martes, 13 de noviembre de 2018

¿Qué es la “operación historiográfica”?: Reseña a Michel de Certeau


Por: Rebecca Grafía

La escritura de la historia, obra de Michel de Certeau es ya una lectura fundamental al hablar de historiografía. Entendida la escritura como práctica histórica, el autor busca encontrar las particularidades y cambios de los siglos XVI al XX en la misma. El autor explica que al inicio había pensado realizar una cronología y cómo después paso a repensar este acomodo fuera de una visión lineal de la historia. Se trata entonces de una cronología entendida como una distinción del “otro”. De lo que se era antes y que ya no se quiere ser más. Una primera otredad que traza el historiador es “pasado” y “presente”. Hay muchas más, precisamente para Certeau es crucial analizar cómo se define el “otro” que distingue a la práctica histórica de un periodo a otro.
En el siglo XVI la práctica histórica se vio influenciada por la geografía y la etnografía, la identidad de trazó frente a un nuevo “otro”: el salvaje. Luego vinieron los siglos XVII y XVIII, en donde Certeau ubica un desplazamiento de la historia cristiana a una historia humana, en donde la primera pasó a ser tomada como “representaciones” de un pensamiento supersticioso. Certeau considera que aquí hay una deuda de análisis pues, es precisamente en la tensión entre una y otra que encontramos la relación entre ideología e historia. Por último, en el siglo XX, Certeau ubica dos momentos, el primero con el psicoanálisis de Freud y el segundo con la “industria historiográfica”, en donde se ubica la “operación historiográfica”.
Todos estos momentos son analizados por Certeau en la segunda parte de su obra, no sin antes aclarar primero algunas cuestiones teóricas y metodológicas que me parecen por demás interesantes. Certeau ubica su presente en lo que él denomina “un despertar epistemológico” con obras como la de Serge Moscovici, Michel Foucault, y Paul Veyne.[1] El análisis del discurso histórico es hecho dese la tesis que Foucault desarrolla en su Arqueología respecto al discurso. Vemos como Certeau rechaza un “metalenguaje” que de significado a todo, el reconocimiento del lenguaje como objeto de estudio hizo repensar el discurso, sus mecanismos de reproducción y sus representaciones. A las ciencias no les ha quedado más remedio que observarse a sí mismas respecto al conocimiento que producen. La disciplina histórica no ha quedado fuera, es un nuevo momento a la hora de pensar en historiografía. Certeau entiende por historia una práctica (un lugar que reglamenta el quehacer histórico) y sus resultados (relato), entre estos dos hay una relación de producción.
La “operación historiográfica” es cómo funciona la práctica histórica, la escritura de la historia. Certeau analiza el discurso histórico, ubica que tiene un lugar de producción, hay grupos que se conforman con el objetivo de validar y preservar un discurso, con mecanismos de divulgación específicos. Al mismo tiempo, es una práctica, que se ubica en el intermedio entre naturaleza y cultura, siendo el discurso histórico parte de lo segundo. Es un conocimiento creado que trata de aprehender la realidad, en este caso una realidad pasada y hacer tangible por medio de la escritura. Lugar, práctica y escritura están históricamente condicionados, Certeau apunta a una historicidad de la historia. Nuestra relación con lo “real” ha cambiado y hemos pasado de un “sentido” universal en la historia a una multiplicidad de “sentidos”. El conocimiento histórico se mira a sí mismo y reconoce sus límites, ha abandonado la idea de una historia global para centrarse en lo particular y en lo discontinuo. Aunque claro, todo lo anterior no ha estado exento de resistencias discursivas.
Aun así, Certeau insiste en que no porque la perspectiva haya cambiado, el conocimiento histórico carece de sentido o que su valor sea menor. Ha cambiado el criterio de verdad, de conocimiento, de historia incluso, el historiador está obligado a reconocer su presente, los preceptos de los que parte, los límites de su discurso, se trata de no solamente crear un relato que explique los preceptos teóricos utilizados, recordemos que para Certeau es primordial esa construcción del “otro” que realiza el historiador: un tiempo frente a otro, un sujeto a diferencia de otro. Los cambios epistemológicos trajeron consigo que trazar el otro no fuera tan sencillo, hay una cierta pérdida de evidencia respecto a cómo hacerlo. La práctica histórica ha perdido orientación, son otros los problemas a repensar respecto al discurso histórico, su creación, validación y divulgación.

Bibliografía:
Michel de Certeau, La escritura de la historia, México, UIA, 1993.









[1] Esto en la década de los 70’. La obra de Certeau es de 1976, pero ya refiere a la obra de Serge Moscovici “Essai sur l’histoire humaine de la nature” (Ensayo sobre la historia humana de la naturaleza) de 1968, Michel Foucault, “La Archéologie du Savoir” (La Arqueología del saber) de Foucault de 1969 y Paul Veyne, “Comment on écrit l'histoire: essai d'épistémologie” (Cómo se escribe la historia: Foucault revoluciona la historia) 1971.

martes, 6 de noviembre de 2018

¿Qué es el “presentismo”?: Reseña a François Hartog


Por: Rebecca Grafía

Tanto en La Chambre de Veille[1] como en Regímenes de historicidad,[2] Hartog narra su experiencia en Berlín en 1990 y de cómo aunque el muro había sido derrumbado, eran latentes dos experiencias de tiempo a cada lado de la “frontera”, que se podía ubicar en el paisaje urbano; comparando las tiendas, calles, y fachadas.[3]
Respecto al título de su obra Regímenes de Historicidad, el autor comenta que el término “régimen” es polisémico, pero que evoca a muchos tipos de “registros”.[4] ”Régimen”: la palabra reenvía al régimen alimenticio (regimen, en látin; diaita en griego), al régimen político (politeia), al régimen de ventas o aún más al régimen de un motor. Ellas están allí como metáfora, evocando dominios algo diferentes pero que tienen al menos, de grado, mezcla, compuesto y equilibrio siempre provisional o estable.[5]
Por otro lado, ¿por qué historicidad y no temporalidad? Porque Hartog se refiere a este paso del “soi à soi”, que llama historicidad con Ulises, quien al no disponer de las categorías, cuando escucha el canto del aedo narrando lo que él había vivido en Troya no puede sino decir, con lágrimas en los ojos: “soy yo”, para aprehender el pasado y reconocerse. “Esta experiencia es la que designo cuando hablo de historicidad, esta experiencia fundamental de no coincidencia del sí con el sí, que no es otra cosa que la banal constatación del tiempo que ha pasado”.[6]
“Nadie duda de que existe un orden del tiempo o, mejor dicho, órdenes que han variado de acuerdo con los lugares y los tiempos. En todo caso, se trata de órdenes tan imperiosos que nos sometemos a ellos sin siquiera darnos cuenta: sin querer, e incluso no queriéndolo, sin saberlo o a sabiendas, de tan obvios que resultan; órdenes contra los que choca quien intenta contradecirlos.”[7] En esta obra Hartog de nuevo entreteje continuidades y rupturas del régimen antiguo al moderno, del moderno al antiguo, y por último, del moderno al contemporáneo, en un vaivén de autores y obras que le permiten ir de lado a lado, pensando en el tiempo como un actor, que tiene diferentes formas de ser vivido y representado, enfatizando así las posibilidades de uso de la noción heurística “regímenes de historicidad”.
El autor confiesa que, por su parte le llevó tiempo para comprender que, en la antropología histórica, la cuestión que le interesaba era la de nuestra relación con el tiempo. Así, sería con la publicación en francés de Le Future passé de Koselleck en 1990, que le interesó el tiempo histórico moderno, con otras preguntas que lo fueron llevando a reflexionar que nuestra relación con el pasado y con el futuro se ha visto trastocada a tal grado que nos lleva a vivir en un “presentismo”, en un presente omnipresente, un presente que no pasa.
El “motor” de la obra Regímenes de historicidad es la interrogación por el tiempo, profundizando además sobre el término “presentismo”. “Retrospectivamente, creo que la caída del muro de Berlín, liderado por el imperio soviético, fue el mayor acontecimiento.[8] Vivíamos con la idea de que el orden del mundo estaba arreglado, sino para siempre, si por lo menos mucho tiempo. El comunismo no era más un horizonte indispensable, pero el tiempo del mundo bipolar estaba relativamente “congelado”. No es que permaneciera como un tiempo nulo, sino por el contrario, permanecía en cada límite. Un curso galopante hacia el progreso fundado en la aceleración permanente de la “conquista” espacial (de Gagarina a “el hombre en la luna”, en 1969) y la “carrera” armamentista eran dos imperativos poco discutidos. Se hablaba de la reunificación de Alemania pero la gente no creía que fuera posible realmente.[9]
Hartog ubica dos momentos significativos 1968 y 1989. En el primero, la conjugación del futurismo de la revolución con un anclaje en el presente y en una valorización fuerte de lo inmediato. Mayo 68’ marcó un hito para una interrogación del tiempo. Después vino 1989, un mundo sin revolución y desintegrado. El autor recuerda el artículo de Francis Fukuyama sobre el “fin de la historia”. Fukuyama, politólogo americano, no se refería a que fuera el fin de todo, en el sentido apocalíptico, al contrario, para él el “fin” en el sentido de “objetivo”, de “meta”, por fin ha llegado para la historia: la democracia liberal, justificado en un recuento de historia universal. Lo interesante para Hartog es que la obra da elementos que llevan a preguntarnos sobre el presente.
La reflexión continúa hacia el patrimonio, el cual Hartog ubica como síntoma de la reaparición del término de identidad, “lo cual no es otra señal de nuestras relaciones con el tiempo. La identidad devino en inquietud: ¿Cómo reconocer la identidad? Y ¿cómo defenderla?”.[10] Surge en la década de los 80’ un cuestionamiento hacia el futuro, que viene a acompañar justo la problemática del patrimonio, y a sustituir el presente de ese momento. Lo cual viene a confirmar la hipótesis presentista.
Sin embargo, no se trata de que el “presentismo” se deba definir diferenciándolo del “futurismo” o del “paseísmo”, es una noción que señala que el presente domina. La singularidad del régimen presentista tiende a ser que no hay más que el presente, y el “presente” ya no visto de la misma manera (que en el pasado), pues se trata de un presente extendido, y constantemente cuestionado o “tomado con las manos en la masa”, porque lo vivimos al ritmo del instante y se vuelve obsoleto casi al mismo tiempo. Sucediendo tanto en lo cotidiano como en lo profesional. Un ejemplo de esto es cómo los “acontecimientos” son presenciados por miles de espectadores a través de los medios de comunicación o redes sociales, en “tiempo real”, aunque esta es una expresión de la cual Hartog es muy crítico y no la utiliza como sinónimo de “presentismo”, pero reconoce el papel de los mass –media en la medida en que la novedad pasa pronto. “El problema del “presentismo” es que no sabemos cómo articular, pasado, presente y futuro.”[11]
El boom de la “memoria” es otro síntoma de este “presentismo”, aunque la memoria no se reduce a este. Hartog se refiere a la interpretación dada a la memoria, es directamente proporcional al contexto presentista. Según Hartog, el régimen moderno teníamos el “telos”, proporcionado en gran medida por la historia, y, ahora, al no haber más “telos”, nos encontramos sin “iluminación”, no sabemos a dónde vamos ni de dónde venimos. Todo está al alcance de una información a otra, de una distracción a otra, de una catástrofe a otra.”[12] No se trata tampoco de que el “presentismo” sea un intermediario ante un futuro catastrófico, en cualquier caso, “¿por qué tendría que ser así?”, si bien vivimos distintas crisis, entender por qué la visión que predomina es desoladora es lo que le inquieta al autor.
Entonces, ante todo este panorama, ¿cómo articular de nuevo las categorías del pasado, el presente y el futuro? Pues, hasta ahora “el ser humano no se había negado a estas categorías, eran una constante para él. Con estas categorías construye su existencia, para dar sentido a sus acciones, para elaborar las reglas en comunidad, para saber qué hicieron sus muertos y, más perturbador aún, los desparecidos. Como cuando Ulises, no entendía el canto del aedo, era incapaz de reconstruirse, diríamos ahora”.[13] El diagnóstico del “presentismo” se refiere a una desestabilización del tiempo. Se refiere a cómo pensar este momento de crisis, de brecha, los unos y los otros. Y, además, cómo se han percibido las desorientaciones en distintos tiempos, en los Antiguos, Modernos y Contemporáneos. De ahí la utilidad del término “régimen de historicidad”, porque no es un sinónimo de temporalidad, y permite ver distintos regímenes que conformaron alguno como el régimen antiguo, en el que se encuentro al régimen heroico, el antiguo y más adelante el cristiano. Lo que le interesa al autor son las implicaciones temporales en cada época, desde distintos puntos de vista, desde distintas experiencias. De ahí sus “saltos” a Heródoto, Tucídides, San Agustín, Chateaubriand.
Entonces, ¿se trata el “presentismo” de un síntoma o de un momento? Es cierto que el autor lo ha utilizado indistintamente, pues lo vemos en prácticas que todavía “están siendo”, y de las cuales aún no tenemos suficiente “futuro pasado”. Sin embargo, más importante que definirlo, es que a Hartog le permite aproximarse al fenómeno que designa, igualmente inestable. Le permite interrogarlo. Por ejemplo, puede ver más de un tipo de “presentismo” y aquí se apoya en la literatura cuando cita la novela de Cormac McCarthy The road (“La carretera”, 2006), en la que se muestra un presente después de un tiempo apocalíptico, un presente que no pasa, que no tiene dirección. Pero también está la novela experimental Falling man (“El hombre que cae”, 2007) de Don DeLillo, inspirada en los hechos del 9/11, otro tipo de acontecimiento presentista, en el que se nos mostró lo que ocurrió al momento mismo. Regímenes de historicidad se escribió poco después de estas lecturas.
Respecto a si el “presentismo” es producto de la crisis del régimen moderno o se establecerá cómo un régimen de historicidad, la respuesta es incierta. Algunos han criticado el tono “nostálgico” de Hartog al hablar del “presentismo” y la pérdida del régimen moderno, a lo que el apunta que no es relevante su opinión, sino el hecho de que nos mostramos inconformes con el régimen actual, ¿por qué? Se trata para él de recordar la tarea del historiador, de relacionar pasado-presente. “El historiador, es aquel que se desplaza entre pasado y presente, para justamente mostrar la manera en que operan las sociedades en la búsqueda de articular pasado, presente y futuro. Y cómo esta negociación es siempre vuelta a reanudarse, porque los términos son, por definición, escurridizos. El historiador, trabajando desde su chambre de veille, en la medida de lo posible, debe llegar a ser un vigilante del tiempo.”[14]

Bibliografía:
Georg G. Iggers, La historiografía del siglo XX. Desde la objetividad científica al desafío posmoderno, México, FCE, 2012. (Véase con especial atención introducción y capítulos 1-5).
François Hartog, avec Felipe Brandi et Thomas Hirsh, La chambre de veille, Francia, Flammarion, 2013.
_____________, Regímenes de historicidad, México, Universidad Iberoamericana, Colección: “El oficio de la historia”, 2007.









[1] François Hartog, avec Felipe Brandi et Thomas Hirsh, La chambre de veille, Francia, Flammarion, 2013. Es un libro de entrevistas.
[2] François Hartog, Regímenes de historicidad, México, Universidad Iberoamericana, Colección: “El oficio de la historia”, 2007.
[3] Esto nos recuerda a la conferencia tomada con el Dr. Giovanni Fresta en la UAM –Azcapotzalco el 8 de junio por la materia de Representación del tiempo y el espacio del Posgrado en historiografía. En dónde se llegó a una lectura de la frontera y el tiempo, en la que no sólo vemos como la noción cambia a través de la historia, es decir, tiene historicidad, sino como también el traspasar fronteras nos desplaza también a otra experiencia de tiempo. Ambos fenómenos pueden verse representadas en distintos tipos de paisajes.
[4] François Hartog, La chambre de veille…, p. 130.
[5] François Hartog, Regímenes de historicidad, p. 15.
[6] François Hartog, La chambre de veille…, p. 131.
[7] François Hartog, Regímenes de historicidad…, p. 19.
[8] Otros autores han señalado ya que en su momento la caída de la URSS y la unificación de Alemania fueron acontecimientos totalmente impredecibles. Véase Georg G. Iggers, La historiografía del siglo XX. Desde la objetividad científica al desafío posmoderno, México, FCE, 2012, p. 219.
[9] François Hartog, Le chambre de veille…, pp. 151-152.
[10] Ibidem., p. 154.
[11] Ibidem., p. 156.
[12] Ibidem., p. 158.
[13] Ibidem., p. 158. Hartog se remite aquí a la historicidad de nuevo. Retoma la idea de Hannah Arendt, quien señala que en este canto de La Odisea, presenciamos una conciencia de historicidad. Podemos hablar también de la identidad, del “yo”. Identidad en la que se relaciona pasado, presente y futuro. No es posible ni deseable vivir en el puro presente, necesitamos del pasado para orientarnos y del futuro para proyectarnos, pero ambos siempre sujetos a un presente enunciativo, la memoria juega un papel crucial, para saber de qué presente se trata y el olvido forma parte de esta memoria personal. Se necesitan los dos en la justa medida, el olvido involuntario, pero también el olvido forzado. ¿Qué pasa cuando está el olvido de manera patológica, incontrolable que nos obliga a vivir en un “presentismo”? La identidad se pierde casi por completo, como con Leonard, el personaje principal de la película Memento (Nolan, 2000) quien debido a un trauma cerebral, vive con los recuerdos de antaño, pero es incapaz de aprehender nuevos recuerdos.
[14] Ibidem., p. 181.

De historiador a historiador

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