En el siglo XIX, la historia
intentó consolidarse como ciencia. Tanto el sujeto que escribe la historia así
como el lugar dónde escribe, cambió drásticamente. Se trataba ahora de un
burgués, laico que sentía la libertad de poder cuestionar el status quo, hay un desplazamiento del
espacio cortesano al ciudadano. Por otra parte, la Revolución Francesa vino a
romper con la historia magistra vitae,
visión de la historia que, con distintos matices, predominó hasta bien entrado
el siglo XVIII. La Revolución no se había podido prever, se llegó a la
conclusión de que el pasado no enseña nada, y la proyección se enfocó hacia el
futuro.
La escritura de la historia
se vio afectada por la herencia de la crítica racionalista. Se buscó que la
historia fuera una ciencia, y se creyó firmemente que utilizando el método
correcto se podía desentrañar el pasado que se encontraba en los documentos. El
historiador, quien se concebía a sí mismo como científico, debía dar a conocer
“como sucedieron las cosas realmente”. En el siglo XIX había una clara
distinción de la historia respecto a la historiografía, podría decirse que una
estaba por encima de la otra. “Había quienes se avocaban al estudio del “hecho
histórico” –mostrar cómo había sido realmente- y quienes se dedicaban al estudio
de las formas de escribir esos hechos”.[1]
En el siglo XIX la forma de
hacer historia se concentró en Europa, sus instituciones y su élite. Alemania
tuvo un papel crucial para la forma de hacer y pensar la historia. Es también
cuando se desarrolla el historicismo, esta “historia-historizante” denunciada
por la Escuela de los Annales. Sin embargo, a principios del siglo XX, si bien
el historicismo se ve criticado, no será abandonado, al contrario se buscará
mejorar la profesionalización de la historia, desplegándose en distintas
propuestas como la científico –social en Estados Unidos, la económico –social
en Alemania, la sociología y Annales, cada una aproximándose a objetos de
estudio distintos, pero pensando la historia como una ciencia.
Será en los años 60’ que los
fundamentos de la historia, como disciplina profesional y la forma de pensar la
historia como un desarrollo causal y lineal, se vean seriamente cuestionados.
Desde entonces tenemos la llamada expresión “crisis del historicismo”, se
reconoció que la historia no era una ciencia empírica, el pasado no está en los
documentos ni la concepción del tiempo era como la habían percibido en el XIX.
“El fundamentar la historia científica en el método, llevó a los historiadores
del siglo XIX a borrar la subjetividad de las sociedades, no se tomó en cuenta
su lugar de producción –lugar social- desde el que se elaboró ese sentido. Esto
hizo que tuvieran una concepción del tiempo muy ingenua: se lo representaron
como una simple sucesión, como tiempo exclusivamente lineal, por eso lo
pudieron objetivar.”[2]
“Los cambios de los años
sesenta, conllevaron a plantear nuevamente la cuestión de si existen las dos
ciencias, historia e historiografía, como autónomas e independientes. Algunos
historiadores más apegados a la historia positivista acentúan las diferencias,
en tanto que aquellos que han seguido el “giro lingüístico” nulifican la
distinción entre estos dos términos”.[3] Si bien lo cierto es que
no podemos negar que persiste la profesionalización de la historia, tampoco
podemos ignorar que el reto que tiene la historia, así como cualquier otra
disciplina, es la autoobservación y responder a los problemas epistemológicos que se presentan en su propia creación de conocimiento. Ricoeur ha señalado,
siguiendo a Michel de Certeau, los retos epistemológicos que tiene la
“operación historiográfica” en cada “fase”, así como los que involucran otras
formas de relacionarnos con nuestro pasado como la memoria y el olvido. Pero,
¿por qué entonces persiste la resistencia de seguir pensando a la historia como
una “ciencia”? ¿Por qué insistir en la distinción entre historia e
historiografía cuando es claro que el historiador construye su conocimiento
desde un presente que se relaciona con el pasado y con el futuro?
En distintos presentes y
espacios se ha desarrollado la escritura de la historia. Pero fue en el siglo
XIX cuando se tuvo la mayor ambición para la historia al querer convertirla en
una profesión científica que cobrara sentido en sí misma, de manera que
permitiera proyectarse hacia el futuro, hacia el progreso o a la nación. Ahora
todo este telos se ha ido. Y a la
historia profesional no le resta más que repensarse.
Bibliografía
Durán, Norma (coordinadora),
Epistemología Histórica e Historiografía,
México, UAM -Azcapotzalco, Biblioteca de Ciencias Sociales y Humanidades, 2017.
Durán, Norma, Formas de hacer la historia. Historiografía
grecolatina y medieval, México, Ediciones Navarra, 2016.
Durán, Norma (compiladora), Historiografía general. Antologías
universitarias, México, UIA, Departamento de historia, 1996.
Hartog, François, Evidencia de la historia, México, UIA,
2011.
_____________, Regímenes de
historicidad, México, Universidad Iberoamericana, 2007.
Ricoeur, Paul, La memoria, la historia, el olvido,
Argentina, FCE, 2004.
[1] Norma
Durán (compiladora), Historiografía
general. Antologías universitarias, México, UIA, Departamento de historia,
1996, p. 19.
[2] Ibidem., p. 21.
[3] Ibidem., p. 19.
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