jueves, 26 de julio de 2018

¿Qué es el historicismo?


Por: Rebecca Grafía

El siglo XIX fue el siglo de la profesionalización de la historia. La nueva disciplina histórica surgió en las universidades alemanas, enfatizando el aspecto erudito de la historia. “Es importante tener en cuenta que la nueva profesión cumplía con ciertas necesidades públicas y ciertos objetivos políticos que hicieron importante comunicar los resultados de la investigación a un público cuya conciencia histórica trataba de moldear, y que recurría a los historiadores para la búsqueda de su propia identidad histórica”.[1] Desde temprano existió una tensión entre el ethos científico de la profesión, que exigía compromiso para evitar los prejuicios y los juicios valóricos, y la función política de la profesión, que daba por sentado cierto orden social.[2]
Para comprender mejor el historicismo debemos pensar en Alemania en 1810 y el prototipo de universidad que se forjó con la Universidad de Berlín. La reorganización de la universidad estuvo a cargo de Guillermo von Humboldt en la época de la reforma luego de la derrota de Prusia por parte de Napoleón entre 1806 y 1807. Reformas similares fueron efectuadas por la Revolución Francesa, pero, a diferencia de Francia, Alemania mantuvo una estructura monárquica, burocrática, militar y aristocrática.
Humboldt renovó la Gymnasia y la universidad con el propósito de proporcionar una formación intelectual y estética completa cuyo centro pasó a ser reconocido como Bildung, y a través del cual “se proporcionarían las bases para una sociedad de ciudadanos informados y participativos.”[3] Es importante aclarar que las reformas hechas a la universidad no buscaron hacerla más “democrática”, por el contrario, se profundizó la brecha entre un “Bürgertum” educado y la población en general.
La nueva universidad era una fusión del “wissenschaft” y el Bildung. “En contraste con las universidades del antiguo régimen, cuya principal función era la enseñanza. La Universidad de Berlín se trasformaría en un centro en el cual la enseñanza estaría basada en la investigación”.[4] Así, recurrieron a Leopoldo von Ranke hacia 1825, quien entonces daba clases en Frankfurt. Ranke había publicado un libro en el que buscaba reconstruir, mediante el examen crítico de los documentos el surgimiento de los Estados modernos, enfocándose en Italia del siglo XV y XVI. Llegó a la conclusión de que la historia sólo podía escribirse con el uso correcto de las fuentes primarias. “El objetivo de Ranke era transformar la historia en una ciencia rigurosa practicada por historiadores entrenados profesionalmente”.[5] Se trataba de pensar la historia tanto como una disciplina científica y como una fuente de cultura, el modelo a seguir por Ranke, era Tucídides, quien había “estado muy cerca del verdadero método histórico”.
El método crítico rechazaba los juicios de valor y las especulaciones metafísicas. Los seminarios fueron implementados por Ranke como un entrenamiento para examinar los documentos críticamente, si bien no eran nuevos, con él pasaron a ser una parte integral de la formación del historiador. Para 1848, la mayoría de las universidades alemanas adoptaron el método rankeano: “El historiador debía abstenerse de juzgar el pasado y limitarse a demostrar cómo ocurrieron las cosas en realidad”. Sin embargo, Ranke rechazó el establecimiento de hechos como tarea esencial del historiador pues reconoce algo infinito, algo eterno que proviene de Dios.
Ranke coincidía con Hegel en que los Estados políticos existentes son resultado del desarrollo histórico constituyendo energías morales o pensamientos divinos, de ahí que cualquier desafío a las instituciones sociales y políticas establecidas por vías revolucionarias o reformas eran una violación al espíritu histórico. “Lo que realmente ocurrió” revelaba para Ranke el orden existente “tal y como Dios lo había creado”. (Recordemos que en este siglo hubo una “racionalización de lo divino”). La historia del mundo moderno demostraba la solidez de las instituciones políticas y sociales, la libertad civil, la propiedad privada, la monarquía y un servicio ilustrado. Vemos una centralidad del Estado en el concepto rankeano, cuando pensó en su “historia universal” él estaba pensando en los Estados modernos europeos, no tomó en cuenta a India o China por ejemplo, por tener tan sólo “historia natural” y no estar en la “verdadera historia”, (Geschichte) al menos no todavía.
Entre 1848 y 1870, la mayoría de los países europeos, EE. UU., Japón, Gran Bretaña y Países Bajos siguieron el modelo alemán de profesionalización de la historia. Surgieron las revistas de divulgación científica y se ampliaron los seminarios. Y para 1884 la Asociación de Historiadores Estadounidenses eligió a Ranke como “Padre fundador de la ciencia histórica”. Debemos recordar que en este momento la profesionalización de la historia estaba ligado a un contexto social y político específico. “No sólo en Alemania sino también en Francia, los estudios históricos se llevaban a cabo en universidades e institutos patrocinados por el Estado. Y a pesar de la libertad académica de la que gozaba el profesorado, el proceso de reclutamiento, en el que el Estado jugaba un papel importante, implicaba un alto nivel de conformidad”.[6]
La postura dominante en Francia y Alemania reflejaba lo diferente de sus culturas políticas. Si bien en ambos países la historiografía apoyaba las posiciones liberales que diferían del conservadurismo de Ranke, en Francia este liberalismo se identificó después de 1871, con una tradición republicana, laica y anticlerical. En Alemania en cambio, luego de la Revolución de 1848, se intentó lograr objetivos sociales y económicos liberales desde dentro de la monarquía semiautocrática. El desarrollo de la profesionalización de la historia, con una exigencia científica, estuvo acompañado por un aumento de la ideologización de las obras históricas. “Los historiadores iban a los archivos en búsqueda de evidencia que les permitiera justificar sus prejuicios nacionalistas y de clase, y así darles un halo de autoridad científica”.[7]
Esta nueva perspectiva histórica sería conocida más tarde como “historicismo” (Historismus). Fue bienvenida como un “progreso” en el ámbito intelectual, más que una teoría de la historia, involucraba una filosofía completa de vida pues pretendía una combinación ente el concepto de ciencia, especialmente ciencias humanas o culturales, y un concepto de lo social y político. Pero también creía firmemente que la historia revelaba un significado, y que el significado se revelaba a sí mismo en la historia. Visto así, la historia era el único vehículo para estudiar los asuntos humanos. Más tarde, el “historicismo” sería denunciado por autores como Ernst Troeltsh y Friedrich Meinecke, usando el término para identificar la visión dominante que se gestó no sólo en los medios académicos, sino en el Bürgertum (clases altas o burguesas). Esta visión puede entenderse en el contexto alemán, pero la cuestión es que quienes adoptaron el modelo alemán de hacer y pensar la historia no reflexionaron mucho en las implicaciones filosóficas o políticas que conllevaba.
Después de Ranke el enfoque de los historiadores se restringió aún más a las naciones y su vida política, los historiadores iban obligadamente al archivo desdeñando información económica o social. Pocas fueron las mujeres historiadoras en ese momento. Para comienzos del siglo XX se hablaba ya de una “crisis del historicismo”. Ernst Troeltsch opinaba que los estudios históricos demostraban la relatividad de todos los valores y revelaban la falta de sentido de existencia.
El programa de historia en Alemania estableció su objeto de estudio y su metodología. Se planteó que la historia se hacía con documentos y que estos “contenían el pasado”. Como ya vimos, se desarrolló una metodología para extraer empíricamente de ellos la verdad. Contemporánea al surgimiento de los Estados nación, se pensaba en los mismos como “el punto culminante del proceso histórico de la humanidad, lo que hizo que se pensara que toda la comunidad humana respetable debía conformarse como tal; las naciones más avanzadas lo hacían como Estados Unidos y Francia”.[8] “El fundamentar la historia científica en el método, llevó a los historiadores del siglo XIX a borrar la subjetividad de las sociedades, no se tomó en cuenta su lugar de producción –lugar social- desde el que se elaboró ese sentido. Esto hizo que tuvieran una concepción del tiempo muy ingenua: se lo representaron como una simple sucesión, como tiempo exclusivamente lineal, por eso lo pudieron objetivar.”[9]
Antes del siglo XIX las formas de escribir historia eran de manera anticuaria y erudita, o bien en su vertiente más literaria. La Revolución Francesa vino a romper con la tradición de Historia Magistra Vitae, puesto que esta no se había podido prever. Se llegó a la conclusión de que el pasado no enseñaba nada, y se dio una relación con el tiempo que acentuaba la proyección hacia el futuro. “Mirar desde la nación, con un pasado objetivado y con el paradigma del progreso introyectado como un futuro luminoso para la humanidad, fue el horizonte de expectativas que tenían esos historiadores que fundaron la historia –ciencia. Esta historia se orienta hacia el futuro, siempre el futuro será mejor que el presenta y el pasado como tal, ya no existe ni ilumina nada”.[10]
“La concepción rankeana de la historia supuso muchas detracciones y oposición desde el mismo siglo. Muchos espíritus críticos entendían por historia la comprensión de procesos mucho más amplios, pero éstos no fueron considerados historiadores en su tiempo (Marx).”[11] Sin embargo, aunque Marx y Weber cuestionaban los supuestos idealistas del historicismo clásico alemán, junto a sus implicaciones para los estudios históricos y las ciencias sociales, ambos mantenían la creencia historicista en que las ciencias sociales debían proceder históricamente, y que la historia, a pesar de las rupturas, constituía un proceso continuo con un alto grado de coherencia.[12]
A finales del siglo XIX ya había una inquietud por ampliar los horizontes de los estudios históricos. Se pensaba que la historia debía expandirse y dar mayor espacio al papel de la sociedad, la economía y la cultura. Sin embargo, en ningún momento se cuestionaron las premisas básicas de la historiografía anterior: que la historia debía ser una disciplina profesional y que la historia debía concebirse a sí misma como una ciencia. Iggers llama “la crisis del historicismo clásico”, al surgimiento de diversas propuestas que buscaban mejorar la cientificidad del método histórico como la historia económica y social en Alemania, la sociología, las variedades de la historia científico –social en EE. UU., y la Escuela de los Annales en Francia.
Sería hasta el siglo XX, luego de la Segunda Guerra Mundial, “en un clima de confrontación política (Guerra Fría) que la reflexión aflorara desde varios ámbitos. En la década de 1960 y en la siguiente surgen obras que rompen con todas las certezas de la Modernidad.”[13] Desde Kuhn hasta Foucault (entre 1959 y 1970) se abre un camino lleno de nuevas preguntas para la investigación histórica. “De 1970 en adelante ocurrirá un resquebrajamiento de los fundamentalismos filosóficos y científicos heredados desde la Ilustración. Con muchas resistencias y dificultades, poco a poco se irá reconociendo el papel que desempeña la ficción escriturística en la historiografía, con lo cual habrá un replanteamiento de las nociones de verdad científica y verdad histórica”.[14]
Lentamente se fraguó una construcción de un concepto autorreflexiva de la historia, en parte heredada por la noción auto –observación del giro lingüístico, o concretamente de la “operación historiográfica” (Certeau). Luego del “giro lingüístico”, “giro historiográfico” o “giro cultural”, como se ha denominado a este punto de quiebre del paradigma historicista –positivista, o segunda crisis del historicismo, la discusión sobre la objetividad quedó subsumida al problema de la escritura como acto comunicativo. “Tal episodio de ese viraje en el conocimiento historiográfico obligó a que el conjunto de anomalías acumulado por la tradición positivista –historicista no pudiera ser ignorado.”[15]







Bibliografía

Norma Durán (compiladora), Historiografía general, Mexico, UIA, 1996.

Norma Durán (coordinadora), Epistemología Histórica e Historiografía, México, UAM -Azcapotzalco, Biblioteca de Ciencias Sociales y Humanidades, 2017.

Georg G. Iggers, La historiografía del siglo XX. Desde la objetividad científica al desafío posmoderno, Mexico, FCE, 2012. (Véase con especial atención introducción y capítulos 1-5).

Luis Gerardo Morales Moreno (compilador) Historia de la historiografía contemporánea (de 1998 a nuestros días), México, Instituto Mora, 2005.



[1] George G. Iggers, La historiografía del siglo XX. Desde la objetividad científica al desafío posmoderno, México, FCE, 2012, p. 49.
[2] Idem.
[3] Ibidem., p. 50. Bildung, es un término que no tiene traducción del alemán y que debe ser entendido en el contexto de la cultura intelectual alemana. Se ha intentado definir como “la perspectiva de aprendizaje como la autorrealización personal a través de la interacción interpretativa de los textos venerados.”
[4] Ibidem., p. 51.
[5] Idem.
[6] Ibidem. p. 56.
[7] Ibidem., p. 57.
[9] Norma Durán (compiladora), Historiografía general. Antologías universitarias, México, UIA, Departamento de historia, 1996, p. 21.
[10] Norma Durán, “François Hartog, la historia y el “presentismo”…, p. 262.
[11] Ibidem., p. 264.
[12] Iggers, Op. Cit., p. 75.
[13] Norma Duran, “François Hartog, la historia y el “presentismo”…, p. 267.
[14] Luis Gerardo Morales Moreno, “Introducción: Replanteamiento de la verdad historiográfica, en Luis Gerardo Morales Moreno (compilador), Historia de la historiografía contemporánea (de 1968 a nuestros días), México, Instituto Mora, Antologías Universitarias, 2005, p. 13.
[15] Ibidem., p. 16.

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