Por: Rebecca Grafía
El siglo XIX fue el siglo de
la profesionalización de la historia. La nueva disciplina histórica surgió en
las universidades alemanas, enfatizando el aspecto erudito de la historia. “Es
importante tener en cuenta que la nueva profesión cumplía con ciertas
necesidades públicas y ciertos objetivos políticos que hicieron importante
comunicar los resultados de la investigación a un público cuya conciencia
histórica trataba de moldear, y que recurría a los historiadores para la
búsqueda de su propia identidad histórica”.[1] Desde temprano existió una
tensión entre el ethos científico de
la profesión, que exigía compromiso para evitar los prejuicios y los juicios
valóricos, y la función política de la profesión, que daba por sentado cierto
orden social.[2]
Para comprender mejor el
historicismo debemos pensar en Alemania en 1810 y el prototipo de universidad
que se forjó con la Universidad de Berlín. La reorganización de la universidad
estuvo a cargo de Guillermo von Humboldt en la época de la reforma luego de la
derrota de Prusia por parte de Napoleón entre 1806 y 1807. Reformas similares
fueron efectuadas por la Revolución Francesa, pero, a diferencia de Francia,
Alemania mantuvo una estructura monárquica, burocrática, militar y
aristocrática.
Humboldt renovó la Gymnasia y la universidad con el
propósito de proporcionar una formación intelectual y estética completa cuyo
centro pasó a ser reconocido como Bildung,
y a través del cual “se proporcionarían las bases para una sociedad de
ciudadanos informados y participativos.”[3] Es importante aclarar que
las reformas hechas a la universidad no buscaron hacerla más “democrática”, por
el contrario, se profundizó la brecha entre un “Bürgertum” educado y la
población en general.
La nueva universidad era una
fusión del “wissenschaft” y el Bildung.
“En contraste con las universidades del antiguo régimen, cuya principal función
era la enseñanza. La Universidad de Berlín se trasformaría en un centro en el
cual la enseñanza estaría basada en la investigación”.[4] Así, recurrieron a
Leopoldo von Ranke hacia 1825, quien entonces daba clases en Frankfurt. Ranke
había publicado un libro en el que buscaba reconstruir, mediante el examen crítico
de los documentos el surgimiento de los Estados modernos, enfocándose en Italia
del siglo XV y XVI. Llegó a la conclusión de que la historia sólo podía
escribirse con el uso correcto de las fuentes primarias. “El objetivo de Ranke
era transformar la historia en una ciencia rigurosa practicada por
historiadores entrenados profesionalmente”.[5] Se trataba de pensar la
historia tanto como una disciplina científica y como una fuente de cultura, el
modelo a seguir por Ranke, era Tucídides, quien había “estado muy cerca del
verdadero método histórico”.
El método crítico rechazaba
los juicios de valor y las especulaciones metafísicas. Los seminarios fueron
implementados por Ranke como un entrenamiento para examinar los documentos críticamente,
si bien no eran nuevos, con él pasaron a ser una parte integral de la formación
del historiador. Para 1848, la mayoría de las universidades alemanas adoptaron
el método rankeano: “El historiador debía abstenerse de juzgar el pasado y
limitarse a demostrar cómo ocurrieron las cosas en realidad”. Sin embargo, Ranke
rechazó el establecimiento de hechos como tarea esencial del historiador pues
reconoce algo infinito, algo eterno que proviene de Dios.
Ranke coincidía con Hegel en
que los Estados políticos existentes son resultado del desarrollo histórico
constituyendo energías morales o pensamientos divinos, de ahí que cualquier desafío
a las instituciones sociales y políticas establecidas por vías revolucionarias
o reformas eran una violación al espíritu histórico. “Lo que realmente ocurrió”
revelaba para Ranke el orden existente “tal y como Dios lo había creado”.
(Recordemos que en este siglo hubo una “racionalización de lo divino”). La
historia del mundo moderno demostraba la solidez de las instituciones políticas
y sociales, la libertad civil, la propiedad privada, la monarquía y un servicio
ilustrado. Vemos una centralidad del Estado en el concepto rankeano, cuando
pensó en su “historia universal” él estaba pensando en los Estados modernos
europeos, no tomó en cuenta a India o China por ejemplo, por tener tan sólo “historia
natural” y no estar en la “verdadera historia”, (Geschichte) al menos no todavía.
Entre 1848 y 1870, la mayoría
de los países europeos, EE. UU., Japón, Gran Bretaña y Países Bajos siguieron
el modelo alemán de profesionalización de la historia. Surgieron las revistas
de divulgación científica y se ampliaron los seminarios. Y para 1884 la Asociación
de Historiadores Estadounidenses eligió a Ranke como “Padre fundador de la
ciencia histórica”. Debemos recordar que en este momento la profesionalización
de la historia estaba ligado a un contexto social y político específico. “No
sólo en Alemania sino también en Francia, los estudios históricos se llevaban a
cabo en universidades e institutos patrocinados por el Estado. Y a pesar de la
libertad académica de la que gozaba el profesorado, el proceso de
reclutamiento, en el que el Estado jugaba un papel importante, implicaba un
alto nivel de conformidad”.[6]
La postura dominante en
Francia y Alemania reflejaba lo diferente de sus culturas políticas. Si bien en
ambos países la historiografía apoyaba las posiciones liberales que diferían
del conservadurismo de Ranke, en Francia este liberalismo se identificó después
de 1871, con una tradición republicana, laica y anticlerical. En Alemania en
cambio, luego de la Revolución de 1848, se intentó lograr objetivos sociales y
económicos liberales desde dentro de la monarquía semiautocrática. El desarrollo
de la profesionalización de la historia, con una exigencia científica, estuvo
acompañado por un aumento de la ideologización de las obras históricas. “Los
historiadores iban a los archivos en búsqueda de evidencia que les permitiera
justificar sus prejuicios nacionalistas y de clase, y así darles un halo de
autoridad científica”.[7]
Esta nueva perspectiva
histórica sería conocida más tarde como “historicismo” (Historismus). Fue bienvenida como un “progreso” en el ámbito
intelectual, más que una teoría de la historia, involucraba una filosofía
completa de vida pues pretendía una combinación ente el concepto de ciencia,
especialmente ciencias humanas o culturales, y un concepto de lo social y
político. Pero también creía firmemente que la historia revelaba un
significado, y que el significado se revelaba a sí mismo en la historia. Visto
así, la historia era el único vehículo para estudiar los asuntos humanos. Más
tarde, el “historicismo” sería denunciado por autores como Ernst Troeltsh y
Friedrich Meinecke, usando el término para identificar la visión dominante que
se gestó no sólo en los medios académicos, sino en el Bürgertum (clases altas o burguesas). Esta visión puede entenderse
en el contexto alemán, pero la cuestión es que quienes adoptaron el modelo
alemán de hacer y pensar la historia no reflexionaron mucho en las
implicaciones filosóficas o políticas que conllevaba.
Después de Ranke el enfoque de
los historiadores se restringió aún más a las naciones y su vida política, los
historiadores iban obligadamente al archivo desdeñando información económica o
social. Pocas fueron las mujeres historiadoras en ese momento. Para comienzos
del siglo XX se hablaba ya de una “crisis del historicismo”. Ernst Troeltsch
opinaba que los estudios históricos demostraban la relatividad de todos los valores
y revelaban la falta de sentido de existencia.
El programa de historia en
Alemania estableció su objeto de estudio y su metodología. Se planteó que la
historia se hacía con documentos y que estos “contenían el pasado”. Como ya
vimos, se desarrolló una metodología para extraer empíricamente de ellos la
verdad. Contemporánea al surgimiento de los Estados nación, se pensaba en los
mismos como “el punto culminante del proceso histórico de la humanidad, lo que
hizo que se pensara que toda la comunidad humana respetable debía conformarse
como tal; las naciones más avanzadas lo hacían como Estados Unidos y Francia”.[8] “El fundamentar la
historia científica en el método, llevó a los historiadores del siglo XIX a
borrar la subjetividad de las sociedades, no se tomó en cuenta su lugar de
producción –lugar social- desde el que se elaboró ese sentido. Esto hizo que
tuvieran una concepción del tiempo muy ingenua: se lo representaron como una
simple sucesión, como tiempo exclusivamente lineal, por eso lo pudieron
objetivar.”[9]
Antes del siglo XIX las formas
de escribir historia eran de manera anticuaria y erudita, o bien en su
vertiente más literaria. La Revolución Francesa vino a romper con la tradición
de Historia Magistra Vitae, puesto
que esta no se había podido prever. Se llegó a la conclusión de que el pasado
no enseñaba nada, y se dio una relación con el tiempo que acentuaba la
proyección hacia el futuro. “Mirar desde la nación, con un pasado objetivado y
con el paradigma del progreso introyectado como un futuro luminoso para la
humanidad, fue el horizonte de expectativas que tenían esos historiadores que
fundaron la historia –ciencia. Esta historia se orienta hacia el futuro,
siempre el futuro será mejor que el presenta y el pasado como tal, ya no existe
ni ilumina nada”.[10]
“La concepción rankeana de la
historia supuso muchas detracciones y oposición desde el mismo siglo. Muchos
espíritus críticos entendían por historia la comprensión de procesos mucho más
amplios, pero éstos no fueron considerados historiadores en su tiempo (Marx).”[11] Sin embargo, aunque Marx
y Weber cuestionaban los supuestos idealistas del historicismo clásico alemán,
junto a sus implicaciones para los estudios históricos y las ciencias sociales,
ambos mantenían la creencia historicista en que las ciencias sociales debían
proceder históricamente, y que la historia, a pesar de las rupturas, constituía
un proceso continuo con un alto grado de coherencia.[12]
A finales del siglo XIX ya
había una inquietud por ampliar los horizontes de los estudios históricos. Se
pensaba que la historia debía expandirse y dar mayor espacio al papel de la sociedad,
la economía y la cultura. Sin embargo, en ningún momento se cuestionaron las
premisas básicas de la historiografía anterior: que la historia debía ser una
disciplina profesional y que la historia debía concebirse a sí misma como una
ciencia. Iggers llama “la crisis del historicismo clásico”, al surgimiento de
diversas propuestas que buscaban mejorar la cientificidad del método histórico
como la historia económica y social en Alemania, la sociología, las variedades
de la historia científico –social en EE. UU., y la Escuela de los Annales en
Francia.
Sería hasta el siglo XX, luego
de la Segunda Guerra Mundial, “en un clima de confrontación política (Guerra
Fría) que la reflexión aflorara desde varios ámbitos. En la década de 1960 y en
la siguiente surgen obras que rompen con todas las certezas de la Modernidad.”[13] Desde Kuhn hasta Foucault
(entre 1959 y 1970) se abre un camino lleno de nuevas preguntas para la
investigación histórica. “De 1970 en adelante ocurrirá un resquebrajamiento de
los fundamentalismos filosóficos y científicos heredados desde la Ilustración.
Con muchas resistencias y dificultades, poco a poco se irá reconociendo el
papel que desempeña la ficción escriturística en la historiografía, con lo cual
habrá un replanteamiento de las nociones de verdad científica y verdad
histórica”.[14]
Lentamente se fraguó una
construcción de un concepto autorreflexiva de la historia, en parte heredada
por la noción auto –observación del giro lingüístico, o concretamente de la “operación
historiográfica” (Certeau). Luego del “giro lingüístico”, “giro historiográfico”
o “giro cultural”, como se ha denominado a este punto de quiebre del paradigma
historicista –positivista, o segunda crisis del historicismo, la discusión sobre
la objetividad quedó subsumida al problema de la escritura como acto
comunicativo. “Tal episodio de ese viraje en el conocimiento historiográfico
obligó a que el conjunto de anomalías acumulado por la tradición positivista –historicista
no pudiera ser ignorado.”[15]
Bibliografía
Norma Durán (compiladora), Historiografía general, Mexico, UIA,
1996.
Norma Durán (coordinadora), Epistemología Histórica e Historiografía,
México, UAM -Azcapotzalco, Biblioteca de Ciencias Sociales y Humanidades, 2017.
Georg G. Iggers, La historiografía del siglo XX. Desde la
objetividad científica al desafío posmoderno, Mexico, FCE, 2012. (Véase con
especial atención introducción y capítulos 1-5).
Luis Gerardo Morales Moreno
(compilador) Historia de la
historiografía contemporánea (de 1998 a nuestros días), México, Instituto
Mora, 2005.
[1]
George G. Iggers, La historiografía del
siglo XX. Desde la objetividad científica al desafío posmoderno, México,
FCE, 2012, p. 49.
[2]
Idem.
[3]
Ibidem., p. 50. Bildung, es un término que no tiene traducción del alemán y que
debe ser entendido en el contexto de la cultura intelectual alemana. Se ha
intentado definir como “la perspectiva de aprendizaje como la autorrealización personal
a través de la interacción interpretativa de los textos venerados.”
[4] Ibidem., p. 51.
[5] Idem.
[6] Ibidem. p. 56.
[7] Ibidem., p. 57.
[8] Norma
Durán R. A., “François Hartog, la historia y el “presentismo” del presente” en Norma Durán R. A. (coordinadora), Epistemología Histórica e Historiografía, México, UAM
-Azcapotzalco, Biblioteca de Ciencias Sociales y Humanidades, 2017, p. 261.
[9] Norma
Durán (compiladora), Historiografía
general. Antologías universitarias, México, UIA, Departamento de historia,
1996, p. 21.
[10] Norma
Durán, “François Hartog, la historia y el “presentismo”…, p. 262.
[11] Ibidem., p. 264.
[12]
Iggers, Op. Cit., p. 75.
[13]
Norma Duran, “François Hartog, la historia y el “presentismo”…, p. 267.
[14]
Luis Gerardo Morales Moreno, “Introducción: Replanteamiento de la verdad
historiográfica, en Luis Gerardo Morales Moreno (compilador), Historia de la historiografía contemporánea
(de 1968 a nuestros días), México, Instituto Mora, Antologías
Universitarias, 2005, p. 13.
[15] Ibidem., p. 16.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario