simultáneas en el tiempo, pero es con una serie de complejas relaciones
discursivas que pueden o no pasar a la historia del pensamiento. Según
Foucault, el análisis discursivo involucra concientizar que hay que tener
cuidado a la hora de acercaros a los conjuntos de enunciados, pensarlos en
función del contexto de su formulación, en cómo estaban distribuidos,
repartidos y caracterizados. Si pensamos así, nociones tan “nuevas” como
“literatura”, “cultura” o “política” en realidad no sirven para explicar otros
contextos como la antigua Grecia o la Edad Media, en todo caso son referentes
que nos sirven para acercarnos a otros que desconocemos en su totalidad. Sería
el paradigma del XIX en donde se afianzaría buscar una continuidad y cuando se
creó una continuidad de nociones claves como si hubiera sido una evolución.
Precisamente el análisis histórico del discurso se ha enfocado en buscar la
continuidad, los orígenes. Para Foucault esta pretensión debe abandonarse,
sencillamente no es posible. Unidades desplegadas de este tipo de pensamiento
como la “ciencia”, “literatura”, “obra” o “autor”, no deben abandonarse pero si
cuestionarse, pues no se son lo que parecen ser a primera vista. Hay todo un
sistema de validación que las respalda, el cual ha cambiado con el tiempo y
que, a la vez, se somete a otro tipo de relaciones discursivas que en su
mayoría se contraponen.[2]
Foucault se concentra en
buscar las posibilidades de otro tipo de análisis discursivo. Rebasar la
continuidad, prestar atención al campo discursivo (preguntarse ¿qué es, pues,
lo que se decía en aquello que era dicho?), y dejar atrás las síntesis
psicológicas, enfocadas en la “intención del autor”. Poder captar otras formas
de regularidad, otros tipos de conexiones como las relaciones de unos
enunciados con otros (distintos autores), relaciones entre grupos de enunciados
establecidos (formales –no formales), relaciones entre enunciados o grupos de
enunciados y acontecimientos de orden completamente distintos (técnico,
económico, social, político, etc.).[3]
¿Cómo pasa una hipótesis a un
saber discursivo? Es la pregunta que recorre el apartado dedicado a las
“formaciones discursivas”, Foucault explica que se constituyen un conjunto de
reglas en torno a la selección de un mismo objeto. Después pasa a problematizar
cómo se da una formación del objeto, es decir, cómo se pasa a que un conjunto
de individuos consideren pertinente o necesario hablar de algo. Una vez que se
han establecido las reglas necesarias para hablar y validar lo que se discute sobre
un objeto, se pasa a “la formación de las modalidades enunciativas”. ¿Quién es
autoridad para hablar de algo? ¿Por qué?, ¿Desde qué institución se habla?,
¿qué sujeto habla? (no todos los sujetos que hablan de algo están en el mismo
poder jerárquico para hacerlo, Foucault, se apoya en su Historia de la locura y
el nacimiento de la clínica para explicar esto, en un hospital hay distintos
rangos de autoridad para hablar sobre una enfermedad por ejemplo).
Las “formaciones discursivas”
permiten posteriormente delimitar conceptos. Describir los sistemas que
respaldan estos conceptos, no es describir a estos últimos. De nuevo a Foucault
lo que le interesa es cómo estos conceptos pueden estar ligados a otros
discursos y por qué.[4] En el análisis que realiza
Foucault las reglas que forman y respaldan los conceptos no provienen de la
mentalidad o de la conciencia del individuo, sino que se imponen en el discurso
mismo, en una especie de anonimato uniforme de individuos que se disponen a
hablar en ese campo discursivo.”[5]
En el último punto de este
apartado, “la formación de las estrategias”, Foucault explica que “discursos
como la economía, la medicina, la gramática, la ciencia de los seres vivos, dan
lugar a ciertas organizaciones de conceptos, a ciertos reagrupamientos de
objetos, a ciertos tipos de enunciación, que forman, según su grado de
coherencia, de rigor y estabilidad, temas o teorías”.[6] A partir de ahí se
despliegan direcciones de investigación que Foucault enumera, en primer lugar,
determinar los puntos de difracción, compatibilidad, equivalencia. En segundo
lugar, observar por qué analizamos un sistema discursivo y no otro, ya que no
es posible analizar todos los juegos discursivos. En tercer lugar, preguntarnos
qué función ejerce el discurso estudiado en un campo de prácticas no
discursivas.[7]
“El orden del discurso” fue
originalmente una lección inaugural en el Collège de France, pronunciado el 2
de diciembre de 1970. Inicia de una manera que se podría calificar de poética o
también de profundamente filosófica, pues Foucault dice que está consciente de
por qué va a decir lo que dirá y cómo ha llegado a ese punto y, de cómo le
gustaría poder ver su propio discurso antes de que sea formulado, pero que esto
es imposible, pues “no podemos deslizarnos fuera del discurso”.[8] No hay nada fuera del
discurso, pero tampoco es posible ver al discurso como un ente abstracto fuera
de nuestro entendimiento, con su propia “materialidad” o con una “movilidad”
autónoma e incontrolable. En realidad, “si el discurso obtiene algún poder es
de nosotros de quien lo obtiene”.[9]
En esta obra se reafirma de
manera más sintética y puntual lo ya trazado en su Arqueología respecto al
discurso y sus posibilidades de análisis. En esta ocasión, Foucault prescinde
de apoyarse en su propia obra para explicar los principales problemas
epistemológicos y prácticos que conlleva analizar el discurso. En primer lugar,
se pregunta Foucault, ¿qué es el discurso? Por una parte, es un material de una
cosa pronunciada, escrita o leída, pero al mismo tiempo su existencia es
transitoria, el discurso está destinado a desaparecer, pero también puede tener
una duración que no nos pertenece. “El discurso es canal pero al mismo tiempo
manifestación de luchas, victorias, poderes y peligros.”[10] ¿Cuál es el peligro de
que un discurso prolifere indefinidamente?
Según Foucault, en toda
sociedad la producción de discurso está controlada, seleccionada y
redistribuida por un cierto número de procedimientos que tienen por función
conjurar sus poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar
su pesada y temible materialidad.[11] Hay distintos mecanismos
para controlar el discurso, que Foucault llama “procedimientos de exclusión”.
Entre ellos tenemos lo prohibido, como el tabú o rituales de circunstancia, un
ejemplo es la sexualidad y la política. El segundo sería la separación y el
rechazo, por ejemplo, la oposición entre razón y locura. El tercero, la
oposición entre lo verdadero y lo falso, “existen separaciones arbitrarias,
históricas y en constante desplazamiento”, estas separaciones son respaldadas
por instituciones que ejercer cierta violencia para mantenerlas.[12] Estos procedimientos de
exclusión son externos, pero también existen los internos, es decir, aquellos
que se ejecutan dentro de los discursos mismos para ejercer su control. Tenemos
“el comentario” (discurso de lo cotidiano) o los “discursos de origen”,
aquellos que son dichos, permanecen dichos y están todavía por decirse como los
textos religiosos, los jurídicos, los literarios y científicos. La figura del
autor es otra forma de control, se trata no de aquel individuo que habla o ha
producido un texto, para Foucault es “el principio de agrupación del discurso,
como unidad y origen de significaciones, como foco de coherencia”. Esta figura
se ha reforzado en discursos literarios, filosóficos y científicos, se pide que
“el autor rinda cuentas”.[13] Cada disciplina crea
sistemas discursivos que validan su propia producción.
Al mismo tiempo, Foucault
señala que algunos discursos están abiertos o cerrados, es decir, protegidos. Existen
distintos tipos de estrategias que protegen el discurso. Por ejemplo “el
ritual”, los gestos, los comportamientos, los signos, todo aquello que acompaña
al discurso. Piénsese en los discursos religiosos, judiciales, terapéuticos o
políticos que tienen, literalmente, “una puesta en escena”.[14] Otro tipo de protección
se da con las “sociedades de discurso”,[15] aquellas que tienen por
objetivo conservar o producir discursos, son operaciones en espacios cerrados y
que se distribuyen según reglas estrictas. Las especialidades o doctrinas
religiosas son ejemplo de sociedades de discurso. Por último, otra estrategia
de protección se da con la “adecuación social del discurso”, esto es con la
educación y su distribución.[16] Estas estrategias de
protección se encuentran vinculados unas con otras.
Pero, ¿por qué es tan difícil
aceptar que no podemos deslizarnos fuera del discurso? ¿Por qué causa conflicto
pensar, siguiendo a Foucault, al discurso ligado con el poder? Foucault
contesta que “el discurso es habla, lectura y escritura constante, pero hay
temor para aceptarlo, ya que hacerlo obliga a replantearnos nuestra voluntad de
verdad, habría que restituir al discurso su característica de acontecimiento y
borrar la soberanía del significante.”[17]
Hay algunas exigencias de
método que implica trabajar lo anterior según Foucault. En primer lugar, el
“principio de trastocamiento”, tener cuidado con aquellas figuras en las que
parecen ubicarse ciertas fuentes u origines del discurso.[18] En segundo lugar está el
“principio de discontinuidad”, los discursos no deben pensarse como en un
origen que todo lo conecta. “Los discursos deben ser tratados como prácticas
discontinuas que se cruzan, se yuxtaponen, pero que también se ignoran y se
excluyen”.[19]
En tercer lugar, el “principio de especificidad”, “no hay que intentar
resolverlo (el discurso) en un juego de significaciones previas, no hay
providencia prediscursiva. Hay que concebir al discurso como una violencia que
se ejerce sobre las cosas, como una práctica que les imponemos. Por último, la
“exterioridad”, esto es que no debemos ir al núcleo “interior” y “oculto”,
porque no lo hay, nosotros otorgamos el significado. Se trata de partir del
discurso hacia sus condiciones externas de posibilidad que da motivo a su
selección y sus límites.
Foucault reflexiona sobre la
disciplina histórica y el acontecimiento, ahora las nociones fundamentales
surgen del trabajo de los historiadores.[20] No hay un desarrollo
continuo ideal, se trata de azar, discontinuidad y materialidad, de lo cual se
ocupa la práctica de los historiadores, pues ellos crean sistemas de
pensamiento para aprehender estas nociones.[21]
Por otro lado, la elección de
la “verdad” (de aquello que se aprueba como verdadero) en nuestra sociedad
actual y cómo lo hemos transformado es algo que interesa mucho a Foucault.
Repasa cómo se pasó de la sofística al discurso socrático y después a la
filosofía platónica, repasa el siglo XVI y XVII en Inglaterra con las ciencias
y la filosofía natural, antesala de un nuevo sentido de lo verdadero en el
siglo XIX. Explica su interés por los discursos jurídicos (penales) y
psiquiátricos: ¿quiénes los validaban? ¿Cómo eran utilizados los principios de
autor, comentario y disciplina?
Por último, menciona obras y
autores claves para su aproximación al discurso con Dumézil, la historia de la
ciencia con Canguilhem y si es posible hacer filosofía después (o fuera de)
Hegel con Jean Hyppolite, quien apunta que “la filosofía es una tarea infinita
ligada a la historia de la racionalidad”, lo cual interpreto a preguntarnos cómo
hemos pensado, cómo hemos validado ese sistema de pensamiento, por qué hemos
pensado de tal manera y no de otra,
y, puesto en escena en numerosas prácticas no discursivas pero que acompañan al
discurso.
[1]
Michel Foucault, La arqueología del saber,
México, Siglo XXI Editores, 2010, p. 15.
[2] Ibidem., p., 38-39.
[3] Ibidem., p. 45.
[4] Ibidem., p. 81.
[5] Ibidem.,
p. 84-85.
[6] Ibidem., p. 86.
[7] Ibidem., p. 91.
[8]
Michel Foucault, El orden del discurso,
México, TusQuets Editores, 2009, p. 11.
[9] Ibidem., p. 13.
[10] Idem.
[11] Ibidem., p. 14.
[12] Ibidem., p. 18.
[13] Ibidem., p. 31.
[14] Ibidem., p. 40.
[15] Ibidem., p. 44.
[16] Ibidem., p. 45.
[17] Ibidem., p. 50.
[18] Ibidem, p. 52.
[19]
Ibidem., p. 53.
[20]
Ibidem., pp.- 55-56.
[21]
Ibidem., p. 59
Rebeca, muchas gracias por el tiempo que dedicas para explayar explicar y analizar los autores. me sirvió mucho tu vídeo y bueno obvio tu blogs
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