Por: Rebecca Grafía
Tanto
en La Chambre de Veille[1]
como en Regímenes de historicidad,[2] Hartog narra su
experiencia en Berlín en 1990 y de cómo aunque el muro había sido derrumbado,
eran latentes dos experiencias de tiempo a cada lado de la “frontera”, que se
podía ubicar en el paisaje urbano; comparando las tiendas, calles, y fachadas.[3]
Respecto
al título de su obra Regímenes de
Historicidad, el autor comenta que el término “régimen” es polisémico, pero
que evoca a muchos tipos de “registros”.[4] ”Régimen”: la palabra
reenvía al régimen alimenticio (regimen,
en látin; diaita en griego), al
régimen político (politeia), al
régimen de ventas o aún más al régimen de un motor. Ellas están allí como
metáfora, evocando dominios algo diferentes pero que tienen al menos, de grado,
mezcla, compuesto y equilibrio siempre provisional o estable.[5]
Por
otro lado, ¿por qué historicidad y no temporalidad? Porque Hartog se refiere a
este paso del “soi à soi”, que llama historicidad con Ulises, quien al no
disponer de las categorías, cuando escucha el canto del aedo narrando lo que él
había vivido en Troya no puede sino decir, con lágrimas en los ojos: “soy yo”,
para aprehender el pasado y reconocerse. “Esta experiencia es la que designo
cuando hablo de historicidad, esta experiencia fundamental de no coincidencia
del sí con el sí, que no es otra cosa
que la banal constatación del tiempo que ha pasado”.[6]
“Nadie
duda de que existe un orden del tiempo o, mejor dicho, órdenes que han variado
de acuerdo con los lugares y los tiempos. En todo caso, se trata de órdenes tan
imperiosos que nos sometemos a ellos sin siquiera darnos cuenta: sin querer, e
incluso no queriéndolo, sin saberlo o a sabiendas, de tan obvios que resultan; órdenes
contra los que choca quien intenta contradecirlos.”[7] En esta obra Hartog de
nuevo entreteje continuidades y rupturas del régimen antiguo al moderno, del
moderno al antiguo, y por último, del moderno al contemporáneo, en un vaivén de
autores y obras que le permiten ir de lado a lado, pensando en el tiempo como
un actor, que tiene diferentes formas de ser vivido y representado, enfatizando
así las posibilidades de uso de la noción heurística “regímenes de
historicidad”.
El
autor confiesa que, por su parte le llevó tiempo para comprender que, en la
antropología histórica, la cuestión que le interesaba era la de nuestra
relación con el tiempo. Así, sería con la publicación en francés de Le Future passé de Koselleck en 1990,
que le interesó el tiempo histórico moderno, con otras preguntas que lo fueron
llevando a reflexionar que nuestra relación con el pasado y con el futuro se ha
visto trastocada a tal grado que nos lleva a vivir en un “presentismo”, en un
presente omnipresente, un presente que no pasa.
El “motor”
de la obra Regímenes de historicidad
es la interrogación por el tiempo, profundizando además sobre el término
“presentismo”. “Retrospectivamente, creo que la caída del muro de Berlín,
liderado por el imperio soviético, fue el mayor acontecimiento.[8] Vivíamos con la idea de
que el orden del mundo estaba arreglado, sino para siempre, si por lo menos
mucho tiempo. El comunismo no era más un horizonte indispensable, pero el
tiempo del mundo bipolar estaba relativamente “congelado”. No es que permaneciera
como un tiempo nulo, sino por el contrario, permanecía en cada límite. Un curso
galopante hacia el progreso fundado en la aceleración permanente de la
“conquista” espacial (de Gagarina a “el hombre en la luna”, en 1969) y la
“carrera” armamentista eran dos imperativos poco discutidos. Se hablaba de la
reunificación de Alemania pero la gente no creía que fuera posible realmente.[9]
Hartog
ubica dos momentos significativos 1968 y 1989. En el primero, la conjugación
del futurismo de la revolución con un anclaje en el presente y en una
valorización fuerte de lo inmediato. Mayo 68’ marcó un hito para una
interrogación del tiempo. Después vino 1989, un mundo sin revolución y
desintegrado. El autor recuerda el artículo de Francis Fukuyama sobre el “fin
de la historia”. Fukuyama, politólogo americano, no se refería a que fuera el
fin de todo, en el sentido apocalíptico, al contrario, para él el “fin” en el
sentido de “objetivo”, de “meta”, por fin ha llegado para la historia: la
democracia liberal, justificado en un recuento de historia universal. Lo
interesante para Hartog es que la obra da elementos que llevan a preguntarnos
sobre el presente.
La
reflexión continúa hacia el patrimonio, el cual Hartog ubica como síntoma de la
reaparición del término de identidad, “lo cual no es otra señal de nuestras
relaciones con el tiempo. La identidad devino en inquietud: ¿Cómo reconocer la
identidad? Y ¿cómo defenderla?”.[10] Surge en la década de los
80’ un cuestionamiento hacia el futuro, que viene a acompañar justo la
problemática del patrimonio, y a sustituir el presente de ese momento. Lo cual
viene a confirmar la hipótesis presentista.
Sin
embargo, no se trata de que el “presentismo” se deba definir diferenciándolo
del “futurismo” o del “paseísmo”, es una noción que señala que el presente
domina. La singularidad del régimen presentista tiende a ser que no hay más que
el presente, y el “presente” ya no visto de la misma manera (que en el pasado),
pues se trata de un presente extendido, y constantemente cuestionado o “tomado
con las manos en la masa”, porque lo vivimos al ritmo del instante y se vuelve
obsoleto casi al mismo tiempo. Sucediendo tanto en lo cotidiano como en lo
profesional. Un ejemplo de esto es cómo los “acontecimientos” son presenciados
por miles de espectadores a través de los medios de comunicación o redes
sociales, en “tiempo real”, aunque esta es una expresión de la cual Hartog es
muy crítico y no la utiliza como sinónimo de “presentismo”, pero reconoce el
papel de los mass –media en la medida
en que la novedad pasa pronto. “El problema del “presentismo” es que no sabemos
cómo articular, pasado, presente y futuro.”[11]
El
boom de la “memoria” es otro síntoma de este “presentismo”, aunque la memoria
no se reduce a este. Hartog se refiere a la interpretación dada a la memoria,
es directamente proporcional al contexto presentista. Según Hartog, el régimen
moderno teníamos el “telos”, proporcionado en gran medida por la historia, y,
ahora, al no haber más “telos”, nos encontramos sin “iluminación”, no sabemos a
dónde vamos ni de dónde venimos. Todo está al alcance de una información a
otra, de una distracción a otra, de una catástrofe a otra.”[12] No se trata tampoco de
que el “presentismo” sea un intermediario ante un futuro catastrófico, en
cualquier caso, “¿por qué tendría que ser así?”, si bien vivimos distintas
crisis, entender por qué la visión que predomina es desoladora es lo que le
inquieta al autor.
Entonces,
ante todo este panorama, ¿cómo articular de nuevo las categorías del pasado, el
presente y el futuro? Pues, hasta ahora “el ser humano no se había negado a
estas categorías, eran una constante para él. Con estas categorías construye su
existencia, para dar sentido a sus acciones, para elaborar las reglas en
comunidad, para saber qué hicieron sus muertos y, más perturbador aún, los
desparecidos. Como cuando Ulises, no entendía el canto del aedo, era incapaz de
reconstruirse, diríamos ahora”.[13] El diagnóstico del
“presentismo” se refiere a una desestabilización del tiempo. Se refiere a cómo
pensar este momento de crisis, de brecha, los unos y los otros. Y, además, cómo
se han percibido las desorientaciones en distintos tiempos, en los Antiguos,
Modernos y Contemporáneos. De ahí la utilidad del término “régimen de
historicidad”, porque no es un sinónimo de temporalidad, y permite ver
distintos regímenes que conformaron alguno como el régimen antiguo, en el que
se encuentro al régimen heroico, el antiguo y más adelante el cristiano. Lo que
le interesa al autor son las implicaciones temporales en cada época, desde distintos
puntos de vista, desde distintas experiencias. De ahí sus “saltos” a Heródoto,
Tucídides, San Agustín, Chateaubriand.
Entonces,
¿se trata el “presentismo” de un síntoma o de un momento? Es cierto que el
autor lo ha utilizado indistintamente, pues lo vemos en prácticas que todavía
“están siendo”, y de las cuales aún no tenemos suficiente “futuro pasado”. Sin
embargo, más importante que definirlo, es que a Hartog le permite aproximarse
al fenómeno que designa, igualmente inestable. Le permite interrogarlo. Por
ejemplo, puede ver más de un tipo de “presentismo” y aquí se apoya en la
literatura cuando cita la novela de Cormac McCarthy The road (“La carretera”, 2006), en la que se muestra un presente
después de un tiempo apocalíptico, un presente que no pasa, que no tiene
dirección. Pero también está la novela experimental Falling man (“El hombre que cae”, 2007) de Don DeLillo, inspirada
en los hechos del 9/11, otro tipo de acontecimiento presentista, en el que se
nos mostró lo que ocurrió al momento mismo. Regímenes
de historicidad se escribió poco después de estas lecturas.
Respecto
a si el “presentismo” es producto de la crisis del régimen moderno o se
establecerá cómo un régimen de historicidad, la respuesta es incierta. Algunos
han criticado el tono “nostálgico” de Hartog al hablar del “presentismo” y la
pérdida del régimen moderno, a lo que el apunta que no es relevante su opinión,
sino el hecho de que nos mostramos inconformes con el régimen actual, ¿por qué?
Se trata para él de recordar la tarea del historiador, de relacionar
pasado-presente. “El historiador, es aquel que se desplaza entre pasado y
presente, para justamente mostrar la manera en que operan las sociedades en la
búsqueda de articular pasado, presente y futuro. Y cómo esta negociación es
siempre vuelta a reanudarse, porque los términos son, por definición,
escurridizos. El historiador, trabajando desde su chambre de veille, en la medida de lo posible, debe llegar a ser un
vigilante del tiempo.”[14]
Bibliografía:
Georg
G. Iggers, La historiografía del siglo
XX. Desde la objetividad científica al desafío posmoderno, México, FCE,
2012. (Véase con especial atención introducción y capítulos 1-5).
François
Hartog, avec Felipe Brandi et Thomas Hirsh, La
chambre de veille, Francia, Flammarion, 2013.
_____________,
Regímenes de historicidad, México,
Universidad Iberoamericana, Colección: “El oficio de la historia”, 2007.
[1] François
Hartog, avec Felipe Brandi et Thomas Hirsh, La
chambre de veille, Francia, Flammarion, 2013. Es un libro de entrevistas.
[2]
François Hartog, Regímenes de
historicidad, México, Universidad Iberoamericana, Colección: “El oficio de
la historia”, 2007.
[3]
Esto nos recuerda a la conferencia tomada con el Dr. Giovanni Fresta en la UAM
–Azcapotzalco el 8 de junio por la materia de Representación del tiempo y el
espacio del Posgrado en historiografía. En dónde se llegó a una lectura de la
frontera y el tiempo, en la que no sólo vemos como la noción cambia a través de
la historia, es decir, tiene historicidad, sino como también el traspasar
fronteras nos desplaza también a otra experiencia de tiempo. Ambos fenómenos
pueden verse representadas en distintos tipos de paisajes.
[4] François Hartog, La chambre de veille…, p. 130.
[5]
François Hartog, Regímenes de
historicidad, p. 15.
[6] François Hartog, La chambre de veille…, p. 131.
[7]
François Hartog, Regímenes de
historicidad…, p. 19.
[8]
Otros autores han señalado ya que en su momento la caída de la URSS y la
unificación de Alemania fueron acontecimientos totalmente impredecibles. Véase
Georg G. Iggers, La historiografía del
siglo XX. Desde la objetividad científica al desafío posmoderno, México,
FCE, 2012, p. 219.
[9] François Hartog, Le chambre de veille…, pp. 151-152.
[10] Ibidem., p. 154.
[11]
Ibidem., p. 156.
[12]
Ibidem., p. 158.
[13]
Ibidem., p. 158. Hartog se remite aquí a la historicidad de nuevo. Retoma la
idea de Hannah Arendt, quien señala que en este canto de La Odisea, presenciamos una conciencia de historicidad. Podemos hablar
también de la identidad, del “yo”. Identidad en la que se relaciona pasado,
presente y futuro. No es posible ni deseable vivir en el puro presente,
necesitamos del pasado para orientarnos y del futuro para proyectarnos, pero
ambos siempre sujetos a un presente enunciativo, la memoria juega un papel
crucial, para saber de qué presente se trata y el olvido forma parte de esta
memoria personal. Se necesitan los dos en la justa medida, el olvido
involuntario, pero también el olvido forzado. ¿Qué pasa cuando está el olvido
de manera patológica, incontrolable que nos obliga a vivir en un “presentismo”?
La identidad se pierde casi por completo, como con Leonard, el personaje
principal de la película Memento
(Nolan, 2000) quien debido a un trauma cerebral, vive con los recuerdos de
antaño, pero es incapaz de aprehender nuevos recuerdos.
[14] Ibidem., p. 181.
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