Por: Rebecca Grafía
A finales del siglo XIX ya
había una inquietud por ampliar los horizontes de los estudios históricos. Se
pensaba que la historia debía expandirse y dar mayor espacio al papel de la
sociedad, la economía y la cultura. Sin embargo, en ningún momento se
cuestionaron las premisas básicas de la historiografía anterior: que la
historia debía ser una disciplina profesional y que la historia debía
concebirse a sí misma como una ciencia. Iggers llama “la crisis del
historicismo clásico”, al surgimiento de diversas propuestas que buscaban
mejorar la cientificidad del método histórico como la historia económica y
social en Alemania, la sociología, las variedades de la historia científico
–social en EE. UU., y la Escuela de los Annales en Francia.
En general, hubo una exigencia
por democratizar la historia, que encontró resistencia en Alemania en contraste
a Estados Unidos donde los “Nuevos historiadores”, que también se
autodenominaban “Historiadores progresistas” y se identificaban con los objetivos
de la “era progresista” de comienzos del siglo XX, se abocaron a redactar una
historia para la sociedad democrática moderna.”[1]
Estos “nuevos historiadores”
continuaron siendo fieles a los supuestos de una escritura científica que
requería una rigurosa evaluación y examen crítico de las fuentes. Los estudios continuaron
recibiendo un entrenamiento en técnicas de investigación muy similar al de los
historiadores de otras generaciones.[2] En muchos sentidos, su
concepción del ethos del historiador
permanecía siendo la misma, y compartían iguales supuestos acerca del
transcurso de la historia. Firmemente convencidos respecto a las cualidades de
la civilización moderna, veían además a la historia como un proceso unívoco,
que al margen de si apoyaban o no explícitamente una teoría del progreso,
apuntaba hacia una dirección ascendente.
La Escuela de los Annales, es
conocida así por el grupo de historiadores que se congregó en torno a la
revista Annales. Se interesaron por
realizar un estudio científico aunque fueron concientizando los límites de tal
enfoque. Ofrecieron además un concepto muy diferente de tiempo histórico al que
sostenían la mayoría de los historiadores en los siglos XIX y XX, pues
reconocieron la multiplicidad de niveles que hay en el tiempo.[3] Los historiadores de Annales insistieron en que no
representaban una “escuela”, esta denominación vendría después, se
identificaron con una actitud caracterizada por la apertura hacia los nuevos
métodos y enfoques en la investigación histórica.[4] A pesar de insistir en que
no se trata de una escuela, desde fines de la Segunda Guerra Mundial los Annales tuvieron una firme base institucional,
y a pesar de los matices, hubo continuidades en el lenguaje y conceptos
utilizados por sus fundadores Marc Bloch y Lucien Febvre.
Bloch y Febvre, estudiaron en
Leipzing y Berlín entre 1908 y 1909, así que estaban familiarizados con la herencia
historicista así como la historia social y económica que se gestó en Alemania.
Aun así los intereses de Febvre reflejaron un entrenamiento diferente, al de la
mayoría de los historiadores germanos, pues su interés estaba en los lazos
cercanos entre las estructuras sociales, económicas y políticas, así como
patrones de pensamiento y conducta en una región geográfica y cultural específica.
Esto era poco común entonces, la mayoría de los catedráticos alemanes se especializaban
en filología, teología o filosofía, sólo unos pocos en economía y geografía. En
Francia, en cambio, la geografía era parte integral de la formación y del
examen requerido para la carrera universitaria. “La géographie humaine de Vidal de la Blache, que evitaba el
determinismo geográfico, a diferencia de su contemporáneo Friedrich Ratzel en
Alemania, influyó profundamente en toda la tradición de los historiadores de
los Annales desde Febvre en adelante.”[5]
Otra influencia profunda fue
la sociología de Durkheim, especialmente cuando se hablaba de “conciencia
colectiva”, que para el sociólogo era el tema central de la ciencia de la
sociedad, para la cual las normas, las costumbres y la religión eran elementos
muy importantes. “La aceptación de estos enfoques de estudio reflejaban las
cercanas relaciones entre la geografía, la economía y la antropología en la
historiografía francesa, en contraste con el énfasis en el Estado, la
administración y la jurisprudencia en la tradición alemana que incluía a Max
Weber”.[6]
Los pilares intelectuales de
los Annales fueron establecidos por Febvre y Bloch mucho antes de que fundaran
la revista. Los libros de Febvre, Phillipe
et la Franche –Comté (1911) y Martín
Lutero: un destino y el de Marc Bloch, Los
reyes taumaturgos (1924) sobre las artes mágicas de la curación de los
reyes franceses e ingleses en la edad Media aparecieron con anterioridad a la aparición
de la revista en 1929. Es importante mencionar que no formularon una teoría de
la historia o de la historiografía, ni siquiera en Apología para la historia o El
oficio del historiador de Marc Bloch. “El propósito de los Annales, como
explicaron Bloch y Febvre en la introducción del primer número de la revista,
era proporcionar un foro para las nuevas tendencias y los nuevos enfoques.”[7] Tampoco formularon una
filosofía de la historia, para ellos lo importante era la investigación, más que
la reflexión teórica, aunque claro parten de algunos preceptos teóricos como
podemos ver en sus obras. Por otra parte, tampoco hubo un denominador político,
aunque la mayoría eran patriotas franceses y republicanos. Sin embargo, hubo un
compromiso político de parte de los fundadores de Annales si recordamos que
Marc Bloc, de descendencia judía fue torturado y asesinado por los alemanes en
1944 por formar parte de la resistencia francesa.
Antes de ser llamados en París
en 1933 y 1936, Febvre y Bloch trabajaron en la Universidad de Estrasburgo,
desde donde se enfrentaron con Charles Seignobos[8] y con los historiadores
políticos tradicionales de La Sorbonne. Lo cierto es que Annales tuvo un lugar
marginal en la disciplina durante la década de los 30’, pasarían a ser
centrales luego de la Segunda Guerra Mundial cuando aflora un interés por la
historia social y cultural. Y cuando podría decirse que comienza la “segunda
crisis del historicismo”.
La primera generación de
Annales, conformada arrojó obras como: Febvre; Philippe II et la Franche Comté (1911) El problema de la incredulidad en el siglo XVI: la religión de Rabelais
(1947); Bloch, Los reyes taumaturgos
(1924) y La sociedad feudal (1939
-1940). La segunda generación podríamos ubicarla todavía con Febvre, Combates por la historia (1953) y
Fernand Braudel, con su obra El
mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II (1949), así
como las primeras obras de Le Roy Ladurie. En dónde todavía hay una
preocupación por la cientificidad de la historia, aunque hay una mayor
preocupación por la diversidad de fuentes y la multiplicidad del tiempo como lo
vemos con Braudel y su longue dureé.
Los historiadores de Annales introdujeron un concepto nuevo
de tiempo histórico. “Sus estudios, incluyendo los de Febvre, Philippe II et la Franche Comté y El problema de la incredulidad en el siglo
XVI: la religión de Rabelais; de Bloch, La
sociedad feudal; el libro de Braudel sobre el Mediterráneo, y de Ladurie, Montaillou,
se preocupaban de estudiar una cultura o una época como parte del curso de la
historia, más que relatar un proceso de cambio a través de eras sucesivas.”[9] En lugar de ver un tiempo
histórico, vieron una pluralidad de tiempos que coexisten, no sólo entre
diferentes civilizaciones sino que también dentro de cada civilización. Esta
idea fue claramente desarrollada por Braudel en su Mediterráneo el distingue tres tiempos diferentes: el tiempo casi
estacionario del Mediterráneo como un espacio geográfico (longue durée), el tiempo de cambios lentos en las estructuras
sociales y económicas (conjonctures)
y el tiempo veloz de los sucesos políticos (événements).[10] Braudel abrió el camino
para la historia cuantitativa de las décadas de 1960 y 1970 sin transformarse él
mismo en cuantificador. Abriendo paso a la tercera generación de Annales.
La primera generación de
Annales, cuyo liderazgo y promoción estuvo a cargo de Febvre y Bloch, pugnó por
una historia económica y social, influenciada por planteamientos geográficos y
económicos que sugerían tiempos más largos. Ambos escribieron grandes obras
bajo dos aspectos, Febvre sobre el siglo XVI y Bloch sobre el mundo medieval. En
lo que respecta al mundo económico esta historia alcanzaría su climax con la
historia cuantitativa o serial de la segunda generación de Annales, dirigida
por el “hijo de Febvre”: Fernand Braudel. En cuanto a lo social la obra de
ambos historiadores preconiza la historia de las mentalidades, misma que será
ampliamente tratada en la década de los setenta por los historiadores de la “tercera”
generación de la “escuela”.[11]
Bibliografía
Norma Durán (compiladora), Historiografía general, México, UIA,
1996.
Norma Durán (coordinadora), Epistemología Histórica e Historiografía,
México, UAM -Azcapotzalco, Biblioteca de Ciencias Sociales y Humanidades, 2017.
Georg G. Iggers, La historiografía del siglo XX. Desde la
objetividad científica al desafío posmoderno, México, FCE, 2012. (Véase con
especial atención introducción y capítulos 1-5).
[1]
George G. Iggers, La historiografía del
siglo XX. Desde la objetividad científica al desafío posmoderno, México,
FCE, 2012, p.66.
[2]
Ibidem., p. 67.
[3]
Ibidem., p. 87.
[4]
Idem.
[5]
Ibidem., p. 89.
[6]
Ibidem. p. 90.
[7]
Ibidem., pp. 90 -91.
[8]
“El método histórico inaugurado por la escuela alemana, por su iniciador,
Barthold Georg Niebuhr, entendió que la historia debía comprenderse como la sucesión
causal de los acontecimientos (la historia como un proceso causal eminente).
Leopoldo von Ranke, continuador de este pensamiento, consignó en su célebre
frase “exponer cómo sucedieron los hechos”, el encadenamiento de la sucesión de
“hechos” que darían cuenta, por sí solos, de cómo se habían dado los
acontecimientos. Este programa se proclamabra como ciencia de la historia. En
Francia la fascinación por esta historia se vio reflejada por el libro de
Charles –Victor Langlois y Charles Signobos, “Introducción a los estudios
históricos”. Véase Norma Durán R. A., “François Hartog, la historia y el
“presentismo” del presente” en Norma Durán R. A. (coordinadora), Epistemología Histórica e Historiografía,
México, UAM -Azcapotzalco, Biblioteca de Ciencias Sociales y Humanidades, 2017,
p. 263.
[9]
Iggers, Op. Cit., p. 95.
[10] Ibidem., p. 96.
[11] Norma
Durán (compiladora), Historiografía
general. Antologías universitarias, México, UIA, Departamento de historia,
1996, pp. 198 -199.
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